Sin miedo

Rafael Santandreu

Fragmento

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1

Muchos trastornos, un solo problema:

ataques de desequilibrio emocional

La próxima vez que no encuentres suelo bajo tus pies, no lo consideres un obstáculo en absoluto; considéralo más bien un gran golpe de suerte. Finalmente, después de todos estos años, quizá consigas crecer realmente.

PEMA CHÖDRÖN

María José es una hermosa mujer de cincuenta años, extremadamente simpática y alegre. Luce una melena castaña clara que le cae ondulada hasta más abajo de los hombros. Vive en Alicante y le encanta pasear por la playa con su perrita. Se ha casado en dos ocasiones y trabaja como funcionaria.

Recuerdo que, el primer día de consulta, cuando me explicaba su problema de ansiedad —¡que la torturaba desde hacía veinticinco años!—, bromeaba todo el tiempo. La ansiedad la atenazaba hasta el tuétano, pero, aun así, no PODÍA evitar desparramar su alegría natural.

María José sufría a diario fortísimos ataques de ansiedad. Y para empeorar el asunto, por una nefasta recomendación de su médico, se había enganchado a los ansiolíticos, unos fármacos que no sólo no la ayudaban en nada, sino que le habían generado más ansiedad, confusión y algún que otro susto por sobredosis accidental.

Tomaba seis o siete tranquilizantes al día y, sin embargo, la ansiedad no dejaba de crecer año tras año. Ella misma lo describe así ahora, una vez curada del todo:

Entre el trastorno de ansiedad y la adicción a las pastillas, mi mente era una completa maraña. La adicción aumentaba mi ansiedad porque una hora antes de cada toma ya me entraba el mono. Es decir, tenía ataques de pánico y encima me daba el mono por culpa de esas asquerosas pastillas.

En sus ataques de ansiedad, María José sentía palpitaciones exageradas, como si el corazón se le fuera a salir del pecho, mareos bestiales que casi la tumbaban y una horrorosa sensación de proximidad a la muerte. El miedo era tal que las manos le temblaban como si tuviese párkinson. El pánico podía durarle horas o asaltarla durante el sueño, con lo cual esa noche no pegaba ojo ni con doble ración de pastillas. ¡O triple!

En la actualidad, María José es una persona nueva. En el momento de escribir estas líneas, hace más de tres años que no tiene ningún ataque y su vida es de un color completamente diferente: ¡es luminosa! No toma ningún fármaco, ni falta que le hace. Lleva una vida la mar de normal. Más que normal: plenamente feliz.

En una conversación que mantuvimos hace poco, me decía:

—Si no te llego a conocer, ¡no me curo nunca! ¡Me has salvado la vida!

Pero la verdad es que María José se salvó a sí misma. Se curó gracias al trabajo duro y a la determinación. DE LA MISMA MANERA QUE LO VAS A HACER TÚ.

Fíjate bien: María José vivió durante veinticinco años la pesadilla del pánico diario más una fuerte adicción a los tranquilizantes. Y ahora ha pasado página porque lo ha superado. Sin fármacos. Sólo con trabajo personal y mucha persistencia y determinación.

Este libro habla del tratamiento de lo que podríamos llamar genéricamente «ataques de desequilibrio emocional», un fenómeno que consiste en experimentar ansiedad aguda sin una causa racional. Dicho de otra forma: un estado de vulnerabilidad en el que hemos perdido el control de las emociones, en el que éstas se han desmadrado. Ya no somos el que éramos. Ahora somos un personaje temeroso, débil y con emociones anormales.

Los ataques pueden presentarse sin avisar. Simplemente, aparecen de la nada. Por ejemplo, al despertar por la mañana. O tras cualquier pequeño temor o adversidad sin importancia. Por ejemplo, al saber que tenemos que realizar una tarea nueva en el trabajo. De repente, la novedad nos estresa y, en poco tiempo, estamos ansiosos a más no poder. «¡Antes yo no era así! ¿En qué clase de niñato débil me estoy convirtiendo?», podemos preguntarnos.

Estos ataques de ansiedad, desequilibrio emocional o como se los quiera llamar son una auténtica pesadilla que deja a la persona exhausta, atemorizada, aislada, incapacitada, confundida y débil.

Para alguien que nunca haya padecido este problema, resulta difícil de entender porque no existe una causa racional. Es como si nos inyectasen una droga que produce alucinaciones espantosas y no supiéramos cuándo tendrá efecto. ¡Podría ser en cualquier momento! Y entonces... ¡pam!: las pesadillas nos llevan a ese maldito pozo oscuro donde sólo pensamos en huir, en que el mal rollo desaparezca porque notamos que ese estado nos impide hacer cualquier cosa e incluso relacionarnos adecuadamente con los demás. El ataque de pánico es algo así como un dolor insoportable e inagotable: quien lo sufre tan sólo desea que llegue rápido la noche para poder dormir y apagar el cerebro ansioso de una vez.

Estos ataques son más comunes de lo que se cree. Los psicólogos les solemos asignar diferentes etiquetas, como «trastorno de ataques de ansiedad» o «trastorno obsesivo compulsivo», «depresión», etc., aunque en realidad se trata de un mismo fenómeno. Esto es: las emociones negativas son enormes, nos invaden y ya no podemos detenerlas; dominan nuestra vida y nos la arruinan. En estos ataques las emociones negativas, que sentimos de un modo exagerado, entran en bucle y nos poseen, nos arrastran al lodo del sufrimiento emocional hasta que el propio ataque tiene suficiente y se va por donde ha venido, aunque, eso sí, dejándonos baldados, desorientados y asustados. Y hasta la próxima, baby.

¿POR QUÉ A MÍ?

Con frecuencia, la persona se siente desorientada ante lo que le sucede: antes no era así y, por más que lo intenta, no consigue liberarse de esta rara enfermedad.

Se pregunta: «Dios, pero ¿qué me está pasando?».

Al contemplar a la gente que pasea por la calle, no puede evitar envidiarla y decirse: «¿Cómo es posible que todos estén tan bien? ¿Por qué yo no puedo ser como los demás?».

A causa del temor que le provocan los ataques, la vida se transforma en un lugar inseguro, lleno de agujeros por donde caer en el abismo emocional.

Al poco de comenzar este proceso, la persona empieza a evitar situaciones asociadas al ataque, como coger el metro, entrar en grandes almacenes, quedarse sola o tener pensamientos desagradables que la predispongan a sufrir uno, cualquier cosa capaz de despertar el bucle de malestar. Y su vida, de repente, se ve muy limitada por numerosas situaciones que le dan miedo.

Una y otra vez se dice: «Dios, pero ¡cómo le puedo tener miedo a estas tonterías! ¡Si antes hasta disfrutaba haciéndolas!». Pero lo único cierto es que ésa es ahora su nueva realidad.

Y ante tal estado emocional, todo es muy difícil: tomar decisiones, afrontar pequeños problemas, esforzarse en cualquier cosa, trabajar, amar...

En ocasiones, la persona experimentará momentos de paz aislados en los que creerá que recobra la salud mental. No obstante, como una extraña maldición, el descalabro regresará al cabo de pocos días.

En este libro veremos dos subtipos de ataques de desequilibrio emocional:

• Los ataques de ansiedad (o pánico)

• El trastorno obsesivo compulsivo o TOC

Sin embargo, hay muchos más subtipos, como diferentes variedades de depresión, malestares psicosomáticos, migrañas, dolores en apariencia inexplicables... Todos forman

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