Ligero de equipaje

Ian Gibson

Fragmento

«Agradecimientos»

Yo, para todo viaje

—siempre sobre la madera

de mi vagón de tercera—,

voy ligero de equipaje.

«En tren» (CX)

Todo se mueve, fluye, discurre, corre o gira;

cambian la mar y el monte y el ojo que los mira.

«A orillas del Duero» (XCVIII)

Ni mármol duro y eterno,

ni música ni pintura,

sino palabra en el tiempo.

«De mi cartera» (CLXIV, VXVI)

Que esta luna me conoce

y, con el miedo, me da

el orgullo de haber sido

alguna vez capitán.

«Viejas canciones» (CLXVI, VIII)

[...] el verso del poeta

lleva el ansia de amor que lo engendrara

como lleva el diamante sin memoria

—frío diamante— el fuego del planeta

trocado en luz, en una joya clara...

«Otras canciones a Guiomar» (CLXXIV, VII)

«Agradecimientos»

Agradecimientos

Este libro no existiría sin el trabajo de cientos de investigadores y especialistas en Machado y su mundo, tanto españoles como extranjeros. Debo destacar, en primerísimo lugar, la labor ingente llevada a cabo por Oreste Macrí, cuya Poesie di Antonio Machado (Milán, Lerici, 1959, 1962, 1969) marcó un hito en el camino hacia la recuperación de la obra del poeta: un antes y un después. Su monumental edición madrileña posterior de las Poesías completas y la Prosa completa (ambas de 1989) sigue siendo imprescindible. À tout seigneur tout honneur: los que amamos la obra de Machado estamos en deuda permanente con el gran hispanista italiano.

Entre los españoles hay que recordar, especialmente, a Aurora de Albornoz —calificada de infaticabile machadista por Macrí—, cuya edición, con Guillermo de Torre, de las Obras. Poesía y prosa (Buenos Aires, Losada, 1964), fue una revelación en momentos en que todavía no se habían publicado en la España de Franco los poemas y otros textos escritos por Machado durante la Guerra Civil. Recuerdo con qué emoción conseguí bajo cuerda, en la Granada de 1965, aquel muy hermoso (y muy perseguido) tomo encuadernado en piel roja, con letras doradas.

Mucho más recientemente, Jordi Doménech ha hecho una aportación de valor incalculable al conocimiento de Machado con su edición, fruto de años de trabajo, de las Prosas dispersas (1893-1936), meticulosamente anotadas (Madrid, Páginas de Espuma, 2001). Estoy muy en deuda con este amigo, además, por el generoso envío de artículos casi inencontrables, sus comentarios mientras escribía el libro, su meticulosa lectura del manuscrito del mismo y la aportación de su página web, Revista de estudios sobre Antonio Machado (www.abelmartin.com).

Me parece de justicia que figure aquí también el nombre de Geoffrey Ribbans, cuyos trabajos sobre la primera época de Machado son fundamentales.

Con respecto a las biografías, la de Miguel Pérez Ferrero, Vida de Antonio Machado y Manuel (Madrid, Rialp, 1947) fue, necesariamente, mi punto de partida. El autor había tenido la ventaja de poder hablar con ambos hermanos, pero no siempre apuntó con fidelidad lo que le habían dicho (o tal vez ellos tampoco recordaban con precisión los episodios contados), y apenas había llevado a cabo una investigación propia. Además hay que tener en cuenta las circunstancias represivas en que se publicó la obra: el biógrafo tuvo que tratar el aspecto político con mucha diplomacia. Con todo, el libro me fue de gran utilidad.

También la «biografía ilustrada» de José Luis Cano (Barcelona, Destino, 1975), como guía, como orientación, como estímulo. A cada paso, durante los seis años de mi investigación, oía la voz de aquel amigo desaparecido, y echaba de menos poder consultarle en persona.

En cuanto a la biografía del hispanista francés Bernard Sesé, Antonio Machado (1875-1939), publicada en España por Gredos en 1980, confieso no haberla tenido siempre en cuenta a cada paso: quería llevar a cabo una indagación mía personal, con método propio, sin sentirme en la obligación de sopesar en cada momento lo dicho o contado por otro biógrafo. Quizás se me podrá criticar por ello.

Entre los estudiosos que me han atendido con especial generosidad quiero expresar mi gratitud a Rafael Alarcón Sierra, Pablo del Barco, Nigel Dennis, Jacques Issorel, Patricia McDermott, Daniel Pineda Novo, Antonio Rodríguez Almodóvar y James Whiston.

He tenido la suerte de poder contar en todo momento con el apoyo, amistad, eficacia y buen humor de mi agente literaria, Ute Körner, y sus socios, Guenter G. Rodewald y Sandra Rodericks. Desde aquí les expreso mi profundo agradecimiento.

Los duques de Alba tuvieron la amabilidad de permitirme visitar el palacio de las Dueñas en Sevilla, un raro privilegio. Recuerdo con gratitud mi conversación con D. Jesús Aguirre, que falleció poco después.

En Segovia, César Gutiérrez Gómez, de la Casa-Museo Machado, me suministró documentación impagable. En Soria, el librero César Millán Díez fue un magnífico orientador. A ambos les doy las gracias.

En cuanto a los familiares del poeta, es un placer expresar aquí mi más sincero agradecimiento a Dª Leonor Machado Martínez (hija de Francisco Machado) y a su hijo Manuel Álvarez Machado, así como a Dª Eulalia Machado Monedero (hija de José Machado).

También estoy muy en deuda con mi documentalista Teresa Avellanosa por su valiosa ayuda en la búsqueda de las ilustraciones. Gracias a ella he tenido menos nervios de lo previsto durante los últimos meses.

Doy las gracias, cómo no, a Juan Cruz, cuyo apoyo hizo posible este libro (¡aquella cena con Hugh Thomas!). Y no olvido que, desde el primer momento, mis editores, Ana Rosa Semprún y Santos López Seco, tuvieron fe en el proyecto.

Vaya mi reconocimiento a los numerosos archivos, hemerotecas y bibliotecas a los cuales he acudido durante mi larga investigación, y a su personal siempre tan atento: Agencia Española de Cooperación Internacional, Madrid (María del Carmen Díez Hoyo y Rosario Moreno Galiano); Arc

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