El territorio de la memoria y otras novelas autobiográficas

Juan Cruz Ruiz

Fragmento

cap

Prólogo

El mapa de la memoria

 

 

Por mi amistad con Juan Cruz he tenido la suerte de conocer La Asomada, el barrio del tinerfeño Puerto de la Cruz en el que nació y creció frente al inmenso azul del Atlántico y entre las plataneras y los desmontes llenos de plantas subtropicales del que el botánico Alexander Humboldt llamó «dulce valle de La Orotava». Allí, por aquellas callejuelas en pendiente hasta hace poco sin asfaltar, entre vecinos y casas más que pobres, humildísimas, en la vivienda que aún ocupa su familia, Juan Cruz empezó a soñar con el ancho mundo y a trazar sobre ese sueño el universo de su memoria. Como si fuera un mapa en palabras, la novelística de Juan Cruz y me atrevería a decir que también su obra periodística, la otra dedicación de su vida, levantan un territorio de ensoñación que se ancla en lo real pero que tiene sus coordenadas en los recuerdos, que, como todos sabemos ya, están más cerca de lo fantástico que de lo racional. Juan Cruz, como todos los verdaderos escritores, y él lo es pese a que se oculte siempre tras su careta de periodista, lo que ha hecho a lo largo de sus libros, y lo que continúa haciendo, no es otra cosa que levantar el mapa de su memoria, que es lo mismo que decir el mapa de sus sucesivas pérdidas. Porque la vida es eso: perder paisajes, personas, ilusiones, sentimientos…

A Juan Cruz algunos le achacan falta de imaginación a la hora de escribir, y lo hacen por causa de su fidelidad a su biografía. Y es verdad que sus libros, que son novelas y no, que son relatos y no, que son autobiografía y no, depende de cómo uno los lea, se nutren de ésta de modo unánime, incluso se repiten (no ellos, sino las anécdotas). Esto no significa que no haya imaginación en sus textos, entendiendo la imaginación como ese fermento del que habla el escritor portugués Lobo Antunes y cuya base está en la memoria. Para Cruz, como para el novelista portugués y como para el autor de este prólogo, cuya opinión aquí es meramente testimonial, memoria e imaginación son la misma cosa a la hora de escribir porque fantasía y vida se superponen.

En el presente volumen, los editores recogen cuatro novelas que participan de esa manera de entender la literatura que tiene Juan Cruz, si bien podrían haber sido bastantes más. En realidad, salvo sus libros más periodísticos (que curiosamente, a mi entender, son los que resultan menos «reales»), el resto podrían haber tenido acogida todos en esta recopilación, pues participan de esa idea de relato-río autobiográfico, de continuo narrativo a modo de dietario o de inventario de emociones, sólo que transformado en novela por el deseo del escritor de fantasear con su propia vida. El territorio de la memoria, La foto de los suecos, Ojalá octubre y El niño descalzo son ciertamente representativas de esa concepción poética, pero no lo son menos Naranja y Crónica de la nada hecha pedazos —las primeras novelas de Juan Cruz, influidas por el experimentalismo y la voluntad de estilo del tiempo en el que se escribieron— ni por supuesto El sueño de Oslo, La playa del horizonte o Retrato de un hombre desnudo, por poner solo algunos ejemplos de una obra tan larga y extensa ya como la propia vida de su autor y como su inmensa vocación de literato, por más que muchos lo consideren sólo un periodista.

El territorio de la memoria (1995), el primero de los libros que se recogen en esta edición conjunta, también fue el primero en ser publicado. En él aparecen los cuatro elementos que protagonizan toda la obra de Juan Cruz, por encima de géneros y de propósitos literarios: la enfermedad, el mar, la familia y la melancolía. En un libro anterior de poesía y de título no muy diferente, Edad de la memoria, ya estaban presentes esos elementos, pero es en El territorio de la memoria donde el propio escritor los establece conscientemente como las coordenadas de su literatura. Y reflexiona sobre ellos en una melopea musical en la que el ritmo arrastra a la meditación, que se confunde así con la narración del texto hasta el punto de que ambas forman conjuntamente un relato en el que el lector no sabe qué es lo que más le conmueve: si el ritmo, la narración o la reflexión.

En apariencia, La foto de los suecos (tengo la impresión de que es el libro preferido entre los suyos de Juan Cruz) es más novela que El territorio de la memoria, pero, si uno la lee con atención, verá que los mimbres de que está hecha son los mismos, al igual que la historia que en ella se cuenta. Vasos comunicantes, pues, que continúan en los libros sucesivos, sobre todo en la novela de «los suecos», aquellos compañeros de aventuras infantiles que permanecerán para siempre en una foto familiar, la que aparece en la portada del libro en su primera edición de 1998, y que para Juan Cruz fueron las primeras personas que le hicieron ver que el mundo era mucho más que la humilde barriada del Puerto de La Cruz de la que nunca había salido. Lo haría pasado el tiempo, para ir a estudiar a la Universidad de La Laguna, en su propia isla, primero, y para trabajar como periodista en Santa Cruz de Tenerife, Madrid y Londres al terminar la carrera. Y ya jamás dejaría de recorrer el mundo (pocas personas conozco, aparte de ciertos viajeros y de aquellos —diplomáticos, deportistas de élite, políticos internacionales— en cuya profesión va intrínseco el desplazarse continuamente de un sitio a otro, que hayan hecho más kilómetros, por tierra y aire, que Juan Cruz), como se ve en los sucesivos relatos de sus sucesivos libros, aunque, a la vez, tampoco dejaría nunca de rebobinar su vida, regresando como un Ulises moderno a su isla y a aquel lugar entre plataneras en el que se hizo esa foto que para él ha sido siempre el principio y el fin de una trayectoria que, contada, se convierte en ilusión.

Ojalá octubre (2007), escrita bastantes años después, participa de esa misma obstinación, si bien ya más depurada después de libros intermedios como Una historia pendiente, La playa del horizonte o Retrato de un hombre desnudo (no cito aquí sus libros de ensayo, aunque también valdrían de ejemplo) y de experiencias acumuladas dentro y fuera de la literatura. La historia arranca en una isla, la de Ibiza, un día de octubre, como el título transparenta («Me gusta tanto este mes que ojalá fuera siempre octubre», dice la cita de Truman Capote de la que arranca la narración), pero recorre el mismo periplo que todas, en un vaivén geográfico que lleva a los personajes y al narrador (el propio escritor) a regresar una y otra vez a la isla canaria en la que comenzó todo. Entre medias, el viaje de ida y vuelta de la vida conforma una narración homérica que se asienta en un lenguaje muy poético, tanto que en ocasiones el lector puede dudar de si está ante un poema o ante el relato de una estructura novelesca que se disfraza de crónica autobiográfica para parecer más «cierto». Ya está claro que Juan Cruz, a estas alturas de su obra, ha hecho de su vida un sueño y de su memoria un mapa de territorios imaginarios, por más que se correspondan con los de su propia historia.

Por último, El niño descalzo (2015), cuarto libro de esta recopilación y el publicado más recientemente, cierra el bucle de ese viaje que seguirá mientras el escritor escriba. La elección es afo

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