Pura Química

Adela Muñoz Páez

Fragmento

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Introducción

Los niños y las niñas nacen siendo científicos, por lo que desde que pueden fijar la vista y manejar las manos lo miran todo, lo tocan todo y lo muerden todo. No obstante, en algún momento del proceso educativo, pierden esa curiosidad y dejan de investigar el mundo que los rodea. Luego, conforme van creciendo, algunos llegan a la conclusión errónea de que la comprensión de las materias de ciencias está reservada a unas pocas mentes privilegiadas. Ello les lleva a abandonar las matemáticas, la física y la química a edades relativamente tempranas, y cierran así la puerta a un mundo fascinante.

Como profesora, considero que es parte de mi trabajo acercar y hacer asequible la ciencia no sólo a mi alumnado, sino a todo el mundo. Con los artículos que he ido escribiendo en El Periódico de Cataluña desde hace cuatro años, intento que las s que los leen recuperen la curiosidad y, como doctora en química, trato en ellos materias relacionadas con esta rama de una ciencia esencial en nuestras vidas. Para atraer su atención les hablo de cosas cercanas: el agua, la sal, la iluminación con luces LED, la arena de la playa, el ibuprofeno, etc.

Dado que tanto la ciencia como la química son onmipresentes en nuestras vidas, el objetivo primero de mis artículos no es poner de manifiesto su utilidad e importancia, que creo evidentes, sino mostrar la belleza de la ciencia e intentar que lectoras y lectores experimenten el placer de descubrir la magia que esconde la química que nos rodea.

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«Dame veneno» o las mil caras del bótox

No sabemos si fue su celo como médico o su carácter de poeta aficionado lo que empujó a Justinus Kerner a investigar las causas de los cientos de muertes que se venían registrando en la región de Wurtemberg, en el sur de Alemania, desde finales del siglo XVIII. Sin embargo, sí sabemos que descubrió que esas muertes se debían a las salchichas que habían comido los afectados, por lo que llamó a la enfermedad «botulismo», del latín botulus, que significa «salchicha». A finales del siglo XIX se pensó que el botulismo podía estar producido por bacilos similares a los que provocaban la tuberculosis, pero no se encontraron bacterias en las víctimas de las salchichas ni de otros embutidos que también habían resultado letales.

En 1895 los microbiólogos Émile van Ermengem y Wilhelm Kempner descubrieron que la culpable era una bacteria a la que denominaron Clostridium botulinum, que segregaba una sustancia, la toxina botulínica, que causaba estrabismo, visón doble, afonía, parálisis muscular y en muchos casos la muerte. En 1900 se identificó otro brote de botulismo tras la ingestión de judías en conserva, lo que puso de manifiesto que la bacteria se desarrollaba en todo tipo de alimentos en conserva, es decir, en un medio sin oxígeno.

El hecho de que sea la sustancia más toxica conocida (medio kilogramo bastaría para matar a toda la humanidad) convirtió la toxina botulínica en una atractiva arma de guerra química. Durante la Segunda Guerra Mundial, los servicios de inteligencia británicos informaron de que los alemanes podían estar preparando esta toxina para esparcirla durante los bombardeos de Londres. Ello llevó a los aliados a establecer un centro de investigación de esta sustancia en Fort Detrick (Estados Unidos) en el que se determinó su estructura y peso molecular y se sintetizó un antídoto, del cual las tropas aliadas llevaron más de un millón de dosis durante el desembarco de Normandía. Finalmente los alemanes no usaron la toxina y las reservas de Estados Unidos se destruyeron en 1972, tras la firma del Convenio sobre Armas Biológicas y Toxinas. No obstante, los conocimientos adquiridos hasta entonces abrieron la puerta a sus aplicaciones terapéuticas.

Esta bacteria produce siete toxinas diferentes, identificadas como A-G, cuatro de las cuales son mortales para el ser humano porque producen el bloqueo de la liberación de la acetilcolina, la sustancia que desde los nervios transmite al sistema musculoesquelético la información que da lugar a las contracciones musculares; cuando el músculo del diafragma deja de funcionar, se produce la muerte por asfixia. Además del oxígeno, estas bacterias no toleran el vinagre ni los nitritos, por lo que estas sustancias son uno de los aditivos alimentarios más usuales, porque además, junto con los nitratos, dan a la carne el tono rojizo que la hace más apetecible.

Las aplicaciones terapéuticas se desarrollaron en el control de desórdenes musculares, tales como algunas formas resistentes de tortícolis o los espasmos que sufren las personas con parálisis cerebral que las incapacitan para realizar muchos movimientos. También ha resultado útil en el tratamiento de migrañas crónicas o para bloquear las glándulas sudoríparas de pacientes que transpiran de forma desmesurada.

No obstante, el uso más extendido de la toxina botulínica, su empleo en tratamientos de estética, surgió a raíz de la primera aplicación terapéutica: el tratamiento del estrabismo severo realizado por primera vez por el médico estadounidense Alan Scott en la década de los setenta. Durante la aplicación de este tratamiento, la doctora Alistair, de la Universidad de Columbia Británica (Canadá), observó una disminución en las arrugas del entrecejo. En 1988, la compañía Allergan adquirió los derechos para distribuir la toxina botulínica de tipo A, con el nombre comercial Botox, y en el año 2002 la Administración de Medicamentos y Alimentos de Estados Unidos (FDA) reguló su uso. En 2017 lo emplean millones de personas en todo el mundo para suavizar las arrugas del entrecejo, las patas de gallo alrededor de los ojos y las líneas de expresión en torno a la boca.

A comienzos del siglo XX las planchadoras empleaban planchas rellenas de carbones ardiendo. Con la llegada de la electricidad se aligeró esa ingrata y peligrosa tarea mediante el uso de las planchas eléctricas. A comienzos del siglo XXI cada vez se plancha menos ropa, pero las planchadoras no han desaparecido: ahora llevan batas blancas y emplean jeringuillas para planchar las caras.

30 de abril de 2017

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Agua: inmutable y cambiante

Agua, tierra, fuego y aire fueron considerados los cuatro elementos esenciales desde la época de los griegos. No obstante, en 1789 Antoine Lavoisier dio una nueva definición de elemento químico y demostró que el agua estaba formada por dos de ellos, hidrógeno y oxígeno; desde entonces el agua no ha dejado de maravillarnos. Por ejemplo, el agua participa en la fotosíntesis que tiene lugar en las plantas y está presente en el humo que sale por las chimeneas. En la primera reacción, las plantas fabrican sus tejidos a partir de agua y CO2 con ayuda de la energía del sol, mientras que, en la co

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