Esto ya no hay quien lo pare (Contigo a cualquier hora 13)

Mina Vera

Fragmento

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Capítulo 1

La reforma de las antiguas instalaciones de Mar Cantábrico Televisión parecía no ir a terminar nunca. El edificio en desuso se estaba modernizando para construir nuevos platós, oficinas y salas de reuniones donde los empleados pudieran tener más espacio —dado el reciente aumento de plantilla—, y (¡de una santa vez!) la ampliación del aparcamiento.

Como cada día que le tocaba casting por la tarde y llegaba a media mañana, Carolina tuvo que aparcar a cuatro manzanas del edificio de la cadena. Por lo menos, ese día no llovía. No como la última vez, que llegó hundida en agua de arriba abajo y tuvo que pedir a los de vestuario que le prestaran un traje con el que se sintió incómoda todo el puñetero día. Desde entonces, no solo no se dejaba el paraguas en casa, sino que tenía dos mudas completas en su despacho. Por si acaso.

Cargó con la pesada caja con las carpetas de los candidatos de ese día y caminó con paso firme hacia la puerta de acceso a MCT a pesar de sus altos tacones. Cuatro manzanas, nada más. Sin embargo, parecía estar haciendo el Camino de Santiago, como si el edificio, de pronto, en lugar de estar en Santander se hubiera alejado por arte de magia hasta Finisterre.

Aquella exagerada comparación la hizo pensar en cierto hombre que, en los momentos más inoportunos, se paseaba por su mente para atormentarla. Aitor Carranza, periodista y compañero de la cadena, era uno de esos errores que una cometía una y otra vez por mucho que se propusiera no volver a caer. En esta ocasión, lo había evocado en el peregrinaje que realizó a Santiago hacía dos meses, el cual Matías Ríos, dueño de MCT, había querido grabar como parte del programa Nuestro equipo, nuestra alma. Cada uno de los empleados que participaba en aquel espacio mensual se daba a conocer al público desde su lado profesional, pero también desde otro más personal.

Ella había accedido a participar para mostrar a las jóvenes que una mujer podía llegar muy lejos con esfuerzo y perseverancia. Además, de esta forma daba visibilidad al puesto de directora de casting, que tan desconocido resultaba para la mayoría de los televidentes. La cara personal que quiso dar a conocer fue la de deportista desde la infancia. Campeona de atletismo en el instituto, había seguido practicando ese y otros deportes como la natación y la hípica, los cuales la ayudaban a evadirse del —tan a menudo— estresante trabajo que desempeñaba.

El espacio se retransmitía en prime time el primer viernes de mes desde hacía ocho meses. Ella había sido la tercera participante y, desde entonces, mucha gente la saludaba por la calle, le pedía autógrafos o hacerse fotos con ella —cosa que no le molestaba, pero tampoco la entusiasmaba— y también recibía por correo electrónico consultas de jóvenes para interesarse por más detalles sobre su trabajo y qué poder hacer para llegar a un puesto similar.

Esa parte sí la gratificaba. No tanto que la miraran y cuchichearan, como la pareja de mujeres que fumaba un cigarro en la puerta de una peluquería y parecía morirse por acercarse a ella y decirle a saber qué. O el trío de chicas veinteañeras que caminaban enganchadas del brazo y, de pronto, se detuvieron para mirarla con los ojos como platos y un gesto un poco raro como de... ¿envidia insana? La admiración la había visto muy a menudo en los últimos meses, pero esa forma tan poco amable de escrutarla era la primera vez que la captaba de unas desconocidas.

Aunque todo eso no tenía parangón con el aluvión de llamadas, mensajes y clubs de fans con el que se había visto sorprendido Aitor desde hacía dos meses. Su carisma natural había traspasado la pantalla, como Matías había esperado para darle el empujoncito a los noticiarios en los que acababa de empezar a colaborar como reportero de calle. Dado el éxito de audiencia, seguramente pasaría a presentar las noticias de la noche en cualquier momento.

Pero eso Carolina ya lo había sabido desde hacía mucho. A Aitor solo le faltaba algo de experiencia para dar la campanada. Y algo más de edad. Lo conocía desde hacía tres años, cuando entró a formar parte de MCT como redactor a los veinticuatro. Fue en una fiesta de la cadena cuando él se le acercó por primera vez, le demostró que detrás de su cara de ángel y su cuerpo escultural había mucho seso y cantidades ingentes de encanto, y ella sucumbió. Al igual que hizo otras tantas veces después de esa. Hasta que se plantó y dijo basta. Con cuarenta años recién cumplidos, Carolina no veía futuro alguno a esa relación, por mucho que Aitor fuera la mayor debilidad que había tenido en toda su vida.

«Andar este camino te ayuda a reflexionar sobre todas las decisiones que has ido tomando, qué es lo que de verdad te importa, qué personas son indispensables para ti y te gustaría que caminaran a tu lado en estos momentos... Es con esas personas con las que deseas recorrer el camino de tu vida».

Recordaba esas palabras letra por letra. Había llorado al escucharlo sincerarse con el presentador que lo había acompañado en su peregrinaje. Había llegado a miles de corazones con aquellas sencillas palabras. Sin embargo, Carolina sabía que, como en una declaración pública pero secreta, iban dirigidas a ella porque... ya se las había dicho una vez. Se mantenía alejada de él desde entonces. No le había negado su amistad, aunque iba a ser muy difícil no sucumbir por enésima vez al poder que ejercía sobre ella si volvía a ponerse filosófico y le hablaba con la madurez que mostraba últimamente. Ya no podría escudarse en que se llevaban trece años y que una relación a futuro era impensable. Porque no buscaban lo mismo en la vida. El muchacho ya era un hombre, y a ella se le acababan los argumentos ante lo que, cada vez con más frecuencia, veía en él, aunque fuera de lejos y sin dirigirle la palabra más que lo justo.

Llegó con los brazos entumecidos a su despacho y soltó la caja con un sonoro golpe contra la mesa. El corazón casi se le salió del pecho al percatarse de quien ocupaba su silla.

—¡La leche! ¡Aitor! Qué susto me has dado.

—Perdona. Te estaba esperando.

—Ya veo. —Carolina se peinó con los dedos la corta melena morena, algo revuelta por el paseíto, y lo observó unos instantes mientras relajaba los brazos, sacudiéndolos. Se notaba que estaba preocupado por algo, la arruguita entre sus cejas anchas y rubias así lo delataba. Que no la mirara a la cara la puso alerta. Se sentó en otra silla frente a él y apoyó los brazos sobre la mesa—. ¿Ocurre algo?

—Aún no lo sabes.

—¿Saber, el qué?

Los ojos azules de Aitor se cruzaron un momento con los suyos, y Carolina captó en ellos algo muy cercano a la desolación.

—En primer lugar, quiero que sepas que yo no tengo nada que ver con esto. Ni sé quién puede haber filtrado las fotos, ni por qué las harían en su día, cuando éramos unos desconocidos para el público. Matías opina que debe de haber sido alguien de la cadena que nos vio por casualidad, las hizo y las ha estado guardando todo este tiempo para usarlas cuando pudiera sacar provecho de ellas.

—¿De qué estás hablando?

—De esto.

Ante el estupor de Carolina, Aitor abrió, por una página marcada, una revista de cotilleos que había quedado medio oculta bajo la caja de la docu

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