Relatos del confín del mundo (y del universo)

Juan Diego Soler Pulido

Fragmento

NOTA AL LECTOR

Estas son mis historias sobre Antártida, el continente más alto, más frío y más seco de la Tierra. Llegué hasta allá gracias a mi trabajo. Por eso, también son historias de astrofísica, la ciencia que estudia todo lo que existe en el firmamento, más allá de la atmósfera de nuestro planeta.

En este libro usted podrá encontrar:

  • Gente que busca un continente como quien busca las llaves en una habitación a oscuras.
  • Un continente cubierto de hielo donde el sol permanece oculto durante semanas.
  • Gente que viaja a ese continente para estudiar el fósil de luz del origen del universo.
  • Ballenas, focas, pingüinos, petreles de las nieves y skuas.
  • Globos para remontar la atmósfera terrestre y medir luz que no se percibe con los ojos.
  • Barcos atrapados en un laberinto de hielo.
  • La sombra del polvo en la Vía Láctea.
  • Personas cautivas en tormentas en las que ni siquiera pueden escuchar sus propios gritos.
  • La huella del campo magnético que permea el espacio entre las estrellas.

Y algunas cosas más.

Este libro no tiene villanos, pero contiene algunas historias protagonizadas por personas y naciones con actitudes que hoy deberían ser inaceptables. Contarlas no condona actividades inexcusables, por ejemplo, reclamar personas como posesiones, despojándolas de su autonomía y sus territorios. Tampoco excusa el hecho de que durante siglos las mujeres fueron apartadas de las actividades científicas y de exploración. Esa es la razón por la cual no tienen papeles protagónicos en muchos de estos relatos. De hecho, una mujer no vio Antártida con sus propios ojos hasta 1931, cuando las noruegas Ingrid Christensen y Mathilde Wegger avistaron sus costas desde el buque Thorshavn. Afortunadamente, vivimos en una época privilegiada en que la sociedad nos permite ver con una mirada crítica el pasado. Confío en su buen criterio para valorarlo.

Permítame presentarle unas sugerencias para el disfrute de este libro:

  • Si durante la lectura usted experimenta el vértigo que suele estar asociado con los relatos de fechas y lugares lejanos a su hogar, no se alarme. Todas estas historias suceden en el mismo planeta en el que han vivido todos los seres humanos, un mundo rocoso que gira alrededor de una de los 100.000 millones de estrellas en una de los millones de millones de galaxias que existen en el único universo que conocemos (hasta ahora).
  • En caso de alergia aguda a las matemáticas, relájese. A pesar de ser un libro escrito por un físico, no tiene ninguna ecuación, no tiene examen final y no pretende enseñarle nada distinto a las actividades que escogen algunas personas para pasar su tiempo en este mundo.
  • En caso de angustia, recuerde que no hay pingüinos en el Polo Norte, no hay osos polares en el Polo Sur, la Tierra no es plana, las vacunas funcionan, sí llegamos a la Luna, el calentamiento global es real y usted puede ayudar a mitigar su impacto.

Ya sin más preámbulos, le sugiero que busque un lugar cálido, se proteja del viento y libere su imaginación. Este es un viaje hacia el confín del mundo (y del universo).

Juan Diego Soler

Figura 1. Regiones antárticas (2021).

1. EN BUSCA DEL CONFÍN DEL MUNDO

El hogar de los vientos / Un reino fantasma / El espejo del cielo / El río amargo / Un inmenso mar dotado de delirios / Un dominio entre los mares

Acantilados de Hutton, Antártida
77° 43′ 58˝ S 166° 51′ 57˝ E
13 de diciembre de 2010

Estoy sentado junto al agujero esperando a que vuelvan las focas. Hace unos minutos, apenas los buzos desaparecieron en las aguas oscuras, vi los rostros de las focas salir a la superficie y me encontré reflejado en sus profundos ojos negros, brillantes como una esfera de ónix. El único sonido en la cabaña de madera es el ronroneo del ventilador que sopla aire caliente directamente sobre la abertura circular en el hielo.

No siento frío. Pero el aire de cada exhalación forma una nube pasajera frente a mi rostro. Estoy sentado sobre las pesadas botas blancas, con las rodillas y las manos sobre el piso de madera, como un niño en un jardín infantil esperando a que lo llame la profesora. Y es que estoy ahí en una condición muy similar. Cuando recibí la invitación a pasar el día con los buzos, le prometí al profesor que iría para aprender, ayudar y no hacer estorbo. Ver al vulcanólogo alemán aún pálido por el susto y tendido frente al calentador en la esquina de la cabaña me recuerda mi promesa.

Los minutos parecen transcurrir despacio. La cuerda junto a la escalera colgante con los peldaños metálicos que desaparecen en el agua permanece inmóvil. Probablemente podría salir a charlar con “las chicas de los gusanos”. O distraerme viendo la pared de hielo que se descuelga desde lo alto del acantilado detrás de la cabaña. Pero no quiero cometer ningún error. No quiero dejar de estar ahí, presente. No quiero exasperar a los buzos. No quiero perder las muestras. Aprender, ayudar y no hacer estorbo. También quiero ver las focas. Pero las focas no volvieron. Bajo el trance inducido por el sonido del ventilador y el suave movimiento de la superficie del agua mi mente iba a la deriva por lo que había ocurrido esa mañana.

Me descolgué en silencio del camarote. Saqué mi ropa y la mochila naranja al pasillo para no despertar a Elio. En el pueblo en el que todos tienen que compartir habitación es normal ver a la gente terminando de vestirse frente a su puerta. Dejé mi overol negro y la ropa térmica en un rollo sobre la alfombra marrón que me recordaba el pelaje de una antigua mascota olímpica. Con dos golpes de agua me lavé la cara reflejada en uno de los tres espejos ovalados, cada uno frente a un lavamanos. Con medio vaso de agua terminé de cepillarme los dientes. Me despedí con la mirada en el espejo del piloto que se terminaba de afeitar y salí del baño

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