La Voluntad 3. La patria socialista (1973 - 1974)

Eduardo Anguita
Martín Caparrós

Fragmento

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La Voluntad es un intento de reconstrucción histórica de la militancia política en la Argentina en los años sesenta y setenta. Y, también, la tentativa de ofrecer un panorama general de la cultura y la vida en esos años. La Voluntad es la historia de una cantidad de personas, muy distintas entre sí, que decidieron arriesgar todo lo que tenían para construir una sociedad que consideraban más justa.

Elegimos las historias que la componen para que ofrecieran un cuadro de las corrientes y espacios sociales de la época. La elección siempre se puede discutir; por otro lado, no todos los que contactamos quisieron dar su testimonio. Pero creemos que la veintena de relatos que se cruzan en su trama muestra cómo era la vida cotidiana, los intereses, odios, convicciones, objetivos, miedos y satisfacciones de los que eligieron ese camino.

La Voluntad es el resultado de años de trabajo. Para escribirla, hicimos unas veinticinco entrevistas de muchas horas cada una y revisamos numerosos archivos. Pero el libro, sin duda, está incompleto. Hay muchas cosas que todavía no se pueden contar en la Argentina contemporánea. O que no se pueden saber, porque sus protagonistas están muertos.

Esas cosas, por supuesto, forman parte importante de este libro. Pero hay mucho que sí se puede contar, aunque hasta ahora muy pocos lo hayan hecho. Todo lo que se relata aquí es, hasta donde sabemos, cierto, y ha sido chequeado cuidadosamente. Solo fueron cambiados unos pocos nombres, en situaciones que no se alteran por eso. El resto es Historia.

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A sus hijos

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UNO

—¡Compañeros y compañeras: debo decirles que hoy, 25 de mayo, el país inicia una nueva era, que tendrá la característica de que el pueblo argentino será quien va a gobernar!

Dijo, desde el balcón de la Casa Rosada, el nuevo presidente de la Nación, Héctor José Cámpora, y, desde abajo, cientos de miles de personas gritaron Perón, Perón. En el balcón, el presidente se tomó un respiro y levantó una mano para pedir que lo escucharan:

—El pueblo argentino, inspirándose en el líder de la nacionalidad, el general Juan Perón, me dio este mandato. Este mandato yo se lo transfiero al pueblo, tal cual lo hubiera hecho el general Perón. Tal cual lo ha querido el líder indiscutible de la inmensa mayoría de los argentinos, iniciamos hoy el reencuentro de todos. Haremos la unidad nacional, conseguiremos la reconstrucción del país y tendremos en pocos años la Argentina liberada…

—¡Perón,/ Evita,/ la patria socialista!

Gritaron muchos miles, y muchos menos contestaron:

—¡Perón,/ Evita,/ la patria peronista!

No hacía una hora que el nuevo presidente había recibido la banda de manos del general Alejandro Agustín Lanusse, y en la plaza el júbilo aumentaba. Las pancartas de los sindicatos quedaban chicas al lado de los enormes carteles de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), Montoneros y la Juventud Peronista. Nadie sabía cuánta gente había, pero muchos hablaban de cientos de miles; un cuarentón emprendedor contaba que varios cientos de vendedores llevaban colocados más de 150.000 gorritos con las caras de Perón y Cámpora a 3 pesos cada uno, y 4000 cafeteros habían despachado unos 500.000 vasitos a un peso la unidad, por un total de 50.000 dólares. Aquí y allá había desmayos, soponcios, heridas menores: 30 puestos sanitarios organizados por la JP trataban de solucionarlos.

—¡Qué lindo, qué lindo,/ qué lindo que va a ser,/ el Tío en el gobierno,/ Perón en el poder!

Cerca de la Rosada, tres bombistas se trenzaban en un duelo de redobles sin cuartel: al cabo de cuarenta minutos un canalla rosarino, el Tula, resultó el ganador. En todos los rincones la gente se abrazaba, se felicitaba, se emocionaba, festejaba sin terminar de creer lo que estaba viviendo. Horacio González, Nicolás Casullo, Elvio Vitali, Graciela Daleo, Luis Venencio, Mercedes Depino, Emiliano Costa, Miguel Bonasso estaban entre ellos. Y había un grito que empezaba a imponerse a los demás:

—¡El Tío presidente,/ libertad a los combatientes!

En el balcón, Cámpora terminaba su discurso:

—No olviden aquello que nuestro líder indiscutido repetía todos los días en que se encontraba con su pueblo después de ver los festejos populares, en los días de fiesta como este doble 25 de mayo. Doble porque, como dije, hoy empieza la patria libre del general Perón. Quiero decirles que, después de presenciar las fiestas populares, recuerden esta frase del líder: «De casa al trabajo y del trabajo a casa».

Terminó Cámpora, y el grito se hizo más y más fuerte:

—¡El Tío presidente,/ libertad a los combatientes!

Eran las cinco de la tarde y, en la Plaza de Mayo, muchos miles se preparaban para marchar hasta el penal de Villa Devoto para forzar la liberación de los presos políticos.

 

 

—Hoy no hay ni un cana en la calle, es fiesta… Dale, Norma, dejamos a la Aleidita con los compañeros y vamos.

—Sí, pero ponete los anteojos y peinate con gomina.

Aunque todavía estaba clandestino, Alejandro Ferreyra no quería perderse la liberación de los presos de Devoto: sería un triunfo verlos salir a todos por la puerta grande. Agarró la campera de gamuza, la radio a transistores y una pistola 9 milímetros y, junto con Norma Barreiro, su mujer, se fue a la parada del colectivo. Cuando llegaron a dos cuadras del penal ya se estaba juntando mucha gente, pero Alejandro y Norma se quedaron un poco retirados:

—Mejor que no nos reconozcan ni los compañeros.

Todos estaban seguros de que la liberación de los presos era cosa de un rato. Alejandro recordaba imágenes de otras libertades: la de la Sayo Santucho y Clarisa Lea Place cuando las sacaron, con Mario Santucho y el Pepe Polti, a punta de pistola, de la cárcel del Buen Pastor en Córdoba. Se acordó de la fuga de Rawson. Y de cuando se enteraron de que sus dos compañeras habían sido fusiladas en Trelew. Después lo invadió la imagen de Polti, su gran amigo, y miró a su mujer. Ella también tenía los ojos rojos.

—Mierda, me emociono como una criatura…

—Y sí, qué querés. Mirá, allá está el Hippie, vení.

—No.

—Bueno, esperame un momentito.

Alejandro prefirió quedarse a un costado. Pero enseguida Alejandro Álvarez, el Hippie, se le acercó y lo abrazó fuerte.

—Recién estuve con Galimba y organizamos dos cordones para la salida, pero los nuestros no tienen ni brazaletes…

Alejandro Álvarez conocía a Galimberti de la época en que estudiaban juntos Ciencias Económicas.

—Che, Lucas, si no los largan en un rato vos les organizás una fuga, dale…

A Alejandro Ferreyra hacía tiempo que nadie lo llamaba Lucas, y le gustó que alguien reconociera, ese día, que él también había sido una parte de esa historia. Los dos Alejandros se sumaron a los gritos:

—¡A la lata,/ al latero,/ libertad a los compañeros!

Cada vez había más gente. Mercedes Depino había llegado marchando desde el centro con sus compañeros de la carrera de Sociol

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