Durante mil noches

Hollie Deschanel

Fragmento

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Capítulo 1

Cuando su abuelo le había dicho que le gustaría vivir allí, en Inverness, Lesslyn no le había creído. Recordaba su mirada llena de pánico por tener que abandonar el hogar que conocía y marcharse lejos de su familia, para cumplir con su petición de ser una mujer respetable. Como si ella no lo fuera, o como si mandarla al corazón de las Highlands fuera a convertirla en la nieta perfecta, tal como él quería desde siempre.

A fin de cuentas, Tiberius Gallagher tenía un serio problema escuchando a los demás. Él imponía y luego se marchaba a fumar con su pipa, encerrado en su despacho, haciendo oídos sordos de las réplicas.

Lesslyn suponía que se había labrado la fortuna que tenía gracias a esa estrategia. No era tan mala, sobre todo porque su madre hacía lo mismo; solo que ella se encerraba en la cocina y le impedía el paso a cualquiera que no se estuviera muriendo de hambre.

Así que, desolada y furiosa, había tenido que hacer su maleta y marcharse a Inverness tan pronto como su abuelo le había comprado los billetes. Había avisado a sus compañeros de la destilería que iba a enviar a su querida nieta para que los ayudara con la tienda donde solían recibir a los turistas, tratando de venderles las botellas que etiquetaban con mimo y cariño, para luego exponerlas en estanterías de cristal, donde la gente las apreciaba con cierto encanto debido a la forma en que la botella se arrugaba ligeramente allí donde el papel no la tocaba.

El viaje en tren había sido agotador. Había intentado leer las novelas que se había traído consigo, ocultas en su bolso de mano, mientras lo demás lo había enviado en cajas por mensajería.

Odiaba pensar que manos desconocidas tenían en su poder sus pertenencias más preciadas: los vestidos que solía ponerse cuando salía a pasear, sus medias favoritas, los anchos jerséis que usaba en los días más duros del invierno, sus bufandas y abrigos, los zapatos y los bolsos, sus novelas restantes, el portátil donde solía ver un montón de películas y, en definitiva, toda la vida que había construido en Pembrokeshire.

Lo único que la tranquilizaba en su nueva aventura por Abercrombie’s whisky era que todas esas personas conocían a su abuelo y no le harían la vida imposible. O eso esperaba. Tenía los ahorros suficientes para volver con el rabo entre las piernas donde su abuelo y pedirle una segunda oportunidad para encauzar su vida.

¿Por qué era tan cruel con ella? Sabía que su abuelo la quería muchísimo. Era la única nieta que tenía y, prácticamente, la había criado como una segunda hija. Recordaba todas las tardes en que le había enseñado a jugar a las cartas, al dominó y al ajedrez; cómo, con paciencia, le mostraba el arte de apreciar un buen whisky. También guardaba gratos recuerdos de las veces que paseaban por el centro y le compraba sus pasteles favoritos, rellenos de crema y espolvoreados de azúcar glasé. Cada vez que entraba en casa, olía a dulce y a tabaco de pipa, y se escuchaba una tenue música de jazz.

Tiberius era un buen hombre. Terco y parco en palabras, pero con un corazón enorme. Y ella no había heredado nada de ese temple; por eso la enviaba allí, con la esperanza de que la destilería la ayudase a sentar la cabeza.

Como nadie fue a recibirla a la estación, se marchó de allí con el bolso de mano y el abrigo abierto, paseando con calma por los largos caminos de tierra que se perdían por entre los campos de un verde tan intenso que seguramente no sabría hallarlo en ningún lugar más que allí. Porque el verde de Escocia era diferente al verde en otro lado del mundo, más colorido, más vivo. Como si se hubiera inventado una nueva tonalidad para cubrir aquellas altas laderas que envolvían y protegían el río Ness.

No le costó mucho rato ubicar la destilería. Estaba lejos de la ciudad principal de Inverness, mas no tanto como para necesitar coger un taxi. Su abuelo le había dicho que usara un mapa para guiarse, sin confiar en su sentido de la orientación, pero Lesslyn era bastante más espabilada de lo que dejaba ver. Y se sentía todavía furiosa con su abuelo por considerarla una mujer incapaz de mantener los pies sobre la tierra y usar su inteligencia para algo que no fuese perder trabajos. Uno detrás de otro.

Entonces, que estaba allí, en el corazón de su imperio, le demostraría que era válida. Como lo habían sido su abuela y su madre. Como las mujeres Gallagher eran, en realidad, desde el principio de los tiempos.

—Quédate quieta —dijo una voz ronca y masculina que la sobresaltó.

Lesslyn se fijó en el hombre alto que la miraba con sus increíbles ojos de un azul oscuro como la superficie del mar en plena noche. Pero no era eso lo que captaba su atención en realidad, sino el hecho de que llevaba una escopeta y la estaba apuntando con ella.

Tragó saliva al notar cómo temblaba y cómo su corazón latía totalmente desbocado. ¿Ese psicópata iba a matarla? Y, encima, nada más llegar a Inverness. ¿Cuántas probabilidades había de que los asesinos en serie se escondieran junto al río Ness, fingiendo ser un pueblerino responsable con su trabajo? Lesslyn supuso que, en realidad, era la clase de sitio que servía para ocultar el ansia de sangre de un psicópata.

—Tengo dinero —aseguró ella—. Bueno, mi abuelo, pero apuesto a que le encantará recompensarte si me dejas vivir.

Hizo ademán de moverse, pero él negó con la cabeza, sin bajar el arma.

—No des un paso más —le advirtió con esa voz ronca que, en cualquier otro lado, lugar y persona le habría parecido supersexi—. Si lo haces, morirás.

—Y si no me muevo, también. No es justo. —Lesslyn quiso patalear en el suelo, pero eso no le habría ayudado en nada—. ¿Nadie te enseñó en casa a no apuntar a una chica con un arma?

Casi le pareció ver que una de las comisuras de su boca se elevaba. Pero fue un gesto tan sutil que, quizás, se lo había imaginado.

—¿Te cuesta acatar una simple petición? —Él sí que se movió, despacio, hacia donde se encontraba—. La vas a asustar.

Lesslyn pestañeó.

—¿A quién? ¿A tu escopeta?

Se sintió tonta nada más soltarlo. Él suspiró, sin decir nada, y caminó en grandes zancadas hasta quedar a medio metro de distancia. Entonces cargó la escopeta, apuntó a sus pies y disparó. Lesslyn chilló, pero no fue tanto del susto que le produjo ver la bala impactar contra la hierba que tenía delante, sino por la serpiente que salió de allí agitándose y sangrando.

Notó que el corazón se le agitaba dentro del pecho. El pánico la arropó mientras veía al animal agonizando, y fue tan intenso que se tropezó con sus propios pies y cayó de culo sobre la tierra. Pero eso solo la puso más histérica, creyendo que había más serpientes que podrían ir a por ella, así que luchó por levantarse.

—Tranquila —dijo el desconocido, que ya había bajado el arma y la estaba ayudando a incorporarse. La sujetó del brazo con firmeza, y el contacto le ardió a través de la ropa—. Solo estaba ella.

—¿Ella? ¿Cómo que ella? ¿Acaso sabes diferenciar a las hembras de los machos?

Se apegó a él como si pudiera protegerla de cualquier mal oculto entre la maleza, todavía temblando.

—Solo a las hembras porque son las únicas que protegen

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