Pandemia

Robin Cook

Fragmento

Prefacio

Prefacio

El número de la revista Science aparecido un caluroso 17 de agosto de 2012 incluía un artículo sobre inmunidad bacteriana con un título tan esotérico que los presentadores de los programas nocturnos de entrevistas podrían haberlo sacado a colación en sus monólogos para mofarse de la jerigonza de los científicos. Pero la publicación de ese artículo resultó ser un importantísimo punto de inflexión en el campo de la biología, pese a la modesta predicción que lanzaba en la conclusión final, según la cual los mecanismos que se describían en el texto «podrían ser potencialmente muy útiles en la determinación genética y las aplicaciones en el genoma».[1]

No es nada habitual que se produzca semejante subestimación, dado que su potencial ya ha generado una auténtica explosión de aplicaciones. El artículo de Science fue el primero en presentar al mundo una quimérica molécula biológicamente activa llamada CRISPR/CAS9, que se había creado a partir de un sistema inmune bacteriano que había evolucionado para contrarrestar a invasores víricos. Esta extraordinaria molécula, creada a partir de tres componentes bacterianos fáciles y baratos de producir, se puede adaptar para buscar y alterar genes en animales y plantas. De manera que, con unas pocas lecciones, incluso un estudiante de instituto provisto de unos reactivos asequibles y fáciles de conseguir podría aprender a modificar la composición genética de células vivas, que pueden transmitir los cambios a las células hijas. Con la CRISPR/CAS9, cualquier gen cuya secuencia conozcamos puede eliminarse, reemplazarse, activarse o desactivarse, y todo eso se puede llevar a cabo en unas instalaciones similares a las de un taller de reparación de automóviles. Así de fácil. Hasta ahora, esto solo existía en los sueños futuristas de un biólogo molecular dedicado a la investigación con un enorme y carísimo laboratorio a su disposición. En otras palabras, la CRISPR/CAS9 es un mecanismo de edición genética muy democrática y con un enorme potencial, capaz de reescribir el tejido de la vida, incluida la vida humana. No hay ninguna duda de que su potencial revolucionará la medicina, la agricultura y la cría de animales.

Pero tiene también una cara oscura. La facilidad de obtención y manejo de esta versátil y poderosa herramienta que pone el poder del creador en manos de tal cantidad de actores sin ningún tipo de control contiene tantos peligros como promesas. Con tantos operadores potenciales en liza, la situación es aún más preocupante que lo fue con la física nuclear después de la división del átomo, porque en aquel caso muy poca gente tenía acceso a la materia prima y a los equipos necesarios para ponerse a experimentar por su cuenta. Con la CRISPR/CAS9, la pregunta es si los futuros investigadores, sean biólogos de prestigio internacional, emprendedores con ambiciones o estudiantes de instituto, actuarán de acuerdo a criterios éticos, se dejarán llevar por la voluntad de maximizar sus propias ventajas individuales o actuarán por puro capricho, sin que les preocupen apenas o no les preocupen lo más mínimo las consecuencias para el planeta y la humanidad. Pandemia aborda este peligro.

Prólogo

Prólogo

Primera parte

Miércoles, 7 de abril, 1.45 p.m.

David Zhao, de veintiocho años, tomó la salida de la Interestatal 88 hacia la Carretera 661 de New Jersey, en dirección sur hacia una pequeña ciudad llamada Dover, situada en una zona relativamente rural del noroeste del estado. Conocía bien el camino porque lo había hecho cientos y cientos de veces durante los últimos años. Con el tráfico bastante fluido de un miércoles a mediodía era un desplazamiento rápido, de poco más de una hora. Como de costumbre, había tomado la interestatal justo después de atravesar el puente George Washington. Venía del Centro Médico de la Universidad de Columbia, en la parte alta de Manhattan, donde estaba estudiando el doctorado en genética y bioinformática en el Departamento de Biología de Sistemas de la Universidad de Columbia.

David viajaba solo, como solía hacer cuando iba a Dover. También como de costumbre, el desplazamiento obedecía al apremio de su padre, Wei, que, ciertamente, avergonzaba a David. Como muchos hombres de negocios chinos de éxito, su padre había tenido la oportunidad de subirse a la ola del milagro económico de la China moderna. Pero ahora que se había convertido en multimillonario, prefería vivir fuera de la República Popular China, porque se sentía mucho más cómodo con el liberalismo económico de Estados Unidos. Para David, esta actitud olía a traición y ofendía el orgullo que él sentía por el extraordinario progreso y la larga historia de su país.

El verdadero nombre de David era Daquan, pero se lo cambió nueve años atrás cuando su padre lo envió a Estados Unidos a estudiar biotecnología y microbiología en el MIT. Necesitaba un nombre occidentalizado, porque Zhao Daquan no iba a funcionar, sobre todo teniendo en cuenta el orden habitual chino de colocar delante el apellido. Necesitaba un nombre americano para no confundir a la gente o quedar marginado, ya que sabía que la discriminación en la sociedad americana era algo relevante. Para resolver el problema, buscó en Google nombres de chico populares en Estados Unidos. Y como David empezaba con las mismas dos primeras letras que Daquan y también tenía dos sílabas, lo eligió de inmediato. Aunque le llevó algún tiempo acostumbrarse a su nuevo nombre, ahora que ya lo había asimilado, le gustaba. No obstante, soñaba con recuperar Zhao Daquan en cuanto regresara a China. La idea era volver allí el próximo año, cuando terminase su doctorado, y tomar las riendas de las empresas de biotecnología y farmacia de su padre, suponiendo que siguieran emplazadas allí. El mayor temor de David era que su padre consiguiera su objetivo de sacar la totalidad de sus empresas de la República Popular.

Una vez en la carretera secundaria, David aminoró la velocidad. Era consciente de que le gustaba apretar el acelerador, sobre todo con este coche que le había regalado su padre por su último cumpleaños: un Lexus LC 500 cupé negro mate. A David le gustaba, pero no era el coche que él quería. Le había pedido específicamente un Lamborghini como el que tenía otro estudiante chino de doctorado amigo suyo, pero como de costumbre, su padre había ignorado sus preferencias. Había

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