El diario de Frida

Ana Punset

Fragmento

cap-1

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Todo sigue igual, pero nada es lo mismo. Esa es la sensación que tenemos todas desde que se marchó Marta. Yo no soy muy de pensar en el pasado y ponerme triste, prefiero los pensamientos más útiles. Soy así, más práctica. Pero aun siendo la más práctica del grupo, la que huye de las ñoñerías e intenta centrarse en lo positivo, noto la ausencia de Marta cada día. A ver, es normal, han pasado ya casi dos meses desde que se fue a vivir a Berlín, y antes de eso lo hacíamos TODO juntas. Y cuando digo TODO, es de verdad TODO.

Ahora seguimos haciendo las mismas cosas las tres que nos hemos quedado, pero echando mucho de menos a Marta. Y se nos nota en la cara, como ahora, que se lo noto a Lucía, que está, pero no está, mientras Bea nos habla de lo que le está costando aprenderse la partitura de violín esta semana.

—Es como si no pudiera memorizar nada y mis manos no respondieran —dice Bea y yo la oigo solo a medias.

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Estamos sentadas en nuestro banco de siempre, en el parque que está justo al lado del colegio. Desde que tengo memoria, nos quedamos un rato en este banco muchos días al salir de clase antes de volver a casa, y nos sentamos todas de la misma manera. Lucía en el respaldo, Bea de pie, yo en un brazo y Marta… Marta ya no está, pero ella también era de respaldo, definitivamente, y por eso seguimos dejando su sitio vacío, como si se hubiera levantado un momento y fuera a volver enseguida… Ojalá.

—¿Me estáis escuchando? —pregunta Bea con los brazos en jarras un poco mosqueada.

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Y con razón. Porque efectivamente, ni Lucía ni yo estamos muy atentas a su historia.

—Ay, perdona, Bea, te intento escuchar, sí, pero es que no puedo dejar de mirar el sitio de Marta… La sigo echando tanto de menos… —confiesa Lucía haciendo un puchero.

Bea, muy comprensiva, asiente. Ya no está molesta. Se sienta al lado de Lucía y apoya la cabeza en su hombro. Yo me uno a ellas y alargo el brazo para rodearlas y así quedarnos las tres bien juntas, pero igual de tristes.

—¿Os acordáis de aquel día que nos perdimos con el autobús al ir a buscar aquella tienda? —pregunta Lucía con la mirada al frente, y Bea y yo nos echamos a reír al recordar la escena perfectamente.

—Marta decía que había sido el mejor día de su vida —comenta Bea.

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—Aventura en cuatro ruedas —decimos las tres a la vez, porque así es como nuestra amiga llamaba a ese día en el que no sabíamos dónde estábamos, pero no nos preocupaba porque estábamos las cuatro juntas. Bueno, a unas les preocupaba más que a otras, porque Bea tuvo un momento de crisis y casi le da algo.

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Aquel recuerdo da pie a que las tres nos quedemos en silencio recordando otros tantos de los cientos de miles de recuerdos que compartimos las cuatro, hasta llegar a aquella última tarde que pasamos juntas en nuestra heladería favorita, cuando le dimos a Marta el libro de recuerdos de tapas rojas y creamos las diez reglas de oro de nuestro Club de las Zapatillas Rojas, el club que habíamos creado para luchar contra la distancia que nos iba a separar…

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De pronto, escucho la voz bastante insoportable de una compañera de clase. Se llama Marisa y siempre va acompañada de varias chicas que parecen querer besar el suelo que pisa. Son tan cursis que las solemos llamar las Pitiminís, pero hoy hay algo en su conversación que me hace querer escuchar lo que están parloteando mientras pasan por delante de nosotras. Y es que la palabra clave es Berlín. Cada vez que escucho esa palabra en cualquier lugar, quiero saber qué sucede. Como Marta está viviendo allí, no quiero perderme nada importante de lo que allí pueda ocurrir. Así que alcanzo a escuchar solo fragmentos de una conversación:

—… concurso de baile…

A Berlín una semana…

Me incorporo con ganas de saber más de ese concurso, así que les pregunto directamente a ellas sin saber lo que estoy provocando.

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—Perdona, Piti… digo, Marisa, ¿de qué es ese concurso? ¿El premio es un viaje a Berlín? ¿Quién lo organiza?

Marisa se aparta su melena llena de mechas en un gesto algo repipi antes de mirarme con desgana. De todos modos, me responde, y es que creo que le impongo un poco porque le saco una cabeza entera.

—Mira, Frida, no es que sea de tu incumbencia, pero lo organiza el colegio, en coordinación con una academia de baile. Y sí, el viaje a Berlín es el premio. ¿Por qué? ¿Ahora resulta que te gusta bailar? Pensaba que tú eras más de lanzar pelotas al aire…

El tono de Marisa no me gusta nada, pero como a mí estas situaciones no me pinchan (incluso me divierten) solo respondo con una sonrisa que sé que le va a molestar. Y le digo:

—Gracias por la información. Y ya ves, dicen que cada día aprendes una cosa nueva. ¡Felicidades!

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Al darme la vuelta para regresar con las demás escucho un pequeño gruñido de Marisa que me alegra aún más el momento. Y es que lo que acabo de averiguar es bueno, muy muy bueno. Bea y Lucía me miran con el ceño fruncido sin comprender qué hacía hablando con ese grupo, pero entonces les cuento lo que acabo de averiguar:

—Vamos a ganar un concurso de baile y nos vamos a ir de viaje a Berlín a ver a Marta.

Y sus caras no tienen precio.

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