A bocados

Lucía Moya

Fragmento

a_bocados-3

Capítulo 1

La cuerva y la loba

Sus ojos violáceos escudriñan el bosque bajo la luz de las estrellas. Volver a contemplarlo todo bajo una gran miríada de colores le colma el corazón de tranquilidad y nostalgia. Quizás el hecho de que nadie la observe con desprecio ayude a crear este sentimiento de paz: entre los animales suelen convivir la cautela y el hambre, y el desdén les es desconocido. Por tanto, ella puede sentirse completamente libre.

Planea y se apoya en una rama antes de limpiarse las plumas con cuidado. En medio del silencio acunado por el resto de aves nocturnas, el estruendo de una rama al partirse hace eco hasta sus oídos, congelándola en el sitio. Sus pupilas se dilatan y enfocan una mata de pelo pardo y gris.

Abajo, en el suelo, Ekaitza se pone en guardia: aún está algo dormida, pero no puede permitirse el lujo de cometer errores como aquellos. Después de todo, es una depredadora, y así solo ahuyentaría a sus posibles presas… además de revelar su posición.

Una nube descubre la luna y arranca un destello al níveo plumaje de la cuerva, llamando la atención de la loba, y las miradas de ambas se encuentran entre el follaje.

El sentido del peligro de Vivian le hace mantenerse inmóvil unos segundos más, hasta que se percata de que la mirada de la loba no transmite hambre ni cautela, ni siquiera curiosidad. Sus iris amarillos están llenos de admiración, de interés, de… ¿aprecio? Casi como si, más que un animal, fuera un humano disfrazado, un cordero con piel de lobo.

Así que Vivian relaja los músculos y salta de rama en rama hasta alcanzar las más bajas, sin dejar de contemplarla fijamente. Ambas se encuentran a tan solo unos metros de distancia, hechizadas por las pupilas de la otra, y solo el cantar de un grillo les hace parpadear. Ekaitza, consciente de su tamaño, se pone panza arriba, y la cuerva comprende entonces que no hay peligro alguno. Planea hasta colocarse al lado de su cabeza, y la loba queda impresionada tanto por sus ojos violetas como por su gran envergadura: el ave es la mitad de grande que ella, y eso que, para ser una loba, ella supera la media.

La distancia entre ellas disminuye centímetro a centímetro, como atraídas por un imán invisible, y la cuerva se acurruca al lado de la loba, para sorpresa de esta última, que ni se atreve a moverse. El ave, sintiendo una calidez que reconoce como familiar, cierra los ojos. Así que se deja llevar, y cae en un sueño reparador bajo la luz de la luna.

Quizás se deba a las largas horas que Ekaitza estuvo observando a aquel cuervo completamente blanco el que la chica completamente blanca llame tanto su atención. Quizás es porque sus ojos violáceos son muy similares, o porque la suavidad que su pelo le recuerda cada una de las níveas plumas del animal, o quizás sea esa confianza en sí misma que luce sin preocuparse por los demás. Quizás, en el fondo, Ekaitza reconoce a Vivian, aunque no se da cuenta de ello. Al menos, no todavía.

Vivian, por su parte… La cuerva apenas observó a la loba antes de caer dormida, y tan solo le echó un vistazo al marcharse poco antes del amanecer, camino a su nuevo trabajo. No, Vivian no reconoce a la loba que dormita bajo la piel llena de pecas de Ekaitza, esa piel morena, casi tan oscura como el pelaje pardo de su parte animal. Porque Vivian no suele reparar en los humanos más de lo necesario. Sí, está acostumbrada a sus miradas insidiosas, a su miedo, a que la señalen con el dedo, y su mecanismo de defensa es ignorarlos a todos. Vive entre ellos, y es cierto que puede cogerles cariño, de una forma o de otra, pero procura mantenerse a cierta distancia. Los humanos y los monstruos como ella, los vampiros, deben mantenerse alejados unos de otros, y los primeros no deben conocer la existencia de los segundos…

Sin embargo, mantenerse al margen no entra en los planes de Ekaitza, que en el mismo momento en que ve a aquella chica se convence de que debe saber más de ella. La observa caminar hacia la calle del puerto, hacia la biblioteca, y se da cuenta de que ella es la nueva bibliotecaria de la que tanto se ha hablado en los últimos días. No solo eso, sino que recuerda cierta apuesta que debe cobrarse y, después de esbozar una amplia sonrisa, corre hacia el bar donde trabaja su hermano.

a_bocados-4

Capítulo 2

En el bar

—¡Be, ve soltando la pasta! —Ekaitza sonríe de oreja a oreja cuando entra en el bar de siempre. Los habituales, ya más que acostumbrados a sus entradas triunfales, apenas se giran para verla.

Zuzen resopla y uno de sus bucles azabaches revolotea alrededor de su rostro durante unos segundos. Pone los ojos en blanco y, pronto, Ekaitza tiene delante una jarra de cerveza, justo donde suele sentarse.

—Ya te dije que no entres dando voces, macarra —gruñe sin siquiera mirarla, frotando con ahínco uno de los vasos grandes.

—No cambies de tema, ¿eh? Que no cuela. Me debes veinte pavos de la apuesta que hicimos —sonríe con suficiencia, sus cabellos rosados alborotados, sin peinar.

—¿Le viste? —Zuzen abre los ojos y la mira directamente a la cara, sorprendido. Los chillidos del cristal se detienen casi al mismo tiempo.

—La vi, sí. Porque es una chica. Joven. Así que he ganado yo por partida doble. —Ekaitza tiende la mano hacia su hermano y ladea la cabeza. Zuzen frunce el ceño, hace un mohín y saca un billete azul. Suspira, mirándolo con tristeza, y lo coloca en la palma de la mano de su hermana, que sonríe, pícara—. Un placer hacer negocios con usted.

Zuzen se da la vuelta y la imita de forma burlona, furioso y frustrado.

—Qué mal perder tienes, Be. —Ekaitza le da una palmadita en la mano con una sonrisa de suficiencia.

Zuzen la fulmina con la mirada.

—Por esto nadie te quiere, porque eres una pesada y una cansina.

Ekaitza pone los ojos en blanco, y durante un segundo, el parecido entre ambos se hace más que evidente.

—Anda, cállate antes de que se sepa quién es la que manda aquí.

Zuzen abre la boca para responder, pero una aparición en la puerta le interrumpe.

—¡Hola! —Laia, tan dicharachera como siempre, se dirige hacia su asiento junto a Ekaitza y le da un beso en la mejilla. Una vez sentada, se estira sobre la barra, sus largos pendientes de plumas agitándose, y le da otro beso a Zuzen antes de arrebullarse y sonreírles, como cada mañana—. Hoy hace un día genial, ¿no creéis?

—Laia, ¿sabes que he ganado la apuesta? —Ekaitza esboza una sonrisa de grandes colmillos algo amarillentos, y Laia se lleva las manos a la boca.

—¿Es eso verdad, Zu?

—Solo ha tenido suerte —refunfuña él, con la boca torcida.

—Oh, vamos, no tengas tan mal perder, es solo una apuesta —ríe Laia, haciendo un gesto con la mano para quitarle importancia.

Zuzen se gira hacia ella con los ojos llorosos.

—Que lo diga Kai era de esperar, ¿pero tú también, Laia? Me siento traicionado…

Ekaitza resopla y rueda los ojos.

—Qué exagerado eres, Be. ¿Ves? Por

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos