
Sólo un ejemplo de la complejidad
de una zona en la que hasta para invo-
car solidaridad se termina disintiendo.
O, por citar otro, el reciente conflicto
diplomático, cuando en 2017 Qatar fue
bloqueada por sus vecinos Arabia Sau-
dita, Emiratos Árabes Unidos y la isla de
Bahréin. Sin duda, cuando más se dudó
que esta Copa del Mundo pudiera reali-
zarse en el emirato qatarí.
Detrás de las acusaciones saudi-
tas de que Qatar patrocina terrorismo y
extremismo islámico, estaba también
el recelo por ver a su pequeño vecino
catapultado a sede de un evento de la
dimensión de un Mundial y dueño de
la narrativa. El denominado sportswash-
ing o lavado de un régimen deporte
de por medio, el uso del deporte como
herramienta de soft power o poder
blando, no ha comenzado con los qata-
ríes, aunque desde Doha hoy se utiliza
como nunca.
Vecindad complicada, con disputas
territoriales y por la posesión de islas en
el Golfo, herencia del pasado común de
las familias reales de la región, cuando
sin soñar que llegarían a ser emires
peleaban por el mercado de perlas.
Finalmente, volvemos a Doha desde
esa única frontera terrestre de Qatar, el
resto de su mapa rodeado por agua. En
nuestro camino apenas veremos asen-
tamientos humanos, acaso alguna
granja datilera o rebaños de camellos…
como no sean gaseoductos y refinerías
casi a donde miremos.

Qatar, tan minúsculo territorio que
es del tamaño del estado mexicano de
Querétaro, poquito más extenso que
la isla de Jamaica, es dueño del 12.5%
de los yacimientos mundiales de gas.
Riqueza que ha sido acompañada por
espléndidos proyectos de desarrollo, el
plan 2030 pretende llegar al inicio de
la próxima década sin que los energéti-
cos sean la principal fuente de ingresos
del Estado qatarí.
Una población tan concentrada en
Doha como los propios estadios mun-
dialistas. Si el 99% de los habitantes
de Qatar vive en la capital o sus afue-
ras, siete de los ocho estadios están ahí
también. El más lejano es el de Al-Bayt
de Jor, ubicado apenas 50 kilómetros
al norte, atravesables en no más de 40
minutos.
Así que nos acercamos a un Mundial
sin precedentes por numerosas razo-
nes. Primero, por iniciar en noviembre,
medida tomada cuando a la FIFA le dio
por descubrir que cada junio el clima es
demasiado caliente en el Golfo (como
si no pudiese saberlo al elegir anfi-
trión en 2010). Segundo, por ser en un
país árabe y musulmán. Y tercero, por
efectuarse en una ciudad y no en una
nación, algo que sólo sucedió en el tor-
neo pionero, Uruguay 1930, focalizado
en Montevideo, aunque por entonces
con sólo 13 participantes y 18 cotejos
disputados… contra los 32 equipos y
64 duelos actuales.
Eso ayudará a desplazarse, siempre
por tierra y muy cerca, a jugadores y afi-
cionados, pero levanta preocupaciones
en términos de movilidad: ¿podrá una

sola ciudad, en la que ni siquiera viven
tres millones de habitantes, cargar con
todo un Mundial?
Qatar, la que ha importado franquicias
de las mejores universidades del pla-
neta, la que ha levantado algunos de
los mejores museos, la que construye
sin cesar rascacielos a más futuristas e
iluminados por la noche mejor, la que
apenas un año atrás sostuvo sus prime-
ras elecciones al Parlamento o Shura,
la que desde la poderosa voz de la
jequesa Moza (madre del Emir) busca
mejorar las condiciones de sus muje-
res, la que tiene un millonario club de
futbol en el que cada gol marcado en
París contribuye a decorar al régimen
en Doha, la que presume su incidencia
cero de delincuencia y uno de los cinco
mayores PIB per cápita, la que salió sor-
prendentemente reforzada del bloqueo
de sus vecinos, la que apenas cuatro
décadas atrás no era más que una serie
de edificios perdidos en una península,
la que no tiene más que 51 años como
nación independiente, la que tiene en
Al-Jazeera a la televisora central del
hemisferio árabe, la de las masas de tra-
bajadores foráneos que apenas comien-
zan a experimentar algo cercano a la
libertad, la que nunca ha jugado un
Mundial mas recién se ha coronado
campeón de Asia… esa Qatar recibirá al
planeta a partir del 21 de noviembre.
Abrirá en un estadio cuya estruc-
tura recrea las viejas casas beduinas en
el desierto, única mirada al pasado de
un sitio empecinado en adelantarse al
futuro.

Tiene nombre de mujer
y una casita delgada
que suele ser roja o blanca.
La yema no puede ser.
Dicen que no sabe a nada,
pero es sabrosa la…


Los lunes eran especiales en el
colegio Santa Mónica de Guada-
lajara, 22 niños apretados jugando en
un patio de 25 metros. Memo alter-
naba portería y ataque, su equipo
siempre resultaba ganador menos
cuando se disputó una mini Olimpiada
y se quedó sin medalla.
En una visita al Estadio Jalisco, a
dos kilómetros de esa escuela, al fin
asumiría que lo suyo era evitar goles y
no anotarlos. Mientras comía cueritos
de cerdo, Memo se ubicó detrás de la
meta de Robert Dante Siboldi y decidió
su vocación. Destino como arquero con-
firmado al recibir de regalo el uniforme
de Jorge Campos en el Día de Reyes.
Por ese tiempo, su papá heredó
la tortería Don Polo en la Ciudad de
México, así que viajaba entre semana
a la capital. Cada viernes Memo se
sentaba ansioso sobre el buzón a
esperar su vuelta, jugaban juntos el
sábado y el domingo se despedían
con tristeza. Difícil rutina, pero no para
los Ochoa Magaña, donde las quejas
no existían y todo se resolvía con disci-
plina y trabajo.
Eterno soñador, Memo imaginaba
que el pasillo de su casa era el Azteca y
ahí paraba alineaciones con muñecos.
El Santo como guardameta, soldados
G. I. Joe en la central, una Barbie de
su hermana al frente. Con semejantes
testigos, rebotaba una pelota de tenis
por las paredes y, sin importar dónde
cayera, saltaba para atajarla.
A los 10 años le explicaron que

se mudarían a la Ciudad de México.
Nueva vida en la que su acento tapatío
causaba burlas. Eso terminó al primer
recreo. Vistos sus talentos en la cancha,
sin intervalo pasó de molestado a
admirado.
Sus padres, incapaces de algo a
medias, le preguntaron si quería jugar
formalmente. Ante la afirmación,
intentaron registr