Un país de novela

Marcos Aguinis

Fragmento

Un país de novela

PRÓLOGO

En los días previos al lanzamiento de la primera edición de este volumen, unos amigos que conocían el texto me aconsejaron —con gravedad o en broma— que preparase las maletas para abandonar el país: los argentinos no me perdonarían todo lo que allí decía. Era demasiado frontal, demasiado insolente.

Contra el terrible pronóstico, la obra fue recibida con alborozo. En poco tiempo superó una decena de abultadas ediciones. Los lectores la recomendaron y comentaron con fiebre. Yo estaba muy sorprendido y no podía contestar el flujo de llamadas telefónicas ni las cartas agobiantes de elogios o nuevas ideas. Algunas radios y medios gráficos de diversos puntos del país tuvieron la iniciativa de reproducir frases que les resultaban elocuentes. Mi mayor sorpresa fue escuchar al comentarista deportivo Víctor Hugo Morales quien, entre gol y gol, se aplicaba a difundir calientes parrafadas.

Tuve la gratificación de saber que, por lo menos, había acertado con el título. El nuestro era, decididamente, un país de novela.

Pero la mayor de mis satisfacciones fue enterarme de que en muchas escuelas y colegios se empezaba a leer y discutir este libro en clases de historia, literatura o ciencias sociales. Un público joven e inquieto avanzaba sobre la modorra conceptual de los adultos.

Ahora aparece en esta colección de Editorial Sudamericana. Como ha ocurrido con los títulos anteriores, estoy obligado a revisarlo y darle una cuidadosa pulida. Pero no más de lo que haría el restaurador de un cuadro: quitarle la pátina para que los colores luzcan mejor.

En este caso las correcciones no fueron conceptuales, sino de simple ajuste. En muchas páginas, ni siquiera eso. Nuestro doloroso y fascinante país tiene valores y defectos hondos que fluctúan en intensidad, pero sin modificar de raíz el catálogo. Por ende, lo descripto hace una década mantiene su vigencia. Cambian los actores, se transforma el escenario, tenemos sensación de novedad, pero el libreto mantiene sus líneas cardinales. La Argentina es distinta y la misma a la vez. Posee identidad.

Mientras releía las páginas de este volumen me preguntaba si debía agregar una descripción de los años ‘90. Confieso que la empresa tentaba mis fibras profundas. La obra no llega siquiera a la trascendental caída del Muro de Berlín. Pero ello me obligaba a escribir otro libro tan o más vasto que éste. En nuestro amado y difícil país han ocurrido cosas fuertes.

La década del ‘90 puede etiquetarse de diferentes maneras: década corrupta, década farandulera, década hipócrita, década neoliberal, década estabilizadora, década desestabilizadora, década escéptica, década polarizadora, década confusa. La lista podría seguir. Apenas nos brinda una muestra de lo mucho que se puede analizar. Pero no corresponde hacerlo aquí. Este libro no fue redactado para elaborar una crónica del presente, sino para entenderlo desde una perspectiva amplia.

La última década —escándalo más, escándalo menos— está prefigurada en las anteriores. Ha demostrado que el título de esta obra le calza a la perfección.

MARCOS AGUINIS

Un país de novela

I. PÓRTICO

Un país de novela

1

Prefiero suponer que debo este libro a otro escritor, más joven, audaz y entusiasta que yo. Desde hace aproximadamente ocho meses ha comenzado una persecución implacable. Viene tras de mí con sus borradores y sus ideas. Me busca a la salida del trabajo, irrumpe en casa después de la cena y se ha convertido en mi huésped de plomo durante los fines de semana. No sé cómo reaccionar: ahora también se cuela en mi tiempo privado, come a mi mesa y viaja conmigo, hablándome. Lo hace sin parar. Arrastra impúdicamente sus gordos fajos de recortes, documentos y citas que hurta de todas las fuentes a su alcance. Escribe sentado y de pie, abruma con preguntas y reflexiones. Para colmo, exige mis respuestas y no se enfada con mis críticas. Es el acompañante ideal para no dormir ni relajarse, sino para componer un libro. Que es su propósito.

Ya ve: lo está consiguiendo. Tras penosas dudas, he comenzado el libro. Quiero sacarme este tábano de encima y para ello no tengo mejor opción que satisfacerlo. Lo cual me exige el cilicio de proseguir escuchando sus osadías y volcar en el papel sus ideas.

Este individuo, que parece separado de mí y al mismo tiempo me habita, me arrastra por esta aventura plagada de flancos vulnerables. En los acalorados debates que mantenemos le recuerdo que ya se ha escrito mucho sobre la Argentina y los argentinos, que ya se la enfocó desde el sentimiento, la definición, el misterio, la profundidad, la intimidad, la maravilla, el pensamiento, la soledad, la viveza, el medio pelo; que distinguidos autores fatigaron lentes de gran aumento y llenaron páginas memorables. Que la gente ya está harta de revolver el mismo guiso.

No se arredra. Quiere entender a la Argentina y a los argentinos porque —dice— los ama, los admira, lo enternecen... y lo desconciertan. Reconoce que el género ensayo, el magnífico género literario que consagró Montesquieu, no es ideal para su propósito, pero ofrece ventajas. Ventajas a cambio de un precio: la coherencia. Y hete aquí una dificultad: los argentinos tenemos poco trato con la coherencia. René Balestra llega a categorizar a la Argentina como absurdo; dice que manejamos una nueva gramática en la que el verbo entra en colisión con el sustantivo: los aviones no vuelan, los teléfonos no hablan, la electricidad no mueve ni ilumina, el gas no enciende, los trenes no andan, la universidad no enseña... Tiene algo de cierto y mucho de impacto. Esta descripción odiosa y en parte falsa contiene amor. ¿Ayuda a corregir los defectos o ayuda a tolerarlos? Nuestra composición anímica incluye baldazos de ilógica, chorros de ilusión, toneladas de hipérbole y espolvoreos de melancolía. Además de paradojas, muchas paradojas.

Veamos una. Orwell anunció el apocalipsis para una fecha maldita: “1984”. Y bien: la Argentina realizó una suerte de inversión: vivió la atmósfera de “1984” antes de 1984 y en ese año disfrutó la alegría de tener restablecida la democ

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