El estado emprendedor

Mariana Mazzucato

Fragmento

libro-2

PRÓLOGO A LA EDICIÓN DE 2019

REDESCUBRIR LA CREACIÓN DE RIQUEZA PÚBLICA

Escribí El Estado emprendedor en 2013 con el objetivo de rebatir la opinión de que, para recuperar el crecimiento después de la crisis financiera de 2008, bastaba con disminuir el déficit reduciendo el gasto público. Además de recordar a los lectores que la crisis financiera la causó la deuda privada, no la deuda pública, afirmaba que era contraproducente para los países pensar que podían «acortar» su camino hacia el crecimiento, puesto que un factor clave del crecimiento económico ha sido la inversión pública en áreas como la educación, la investigación y el cambio tecnológico. De hecho, una de las lecciones clave de este libro es que sin inversiones públicas estratégicas no tendríamos ninguna de las tecnologías de nuestros dispositivos inteligentes, desde internet hasta el GPS o Siri. Tampoco tendríamos las soluciones de energías renovables que podrían crear una revolución verde, ni la mayoría de los nuevos fármacos punteros para tratar enfermedades.

En todos estos ejemplos, los fondos públicos han proporcionado la paciencia y la estrategia de largo plazo previas a la disposición de las empresas a invertir. Es necesario disponer de una mejor comprensión sobre cómo convertir esta capacidad potencial del Estado como inversor de primera instancia en un factor clave del crecimiento basado en la inversión, de forma que pueda contribuir a abordar, junto con el sector privado, los grandes retos de nuestro tiempo, desde el cambio climático hasta el futuro de la sanidad o la configuración de la revolución digital. En otras palabras, el objetivo del libro es reorientar el debate sobre el papel del Estado en la economía, con el propósito de alejarlo de la ideología y enfocarlo hacia el pensamiento práctico que pueda estimular las economías para abordar los retos sociales y tecnológicos.

Esta nueva edición es más relevante que nunca. El Estado emprendedor estadounidense está amenazado. Incluso Ronald Reagan, un defensor de la disminución del tamaño del Estado, aumentó la financiación de organizaciones que eran clave para la innovación en los sectores farmacéutico, informático y energético. Actualmente estas organizaciones se enfrentan a la necesidad constante de defenderse no solo de los recortes, sino también de tener la ambición de invertir más allá de áreas aisladas que pueden facilitar la actividad empresarial. Entre los que se encuentran en peligro están los Institutos Nacionales de la Salud (NIH), que han sido fundamentales en la creación de los fármacos más avanzados que hay en el mercado, así como la Agencia de Proyectos de Investigación Avanzada-Energía (ARPA-E), organización de innovación dentro del Departamento de Energía y hermana de la Agencia de Proyectos de Investigación Avanzada de Defensa (DARPA). Es curioso que atacar a ARPA-E, que actualmente está intentando liderar la innovación energética tal como DARPA lo hizo la innovación en tecnologías de la información, fuera una de las primeras cosas que Donald Trump decidió hacer. Con la primera propuesta presupuestaria de Trump, ARPA-E iba a sufrir grandes recortes, pero se salvó en el último minuto. En 2018 vuelve a estar amenazada, puesto que los 305 millones de dólares del presupuesto del Departamento de Energía están en riesgo y se planea «asegurar el cierre completo de ARPA-E a mediados de 2020». A pesar de que ARPA-E ha demostrado ser capaz de asumir los riesgos de las fases muy iniciales antes de que el sector privado esté dispuesto a invertir, se le acusa de lo contrario: «Ha habido preocupación sobre la posibilidad de que los esfuerzos de ARPA-E se solapen con las inversiones que llevan a cabo, o que deberían llevar a cabo, los departamentos de inversión y desarrollo (I+D) del sector privado».[1]

Este ataque a la esencia y al papel de las organizaciones públicas como líderes del cambio social y económico hace que la agenda progresista no pueda limitarse a aumentar el gasto público y luchar contra la «austeridad». También debe, sobre todo, salvaguardar las estructuras y organizaciones cuya construcción requirió mucho tiempo y que invirtieron en la tecnología, las infraestructuras y los servicios necesarios para que la sociedad funcione mejor, sea más sostenible, inclusiva e innovadora. Cuando la financiación tiene altibajos y se desmantelan las organizaciones, pueden pasar décadas hasta que estas se reconstruyen. Esto también es aplicable a las organizaciones destinadas a crear valor público en las áreas del transporte sostenible moderno, internet de nueva generación, innovación sanitaria o la industria de la comunicación.

Tal como se afirma en el libro, entre los padres espirituales del pensamiento creativo en el sector público están John Maynard Keynes y Karl Polanyi. Keynes instó a los políticos a no fijarse solo en el gasto contra-cíclico, sino también a pensar en grande. En otras palabras, los gobiernos no deberían simplemente obstinarse en proyectos que ya están en funcionamiento, sino pensar estratégicamente en cómo las inversiones pueden contribuir a conformar las perspectivas a largo plazo de los ciudadanos.

El historiador económico Karl Polanyi fue incluso más lejos en su libro ya clásico La gran transformación, en el que afirmaba que los «mercados libres» son en sí mismos el resultado de la intervención del Estado. En otras palabras, los mercados no son reinos independientes en los que los estados pueden intervenir para bien o para mal; son el resultado de la acción pública… y también de la privada.

Las empresas que toman decisiones de inversión y anticipan el surgimiento de nuevos mercados entienden la necesidad de pensar fuera de los esquemas preestablecidos. Los ejecutivos, muchos de los cuales se ven a sí mismos como «creadores de riqueza», reciben cursos de toma de decisiones, gestión estratégica y comportamiento organizacional. Se les anima a asumir riesgos y a luchar contra la inercia.

Pero si el valor se crea de forma colectiva, quienes desarrollan una carrera en el sector público también deberían aprender cómo pensar fuera de los esquemas tradicionales y cómo ser emprendedores. Pero no lo hacen. En lugar de eso, los políticos y los funcionarios son vistos no como creadores de riqueza o de mercados, sino como quienes corrigen a los mercados (en el mejor de los casos) o como obstáculos a la creación de riqueza (en el peor de los casos).

Esta diferencia de concepto es en parte el resultado de la teoría económica convencional, que afirma que los gobiernos solo deberían intervenir cuando los mercados «fallan». El papel del Estado es establecer y hacer cumplir las reglas del juego: igualar el terreno de juego; financiar bienes públicos tales como las infraestructuras, la defensa y la investigación básica, y diseñar mecanismos para mitigar efectos externos negativos como la contaminación ambiental.

Cuando los estados intervienen de forma que van más allá de su mandato de corregir los fallos del mercado, a menudo se les acusa de crear distorsiones, tales como «elegir a los triunfadores» o «expulsar» al sector privado. Además, la aparición de la «nueva teoría de la gestión pública», que surgió de la teoría de la «elección pública» en la década de 1980, llevó a los funcionarios a creer que debería

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos