Cuentos escogidos

Katherine Mansfield

Fragmento

Introducción

Introducción

Katherine Mansfield: entre lo visible y lo oculto

De acuerdo con numerosos testimonios, Katherine Mansfield siempre se sintió fuera de lugar. Sabía que no encontraría aquello que necesitaba —«poder, riqueza y libertad»— en su Nueva Zelanda natal, sobre la que sin embargo tanto escribió. Katherine, o Kass, o K. M., o Kathleen (el nombre que le pusieron sus padres), al parecer, entendió desde niña que aquel ambiente, construido sobre las rígidas convenciones propias de la clase media colonial a finales del siglo XIX, no era el suyo. Su vida, como la de los personajes de sus historias, estuvo marcada por el destierro y, de alguna manera, por la soledad. A pesar de que se codeó con todo tipo de personalidades artísticas y literarias (D. H. Lawrence, Virginia Woolf y otros miembros del grupo de Bloomsbury) y de que su abundante vida social marcó su producción literaria, Mansfield adoptó en sus narraciones cierta distancia, actitud que respondía quizás a su naturaleza huidiza y que le permitió ser testigo de lo que la rodeaba y contarlo como pocos lo habían hecho hasta entonces.

Mansfield era una observadora nata de los detalles que conforman nuestra existencia cotidiana y todo lo que subyace a ellos. Sus historias querían llegar al fondo de las cosas, aunque al menos en una ocasión dejó constancia de que solo estaban «rozando la superficie, nada más».[1] Con toda seguridad, su capacidad de observación se vincula con su novela familiar. En la biografía de referencia, Katherine Mansfield: una vida secreta,[2] Claire Tomalin recuerda que fue «la hija rara» de un padre que dedicó su vida a escalar puestos en el mundo empresarial y de una madre cuya posición acomodada le permitía dedicarse a leer, escribir cartas y organizar fiestas. En 1889 el padre de Katherine pasó a ser socio en su empresa y más tarde a formar parte del consejo de administración del Banco de Nueva Zelanda, lo que le permitió ofrecer a su familia una vida llena de comodidades. Katherine cuenta en sus diarios que su madre dirigía la vida social familiar y que daba mucha importancia a las apariencias, encargando vestidos para sus hijas e impartiendo órdenes al servicio. La infancia de Mansfield en Nueva Zelanda aflora en muchos de sus relatos.

El apellido de soltera de su madre, Annie Burnell Dyer, le sirve para bautizar a una de las familias recurrentes de su ficción: los Burnell, protagonistas de dos de sus historias más largas y celebradas, «En la bahía» y «Preludio», así como de la inolvidable y emotiva «Casa de muñecas». Incluidos en la presente selección, los tres cuentos son una muestra del talento infalible de Mansfield para colocar a los personajes en un escenario, insuflarles vida y dejar que sean ellos los que, a través de sus palabras, gestos y acciones, construyan la trama. (Es evidente en los tres la herencia directa de quien ella consideraba su maestro, Antón Chéjov). Cabe señalar también que son las niñas de la familia, un claro paralelismo con las hermanas de Katherine, las que se anclan con mayor facilidad en el imaginario del lector: la mandona primogénita, Isabel, un ejemplo de la perfecta niña victoriana; la pequeña y dulce Lottie; y Kezia, el alter ego infantil de Mansfield. Kezia no solo comparte inicial con su creadora, sino que también representa el espíritu rebelde e inconformista que la propia Katherine habría tenido en su infancia. Las disparidades entre las tres hermanas se observan claramente en «Casa de muñecas». En este cuento, las niñas reciben una casa de muñecas de regalo, e invitan a sus compañeras de clase a verla. A todas, excepto a las hermanas Kelvey, hijas de una lavandera y de un presidiario, marginadas y maltratadas por toda la comunidad. Kezia se pregunta por qué tiene prohibido hablar con las Kelvey, qué diferencia sustancial hay entre ellas y sus propias hermanas, de dónde vienen los distintos comportamientos que las niñas observan y aprenden de los adultos. Pero todas estas preguntas, por supuesto, no se explicitan en el texto, sino que lo recorren como un río subterráneo.

Los cuentos relacionados con la familia Burnell no son los únicos que tratan el tema de la clase y las diferencias sociales. En «Fiesta en el jardín», Mansfield muestra los contrastes entre una acomodada casa familiar —con jardín, porche de columnas blancas, trabajadores que colocan una marquesina para la fiesta bajo las órdenes de la señorita Laura— y la miseria y la desesperación de las clases bajas que aparecen al final. De hecho, en el desenlace se esconde también otra de las claves de su obra: la incesante búsqueda de lo innombrable. Y es que, como bien señala Ali Smith en su introducción a The Collected Stories of Katherine Mansfield, este cuento acaba mostrando cómo «un tipo distinto de realidad, final e inevitable, provoca la ruptura de la superficie formada por las convenciones sociales».[3]

Esta ruptura, podríamos argumentar, a veces conduce a los personajes al mutismo, al tartamudeo, a la imposibilidad de nombrar aquello que tienen delante y que les punza irremediablemente. Un ejemplo perfecto de la incapacidad de alcanzar con palabras lo que se quiere decir se ve de manera clara en «Psicología», la historia de un hombre y una mujer que son incapaces de expresar la devoción que sienten el uno por el otro. Después de una velada de conversaciones aparentemente insustanciales, se despiden sin haberse dicho nada, conscientes de sus propios sentimientos y, de alguna manera, de los de la otra persona:

Lo especial y emocionante de su amistad residía en la total entrega de ambos. Como dos ciudades en medio de una vasta llanura, sus mentes se abrían la una a la otra. Y él no irrumpía en la de ella como un conquistador, armado hasta los dientes y sin notar nada salvo un colorido flamear de sedas, ni ella hacía su entrada como una reina que pisara pétalos de rosa. No, eran viajeros serios y entusiastas, centrados en comprender lo visible y en descubrir lo oculto, que aprovechaban la extraordinaria oportunidad que se les presentaba de comportarse con total sinceridad el uno con el otro.

¿Cómo se nombra, entonces, lo innombrable? Cuentos como «Su primer baile», «La lección de canto», «Felicidad» o «El desconocido», recogidos en la presente edición, son ejemplos de lo que podríamos llamar la sinestesia narrativa de Mansfield, a través de la cual conecta lo que sienten sus personajes con los olores, colores y sonidos del mundo que habitan. Para alcanzar lo inasible, no solo deja a sus personajes tartamudeando al final de los cuentos, sino que se sirve de una permanente interacción entre el mundo exterior y el interior. Al abordar por medio del lenguaje los momentos de la vida en los que el tiempo parece detenerse por causa de una fuerte emoción, Mansfield presenta a sus personajes como criaturas permeables al mundo y al mundo como un escenario permeable, interpretable, definible a partir del momento psicológico y emocional de quienes lo habitan. Así arranca «Felicidad», uno de sus cuentos más brillantes:

Aunque tenía treinta años,

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