Tres historias perturbadoras

Luisito Comunica

Fragmento

Historias perturbadoras

Naogopa sana. Mungu
nisimamie… 7:04 a.m. ✓✓

Je t'ecrirai quand j'aurai du signal.
Je t'aime. 7:04 a.m.

This is for our future. And the
future of our kids. 7:05 a.m. ✓✓

7:05 a.m. ✓✓

Intentaré escribir de vez en cuando.
Espero llegar con vida. 7:06 a.m.

Historias perturbadoras

Decenas de personas llenas de esperanza se han juntado en un mismo sitio en busca de un mejor futuro. Niños, niñas, hombres y mujeres están por emprender lo que muchos llaman “un viaje a la muerte”. Para algunos la travesía ha comenzado hace varios días, y han sido testigos de cómo el mar ha tomado la vida de la mitad de sus compañeros; otros más han gozado del privilegio de estar a escasos kilómetros y son aún ignorantes de la cruda realidad que están por encarar. Vienen de cerca y de lejos, ilusionados y derrotados, todos con una misma meta: encontrar ese “sueño americano” del que toda su vida han escuchado.

Grupos de Latinoamérica, África y Asia se encuentran al norte de Colombia con la intención de atravesar la selva, los cuerpos de agua, las junglas de concreto, hasta la frontera con Estados Unidos. ¿Su plan? Partir de la costa de Necoclí para navegar por el Golfo de Urabá en pequeñas lanchas, como si de turistas se trataran, y así llegar donde su reto más desafiante los espera: el Tapón del Darién; kilómetros y kilómetros de la más hostil selva centroamericana, donde salvajes fieras, accidentes topográficos, inclemencias climáticas y grupos armados los aguardan. Quienes tengan la fortuna de sobrevivir a ese tramo, continuarán por tierra hacia el norte hasta Tapachula, donde saltarán a un tren en movimiento conocido como “La Bestia”, el cual habrá de llevarlos del sur al norte a través de México. “A bordo”, más de la mitad serán heridos, robados, vejados y forzados a regresar a sus tierras de origen antes de intentar siquiera cruzar la frontera final. Desde peligrosas mordeduras de serpientes venenosas hasta malignas ambiciones de grupos delictivos que trafican con seres humanos, los peligros abundan para el migrante. Todo aquel que decida dar el primer paso debe saber que podría estar firmando su sentencia de muerte.

Pulula gente de Haití y Senegal, dispuesta a seguir a un “guía” —también llamados “coyotes” por su ambición rapaz y poco escrúpulo, que ellos conocen en el idioma de sus colonizadores con la palabra: “allez” (pronunciada “alé”), que significa “vamos” en francés. Durante días será lo único que escucharán de aquel a quien han confiado su vida: “¡Alé, alé!”. Los guiados han navegado por semanas hasta llegar a ese punto. La muerte es una compañera cercana en su camino, pues ya ha cobrado prebendas en más de una ocasión.

Un pequeño grupo proveniente de Bangladesh ha tomado un vuelo a Ecuador, el único país de la región donde no requieren de una visa para aterrizar. Allí se han encontrado con personas de diversas naciones africanas, y empleando un inglés roto y haciéndose pasar por turistas despistados, han atravesado fronteras por rendijas sin vigilancia. Afortunadamente, las garras del crimen los ha pasado de largo y su grupo sigue completo. Gritos de agonía y de súplica son aún desconocidos para sus oídos.

Los que hablan español han formado un grupo de alrededor de treinta personas, son cubanos, venezolanos, colombianos, ecuatorianos, peruanos y un mexicano, quienes comparten historias de sus recorridos.

“¡Éramos pocos y parió Catana! De la lancha que se cae una niña porque había muchas olas, y que su pura (madre) se muere ahogada queriendo rescatarla”, dice un hombre de Cuba, quien asegura que más de la mitad de los que lo acompañaban perdieron la vida en el camino. “Unos paramilitares mamahuevos le dispararon a un chamo para robarle a su hija”, relata una mujer venezolana mientras la impotencia parte su corazón. “Malparidos hijos de puta, se llevaron a cuatro chicas de nuestro grupo”, afirma un joven colombiano al narrar cómo fueron interceptados por una pandilla en su trayecto hacia el norte.

—¿Y tú, chico? ¿Por qué estás aquí? —pregunta un hombre cubano al único mexicano del grupo—. ¿Qué no era más fácil cruzarte desde tu país solo yendo hacia arriba?

—Lo mismo te pregunto a ti —responde el aludido, a la defensiva—. ¿Qué no te convenía cruzarte directo por Miami o por Cancún?

—Asere, yo no voy con los yumas —le replican, apelando a una palabra (“yuma”) para referir a las personas de Estados Unidos—. Yo ahí ya perdí esperanza. Yo voy para Panamá, que ahí un colega me puede conseguir pincha.

Para Yaniel, un hombre de cuarenta y dos años proveniente de Cuba, esta dinámica no es novedad. Ya ha intentado cruzar dos

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