Entre bombones y rosas

S. F. Tale

Fragmento

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Prólogo

Desde la última aventura lady Susan, Jacquetta, lady Violet, lady Anne y Moira crearon el Club de las Honorables Damas, con el que se reunían allí donde estuvieran. Habían decidido encontrarse antes de Navidad en Londres, una cita que Moira quería perderse, mas, con la insistencia de lady Susan y lady Violet dio el paso de salir de su querido Chillingham (no sin protestar). Eso sí, su familia se alegró de tenerla de vuelta. Cada reunión la hacían en una casa distinta, en las que saboreaban delicias dulces y saladas acompañadas de té y, para las más golosas, anís, aunque también se ofrecían otros licores tales como brandy, madeira, jerez… «¡Todo entra, todo vale para amenizar!», se reía lady Susan. En cada tertulia hablaban de lo humano, de lo divino y de lo fantástico, jugaban a los naipes como los hombres, leían diversos libros que contenían escenas eróticas, o criticaban a los más jóvenes. Asimismo, daban rienda suelta a la rumorología. Las reuniones se solían prolongar, a veces, hasta altas horas de la madrugada y el club se abría solo para una mujer: lady Josephine Blackstone, quien no siempre podía acudir, mas nunca se olvidaban de ella.

Esa tarde se habían juntado con la notable ausencia de lady Blackstone en la mansión de lady Anne, que había mandado prepararlo todo en la sala de descanso, una estancia muy amplia ricamente decorada. Con los techos altísimos de los que pendían dos lámparas de araña, en las cornisas, más blancas que una nube, sobresalían unos angelotes dorados y si bajabas, en las paredes del mismo color, para concederle una mayor claridad, estaban cubiertas por cuadros o retratos de distintos tamaños y contrastaban con los colores de las dos alfombras que protegían el suelo de madera. Todo se complementaba con la mueblería, unos aparadores, dos sofás y una mesa redonda con seis sillas en torno a la que se habían sentado.

Se miraban las unas a las otras a la espera de que alguna rompiera ese silencio que era alterado por el fuego que ardía en las dos chimeneas que mantenían una buena temperatura en comparación al gélido tiempo del exterior.

—¿Qué habéis pensado con respecto a lo último que os comenté? —les inquirió lady Susan sin dar muchos detalles, pues todas sabían a lo que se refería.

—¡Ay, Susan! —exclamó lady Anne carcajeándose.

—Desde el principio lo dije: es fabuloso. —Jacquetta tenía los ojos clavados en la taza de té que tenía delante a la que observaba como si viese algo claro que a las demás se les escapaba.

—Me encanta la vejez. —Lady Violet se sirvió su primera copa de madeira antes que ninguna, cuando siempre era la última en hacerlo.

—Estás muy emocionada. —Moira parpadeaba en su dirección.

—Desde que Ian se ha casado ya no tengo ni preocupaciones ni retos a los que enfrentarme, es más, la viudedad me sale muy rentable a vuestro lado. —Dio un sorbito—. El aburrimiento no existe.

—Violet, querida, sigo casada porque mi señor marido está empeñado en quedarse en este mundo y mírame. —Lady Anne se estiró los brazos—. Me apunto a lo que digáis, porque no se va a enterar de nada. Es más, no quiere saber lo que tramamos.

Efectivamente, de las cinco mujeres reunidas, ella era la única a la que la suerte le sonreía al tener a su esposo al lado.

—Susan, nos has convencido a todas —aclaró Jacquetta.

—Estoy por asegurar que nos mandas tirarnos por el puente de Londres, y lo hacemos —aseveró Moira guiñándole el ojo a su amiga.

—Jamás os pediría tal cosa. —Chasqueó la lengua—. ¿Con quién me iba a divertir si no os tuviera?

—¿Qué es lo que tenemos que hacer? —Esa pregunta de lady Violet mostraba su impaciencia.

Lady Susan se echó hacia delante con las manos entrelazadas de tal modo que los brazos rodeaban su copita de jerez y así, les fue explicando su plan secreto con el que se oyó alguna que otra carcajada. Todas, incluida ella, tenían deberes que hacer, mas a Violet se le hizo la encomienda más importante.

—Cada una se encargará de uno —les especificó Susan—. Luego, una vez conseguido todo, la parte final es obra mía —les contó en voz baja cuál era esa parte.

—Te acompaño —le dijo Jacquetta—. No pienso permitir que vayas tú sola.

—Como veas, mas ya tengo una edad para tener niñera —le recriminó a su amiga.

—No me vas a desmontar, Susan. —Jacquetta cuando se lo proponía era muy terca, mas el resto apoyó su decisión.

—¡Qué bien nos lo vamos a pasar! —Anne daba saltitos en la silla como una chiquilla.

—¿Y si empezamos ahora mismo? —propuso Violet—. No tenemos por qué esperar. —Todas aceptaron.

—Mis queridas damas —intervino Susan con una sonrisa juguetona—, ¡que comience el boicot! —exclamó alto y claro.

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Capítulo 1

LUCIAN Y AMANDA

—¡Un caballo, papá! —gritó la pequeña Geneva en brazos de su padre señalando algo a través de la ventana con su dedito regordete.

—¿Te gustaría tener un caballo? —Él giró el rostro hacia la pequeña.

—Sí —afirmó.

—Está bien, cuando regresemos a Chingford, compraremos el caballo. —La niña rodeó el cuello de Lucian con sus brazos—. Te quiero, mi princesa.

Amanda observaba con el hombro apoyado en el quicio de la puerta esa estampa propia del más puro amor paternal. Si Lucian ya era un hombre cariñoso y protector, desde que la pequeña había nacido se había transformado, pues a diferencia de su propio padre, cuya figura solo aparecía a la hora de cenar y para acudir a fiestas puntuales hasta que su madre lo relegó a un cuarto plano, Lucian permanecía firme a su lado a pesar de tener unos negocios y unas tierras que administrar. Teniendo en cuenta que sus comienzos no fueron precisamente b

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