Éxtasis

Gabriela Mistral

Fragmento

extasis-29

POEMA DEL HIJO

A Alfonsina Storni

I

¡Un hijo, un hijo, un hijo! Yo quise un hijo tuyo

y mío, allá en los días del éxtasis ardiente,

en los que hasta mis huesos temblaron de tu arrullo

y un ancho resplandor creció sobre mi frente.

Decía: ¡un hijo!, como el árbol conmovido

de primavera alarga sus yemas hacia el cielo.

¡Un hijo con los ojos de Cristo engrandecidos,

la frente de estupor y los labios de anhelo!

Sus brazos en guirnalda a mi cuello trenzados;

el río de mi vida bajando hacia él, fecundo,

y mis entrañas como perfume derramado

ungiendo con su marcha las colinas del mundo.

Al cruzar una madre grávida, la miramos

con los labios convulsos y los ojos de ruego,

cuando en las multitudes con nuestro amor pasamos.

¡Y un niño de ojos dulces nos dejó como ciegos!

En las noches, insomne de dicha y de visiones,

la lujuria de fuego no descendió a mi lecho.

Para el que nacería vestido de canciones

yo extendía mi brazo, yo ahuecaba mi pecho…

El sol no parecíame, para bañarlo, intenso;

mirándome, yo odié, por toscas, mis rodillas;

mi corazón, confuso, temblaba al don inmenso;

¡y un llanto de humildad regaba mis mejillas!

Y no temí a la muerte, disgregadora impura;

los ojos de él libraran los tuyos de la nada,

y a la mañana espléndida o a la luz insegura

yo hubiera caminado bajo de esa mirada...

II

Ahora tengo treinta años, y en mis sienes jaspea

la ceniza precoz de la muerte. En mis días,

como la lluvia eterna de los Polos, gotea

la amargura con lágrima lenta, salobre y fría.

Mientras arde la llama del pino, sosegada,

mirando a mis entrañas pienso qué hubiera sido

un hijo mío, infante con mi boca cansada,

mi amargo corazón y mi voz de vencido.

Y con tu corazón, el fruto de veneno,

y tus labios que hubieran otra vez renegado.

Cuarenta lunas él no durmiera en mi seno,

que solo por ser tuyo me hubiese abandonado.

Y en qué huertas en flor, junto a qué aguas corrientes

lavara, en primavera, su sangre de mi pena,

si fui triste en las landas y en las tierras clementes,

y en toda tarde mística hablaría en sus venas.

Y el horror de que un día con la boca quemante

de rencor, me dijera lo que dije a mi padre:

«¿Por qué ha sido fecunda tu carne sollozante

y se henchieron de néctar los pechos de mi madre?».

Siento el amargo goce de que duermas abajo

en tu lecho de tierra, y un hijo no meciera

mi mano, por dormir yo también sin trabajos

y sin remordimientos, bajo una zarza fiera.

Porque yo no cerrara los párpados, y loca

escuchase a través de la muerte, y me hincara,

deshechas las rodillas, retorcida la boca,

si lo viera pasar con mi fiebre en su cara.

Y la tregua de Dios a

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