La España nazi

Marco da Costa

Fragmento

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NUESTROS FILONAZIS

 

 

 

 

El pasado no lo explica todo, pero sin el pasado no hay manera de entender el presente. La reaparición fulgurante de signos y lenguajes neofascistas, o incluso neonazis, en la sociedad española (y europea) de los últimos diez años ha llegado de la mano de un sustrato de población cuya memoria familiar está anclada al franquismo y, al mismo tiempo, desanclada de una sociedad que ha desbordado sus peores pesadillas. El éxito de los movimientos progresistas en España, en particular en términos de políticas sociales y de derechos desde el Gobierno de Zapatero en 2004, ha desplazado a una zona de incomprensión a buena parte de una población que jamás creyó siquiera verosímil legalizar las parejas del mismo sexo, regular el aborto, legislar sobre el cambio de sexo… o sacar a Franco de la cripta abominable que sus restos ocupaban desde 1975.

Cuarenta años de democracia decente, y por eso mismo llena de culpas, no han acabado con los antiguos rescoldos ni con los cachorros nuevos de sectores sociales que fueron hegemónicos en su respaldo a la España franquista y a algunos de sus auxilios militares, políticos y económicos. Eso fueron la Italia fascista y la Alemania nazi, porque sin ellas Franco hubiera sido incapaz de convertir el golpe de Estado frustrado en el origen de una guerra civil. La reeducación democrática desde el fascismo o el filofascismo nunca fue masiva ni durante ni después del régimen de Franco. Son pocos, pero ilustres, los nombres que entendieron la profunda gravedad del terror totalitario del fascismo (y con él del nazismo) y son muchos los que llegaron a la fecha de la muerte de Franco con las convicciones incólumes, a menudo ancladas en una memoria de la guerra en forma de heridas cicatrizadas y, muy a menudo, en forma de cicatrices morales, que no cicatrizan nunca y que seguían abiertas a pesar de haber disfrutado de la victoria. Ese segmento de la población fue reduciéndose desde la posguerra pero nunca llegó a extinguirse ni en España ni en Europa. Las celebraciones neofascistas son escasas, minoritarias y residuales aunque han encontrado en los últimos años un nuevo refrendo o una nueva visibilidad, incluso electoral, dictada por la nostalgia de un mundo desaparecido y la mitificación heroica de épocas en que los inmigrantes no campaban a sus anchas, los gais vivían escondidos y las mujeres no se movían de su doméstico lugar.

El libro de Marco da Costa tiene la enorme virtud de evitar simplificaciones groseras sobre el respaldo que encontró el nazismo entre los sectores intelectuales, políticos y periodísticos de la derecha española de los años treinta y cuarenta. Por eso habla sin querer de la supervivencia de las afinidades neofascistas en la actualidad y sin siquiera mencionarlas. Entre la izquierda, ha sido común el reduccionismo conceptual del filonazismo a una especie de engrudo hediondo que no valía la pena examinar: en el fondo, cada firma, cada cabeza o incluso cada cabecera venían a ser lo mismo. Los historiadores no sirven para muchas cosas, pero los mejores sí despliegan una virtud indispensable: combatir la pereza conceptual que esquematiza el pasado y conseguir dotarlo de la textura de lo real. Da Costa ha desplegado una diligencia inaudita para identificar las motivaciones, las mutaciones, las rectificaciones y luego directamente los embustes autojustificativos de un importante puñado de escritores relevantes de la España de la Edad de Plata y del primer franquismo en relación con el nazismo. Ha rastreado de forma exhaustiva sus revistas, sus periódicos, sus firmas y sus editoriales, porque nunca creyó que todos fueran lo mismo y tampoco que su fascinación por Hitler desde el momento mismo de su victoria en 1933 fuese un episodio anecdótico. No podía serlo cuando jóvenes falangistas sentían una imantación incuestionable hacia su figura, su ideario y su ambición totalitaria. Lo que hace Da Costa es exprimir con cuidado las múltiples fuentes disponibles, antes y después de la guerra, para extraer las razones de una adhesión ideológica que en casi ningún caso fue plena y total pero sí argumentada, discriminada, a veces oportunista y calculadora, en muchos casos reticente y a veces hasta crítica, en particular para quienes no veían modo posible de conciliar su catolicismo con la doctrina nazi. A partir de la percepción diacrónica del nazismo, lo que este libro hace es, en realidad, una anatomía de las vísceras de las derechas intelectuales de la época, al trazar sus rivalidades internas, sus diferencias de matiz, sus contradicciones flagrantes y hasta su competitividad en el mercado de las ideas desde una aproximación general comprensiva y permisiva a los postulados del nazismo. La documentación que maneja Marco da Costa es abrumadora, sin que muchos de sus materiales hubiesen sido revisados críticamente nunca, pero la virtud más productiva no está en el acopio de documentación, sino en la articulación analítica de un mapa cambiante: nadie fue filonazi de la misma manera en 1933 que en 1943, cuando las cosas empezaron a torcerse, ni desde luego las simpatías nazis estuvieron tan a la vista al principio como tras los juicios de Núremberg, con la asistencia de algunos españoles con escrúpulos cuando menos deportivos.

La desmemoria no es un mal del presente: es universal y además contiene un elemento de supervivencia social. Con la memoria total del pasado en el presente, las sociedades sucumben a sus tragedias pretéritas. Con el filonazismo español ha sucedido algo parecido; como si el análisis de esas sintonías hubiese necesitado muchas décadas para regresar a la luz del conocimiento histórico. Todavía nadie había abordado con la minuciosidad y la ecuanimidad crítica del autor de este libro la aventura de sentirse nazi o filonazi sin vergüenza alguna, con la altanería de identificarse con la vanguardia política e ideológica de la historia y con repulsión activa a las pazguatas y frustrantes virtudes burguesas. La discusión fue muchas veces teórica, política e ideológica y de ella nacen las familias político-ideológicas que distingue este libro, aunque poco de ellas subsista de la misma forma en el presente, más allá de la imagen turbadora de una muchacha colérica con los labios pintados de rojo, la ferocidad en la mirada y en el ademán. Pero están ahí: mejor saber de dónde vienen.

 

JORDI GRACIA

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