Los duendes del dulce hogar 2 - Los duendes del dulce hogar y el unicornio de chocolate

Vanesa Pérez-Sauquillo

Fragmento

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Caía una gran tormenta de nieve sobre la ciudad. Todo el mundo se había quedado calentito en casa.

Bueno, todo el mundo no. Algunos se habían puesto el abrigo y la bufanda, y habían salido a caminar a pesar del viento y la nieve. «¿Adónde iban?», preguntaréis. Pues a la calle 77, donde estaba la casa de Mister Higgs.

La casa de Mister Higgs era siempre un descanso en aquella ciudad gris, donde la gente iba tan rápido y trabajaba tanto. Mirar la casa era igual de relajante que darse un baño caliente con espuma. Qué gusto daba contemplar sus paredes de color verde hoja, sus cuadros de microbios y la cama blandísima que había en medio del salón.

Todos se quedaban mirando por el gran ventanal hasta que empezaban a bostezar, se les aflojaban las piernas y caían dormidos en un montón.

La tarde en que comienza esta historia, el montón parecía una montaña de nieve que roncaba.

—¡Cuánta nieve está cayendo delante de casa! —dijo en voz alta Mister Higgs—. Hoy es un día especial. Me apetece tomar… ¡una taza de chocolate caliente! Pero antes les haré una última foto a mis microbios.

Levantó la cámara y la colocó encima del microscopio.

—¡Patataaa! —dijo.

Ochocientos microbios de colores se abrazaron y sonrieron de oreja a oreja, mirando para arriba.

—¡Patataaa! —repitieron, aunque él no los oyó.

—¡Qué buena foto! —dijo Mister Higgs orgulloso—. Esta la colgaré en el salón. Y ahora… ¡a preparar mi chocolate!

—¡Chocolate! —susurró el hada que estaba escondida debajo de la mesa—. ¡La casa va a oler de maravilla!

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El hada se llamaba Krystal. Tenía el poder mágico de hacer caramelo de cristal, como el de las piruletas.

—¡Patata se va a tomar una taza de chocolate! —avisó a su amigo Plash.

Plash era el duende de los dulces que al caer hacen ¡PLASH!, como las cremas de los pasteles, la nata, el caramelo líquido…

«¿Y Patata?», preguntaréis. «¿Patata quién es?». ¡Pues Patata era Mister Higgs! Como siempre gritaba «¡Patata!» para que los microbios sonrieran en las fotos, los duendes al principio pensaron que se llamaba así.

Plash se alegró tanto al oír a Krystal que dio una voltereta en el aire.

—¡Una taza de chocolate! ¡No me lo puedo creer! ¡Qué día más fantástico!

Mister Higgs se fue a la cocina. Cuando se marchó, Azu Kiki y Chocopete asomaron la cabeza de donde estaban escondidos: dentro de la cajita de música.

La lará lalá, la lará lalá…, sonó al abrirse. Azu Kiki y Chocopete salieron y se pusieron a bailar por el aire con sus pequeñas alas.

Azu Kiki era un duendejo: una monísima bola de pelo blanco con orejas de conejo. Hacía algodón de azúcar, ¡incluso cuando dormía!

Y Chocopete era el bebé que iba dejando «sorpresitas» de color marrón por todas partes. Menos mal que era un duende del dulce: ¡así sus sorpresitas eran bombones!

Como habréis notado, los cuatro duendes vivían muy felices con Mister Higgs. Querían mucho a su «Patata». Lo querían como a un abuelo. Pero un abuelo muy despistado. Tanto, ¡que aún no se había enterado de que tenía nietos! Patata no se daba cuenta de nada. Ni de que los duendes existían, ni de que su casa estaba llena de caramelo de arriba abajo…

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Es verdad que los duendecillos, que hacían dulces continuamente, los escondían muy bien. La casa olía tan rica que era una delicia. Y ahora además… ¡olería a chocolate caliente! ¡Qué locura! ¡Era la primera vez que veían que Mister Higgs se preparaba una taza!

Azu Kiki canturreó contento:

¡Viva Patata! ¡Alegría!

¡Loco mi corazón late!

¡Por fin ha llegado el día

en que se hará un chocolate!

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