Amantes secretos

S. F. Tale

Fragmento

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Prólogo

El club de las honorables damas se había reunido por un acontecimiento importante. No era cuestión de vida o muerte, sí lo suficientemente relevante como para que lady Susan requiriese de sus amigas, a quienes mostraba su mejor semblante, aunque por dentro la procesión era otra muy diferente.

A lo largo de su vida había sufrido muchas pérdidas, tantas que ya había dejado de contarlas, la más dolorosa fue la de su amado John. Esa la arrastraría hasta dar su último suspiro. Con el tiempo había adquirido la asombrosa capacidad de esconderlo tras ese carácter decidido que no le permitía amilanarse ante nada ni nadie. A muchos en la alta sociedad los espantaba, no obstante, quienes la conocían nunca se separaban de ella, pues sabían que tendrían una amiga para toda la vida.

Vida. En los últimos días se replanteó el tiempo, a su edad no debería hacerlo a no ser que fuese tan tarada de estar esperando con alegría que le diese una apoplejía, lo cual no era factible al gozar de buena salud. No era tonta, sabía que con las canas que peinaba algo tan efímero como el tiempo, que corría en contra de cada persona joven o madura, se le escurría entre los dedos. Sobre todo, después de enterarse por carta de la última noticia que le dejó un gran desánimo. Esa la quemó, otra la salvó de las llamas, esa en la que una de sus mejores amigas desde que había llegado a Londres le pedía el favor de su vida.

—Susan, estás muy cabizbaja. —Jacquetta apoyó una mano sobre su brazo.

—Y callada —apuntó lady Violet.

Lady Susan observó a ese grupo de cuatro mujeres: su inseparable Jacquetta, lady Violet, lady Anne y Moira. Se había granjeado la amistad de las tres últimas, quería pensar, porque les caía bien, por ser auténtica, adjetivo del que no sabían los personajes que paseaban por las calles con la cabeza bien erguida por ser privilegiados. Sí, ellas eran de lo más valioso que tenía, eran su familia. Asintió en silencio.

—Lo sé —reconoció.

—Entonces, cuenta, ¿qué pasa? —inquirió Moira.

—Mis queridas señoras, si os he hecho avisar es debido al cometido que tengo entre manos —comenzó a hablar con cierto halo de misterio.

—¿Es tu sobrina? —tanteó lady Anne.

—No, déjala de momento en el barco. —Hizo un aspaviento. Aún quedaba tiempo para que Elisa llegase a Londres.

—¿De qué se trata entonces? —insistió lady Violet dejando su taza de té vacía sobre la mesa redonda cubierta por un espectacular mantel que era unos años más joven que lady Susan.

—Tengo que ayudar a la hija de unos amigos —suspiró con pesar.

—Cuenta con nosotras, Susan.

Esas palabras espontáneas de Jacquetta le revolotearon entre la mente y le corazón.

En muy pocas ocasiones había pedido que le echasen una mano, solía ser al contrario, ella siempre era quien la ofrecía. Mas había momentos en los que uno la debía pedir. A Jacquetta se le sumó el resto.

—Os lo agradezco. —Respiró hondo—. Tenemos mucho trabajo.

Las cinco pegaron las cabezas y bajaron la voz para que nadie, ni las paredes, escuchasen lo que les iba a contar, también a pedir, pues no todos los días una tenía que enfrentarse a la rapidez con la que las agujas del reloj corrían. En cuanto expuso todo, las sugerencias no se hicieron esperar.

—Esto puede ser muy divertido —manifestó Moira con tanta efusividad que dejó a las demás sin habla—. He encontrado algo por lo que quedarme en Londres.

—Pongamos anuncios en los periódicos ofreciendo nuestros servicios y así se quedará. —Se rio lady Violet que contagió al resto salvo a lady Susan.

—No te pases, añoro a mi querido Chillingham —apuntilló Moira.

—Volvamos al tema que nos incumbe —Jacquetta recondujo la conversación—. ¿Has pensado en alguien?

—No, y debo conocerlos muy bien, no quiero ninguna mala sorpresa. —Susan, por una vez, debía actuar como una madre, y eso la inquietaba—. No quiero equivocarme.

—Podemos hacer una lista —propuso lady Violet—. Eso nos facilitaría mucho el trabajo.

—Hay que hablar con Josephine, ella debe saber algún nombre, incluso a mi sobrino, ¿qué te parece? —Moira quería que lady Susan estuviese de acuerdo.

—Toda ayuda es buena —asintió.

—¿Cuándo llega? —inquirió Jacquetta.

—De hoy en tres días. —Susan bebió otro sorbo de licor que se sirvió.

—No te preocupes por las fiestas, ya sabes que en Londres es raro que no haya una; si es necesario, todas haremos una. —Lady Anne estaba dispuesta a todo.

—Ya verás como todo sale a pedir de boca, no te angusties, Susan. —Moira llenó las copas vacías que había encima de la mesa—. Hay mucho que hacer. Pero antes un brindis.

Las cinco amigas brindaron y bebieron de un trago el Madeira. Luego, Jacquetta cogió un lápiz con un puñado de papeles para comenzar con la tarea de selección. A medida que la lista fue engrosando, lady Susan iba visualizando todo y, en algún que otro caso, no pudo evitar ciertos escalofríos que llamaron la atención de lady Violet.

—Este asunto va a salir bien.

—Eso es lo de menos. A quien hay que temer es a mí. —Rellenó su copa con el oscuro licor.

—¿Por qué? —preguntó con cierta inquietud lady Violet.

—Me voy a quedar hasta la coronilla del amor —juró lady Susan por lo bajo antes de beber para coger fuerzas.

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Capítulo 1

Las gotas de lluvia caían con parsimonia sobre el sombrero sin apenas hacer ruido. La humedad del día se colaba por el interior de su falda, no percibía como el frío le lamía los muslos traspasando la fina tela de las enaguas, pues Laurel no estaba en este mundo. Quien la observase de lejos en el exterior de la catedral de San Peter y San Paul vería una figura alta, esbelta, vestida de negro, estirada y cabizbaja delante de una lápida con la cara tapada con un velo que no permitía a nadie ver las lágrimas que se deslizaban por las mejillas. Su pérdida había sido muy grande.

—Laurel, debes cumplir con la última petición de tu padre —la informó el abogado de la familia. Un hombre al que conocía de siempre.

—¿Cuál? —Agitó la cabeza. No sabía a qué se refería, pues su padre no le había dicho nada aquel día que, postrado en cama, le habló del testamento—. ¿De qué se trata?

—Tus padres acordaron que, si al mori

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