Erik el Rojo

Tulio Fernández Mendoza

Fragmento

Erik, el Rojo
I

El hacha y las runas recorrieron playas y bosques de un nuevo mundo luego de atravesar mares feroces y vencer el terror a lo desconocido. Quien las trajo fue un guerrero, viajero y explorador excepcional que fue guiado por su destino a un lugar muy lejano de la tierra que lo vio nacer.

Pero antes de seguir con su historia debemos hablar de su nacimiento, porque todos los hombres y mujeres que hemos admirado y amado, que son fuertes, poderosos o famosos, fueron alguna vez bebés; débiles e indefensos, llorones y mocosos que se debían valer de sus padres para sobrevivir.

El día que nació sería recordado por una extraña tormenta que azotó su pueblo. La tarde era carmesí, oscura como la sangre, y los rayos empezaron a surcar el cielo de manera continua, sin parar, uno tras otro, mientras fuertes vientos golpeaban las casas.

Durante el ocaso, una mujer embarazada empezó a gritar que había llegado la hora de dar a luz. Mi mamá era una bjargrygr; es decir, la partera del pueblo, y su labor era asegurarse de que todo saliera bien. A pesar de que no se permitían hombres en ese momento, como yo era pequeño, mamá siempre me llevaba con ella a contemplar el inicio de una nueva vida.

Afuera de la choza los hombres estaban maravillados por la tormenta: no caía ni una gota de agua, pero el ruido del viento era ensordecedor. Bien se sabe que el causante de esta era Thor, ¿pero a qué se debía que no lloviera? Se dice que cuando ocurre la borrasca y el rayo y el trueno están presentes, es porque el dios está peleando contra sus enemigos o porque está montado en su carruaje, el cual es arrastrado por dos cabras mágicas y carga calderos de bronce que, al chocarse, producen los ruidos de la tempestad.

Si no caían gotas de agua, era porque no estaba combatiendo contra sus enemigos, los gigantes de escarcha, pues muchas veces el sudor que estos dejaban era la lluvia que caía del cielo. A pesar de ello, el sonido del trueno se oía como si el cielo se fuera a desplomar, y los rayos surcaban el firmamento tantas veces y con tanta claridad que parecía el más soleado de los días.

Pronto, la idea se convirtió en rumor; y el rumor, en afirmación que pasó de boca en boca. Thor visitaba el pueblo. Era la única explicación para el ruido del trueno causado por su transporte; para el cielo rojo, como su barba, y los rayos, cuyas ramificaciones se asemejaban a Yggdrasil, el Árbol del Mundo que contiene los nueve reinos existentes en el universo.

Mientras tanto, la mujer seguía pujando. Su vientre tenía dibujados símbolos y runas de parto para que el alumbramiento fuera exitoso. Aparte de mi madre, varias mujeres observaban el proceso entonando cánticos y alabanzas a las dísir, pidiendo que le dieran fuerzas a la joven.

La futura madre se retorcía de dolor, pues era la primera vez que daba a luz. Muchas de las presentes habían oído los rumores sobre la llegada del dios al pueblo y sentían su presencia, a pesar de que los dioses solo son visibles si desean ser vistos. Astrid, mi mamá, se acercó a la mujer que lloraba mientras murmuraba «Quema, quema», una y otra vez.

—Ten fuerza —le dijo mi madre—. Thor nos visita y tu hijo será afortunado entre dioses y hombres.

A pesar del dolor, la mujer sonrió e hizo un esfuerzo final.

El niño nació en el mismo momento en que el último trueno rugió con fuerza, como si quisiera atravesar todos los reinos que componen el universo.

Mi mamá fue la primera persona en cargar al nuevo morador de Midgard. El bebé lloró con la fuerza del trueno y las mujeres respiraron aliviadas al saber que había nacido sano y fuerte.

La nueva madre, extenuada y al límite de sus fuerzas, contemplaba con ternura y sonreía a ese ser que tanto había anhelado. Cuando lo acercaron a su regazo se dio cuenta de que tenía el pelo de color rojo intenso, como si fuera una pequeña llama.

—El fuego marca tu nacimiento —susurró—, es el reflejo del espíritu que guiará tu vida, hijo mío.

Lo besó y abrazó acunándolo contra su pecho. Luego lo devolvió a mi mamá diciendo que estaba muy agotada. Tiempo después, se diría que la mujer fue incapaz de aguantar el fuego que traía consigo el bebé y que moriría en medio de dolores atroces, pero yo estuve ahí y puedo decir que partió con una sonrisa en los labios, feliz de haber traído a ese niño al mundo.

Cuando Thorvald, el padre de la criatura, entró a la choza y vio a la mujer, se arrodilló junto a ella, la besó y lloró amargamente. Secó sus lágrimas, se acercó al niño y lo tomó.

El bebé no lloraba. Thorvald lo examinó buscando algún desperfecto. Si lo veía enfermizo o deforme, podía abandonarlo a su suerte y a la de los dioses. Sin embargo, no había ser más rebosante de vida como aquel que lo miraba curioso bajo el brillante mechón rojo. Finalmente, se lo entregó a mi madre para que lo cuidara.

Desde que un nórdico nace, se enfrenta a su primera prueba. Debe sobrevivir nueve días para tener su propio nombre. Muchos bebés morían antes, ya fuera por el difícil clima o porque nacían muy débiles. Tan pronto se cumplió el plazo, Thorvald tomó una rama que simulaba ser el árbol Yggdrasil, la sumergió en agua y roció al niño con ella.

—Los dioses han venido a mí en sueños y me han susurrado tu nombre. Se repetirá una y otra vez hasta el Ragnarok, la batalla del fin de los tiempos; serás «líder», «gobernante único», te llamarás… Erik.

Así fue el nacimiento de Erik, el Rojo.

Erik, el Rojo

Las tierras que vieron nacer a Erik en el año 950, en Jaeren —una pequeña población en la región de Rogaland, en el reino de Noruega—, eran verdes, rodeadas de hermosos bosques, y blancas por las nieves que las cubrían como una manta durante los fuertes inviernos.

En las gélidas noches, las familias nos reuníamos en el centro de las casas, y muchas veces dejábamos que animales como vacas o cabras nos acompañaran para compartir el calor, mientras prendíamos hogueras que nos mantenían a salvo de morir congelados.

Aun así, el frío s

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