Introducción
Llevo varios años escribiendo sobre la relación de las madres y los padres con sus hijos. Todos mis libros incluyen algún capítulo referente a las parejas y ejemplos de los conflictos que suelen aparecer cuando tenemos descendencia. Sin embargo, en los últimos años, cada día hay más separaciones, más divorcios, más custodias compartidas, más conflictos de pareja que impactan directamente en la crianza de los hijos… Sin duda, la pandemia no facilitó las cosas, al contrario, las tensó un poco más, y muchas relaciones estallaron por los aires.
Pero esto no es algo nuevo. También yo soy hija de padres separados. A principios de los ochenta, cuando tenía cinco años, me convertí en la primera niña de mi pueblo con padres separados. Y cinco años más tarde asistí a sus respectivas bodas con sus nuevas parejas, con solo cuatro meses de diferencia entre las dos. Estoy convencida, y así lo he hablado con mis padres muchas veces, de que las movidas de la crianza de una hija siendo tan jóvenes no ayudaron en su relación. Pero la culpa no fue mía, como tampoco es culpable ningún niño o niña de la separación de sus padres. Es la falta de base común, la falta de unos valores compartidos y muchos otros motivos, por supuesto, como lo que se despierta con la maternidad y la paternidad y el impacto que tiene eso en la relación de pareja.
Lo viví hace mucho, y no solo desde una perspectiva profesional, sino también personal. Cuando nos convertimos en padres de nuestra primera hija, a mi pareja y a mí se nos despertaron emociones, sensaciones y recuerdos de los niños que fuimos. Nuestras creencias, nuestros patrones y nuestras vivencias anteriores salieron a la luz, y tuvimos que transitarlos al mismo tiempo que criábamos a un bebé que requería toda nuestra atención. Esto implicó muchas consideraciones, muchísima conversación y mucha voluntad de comprendernos y crecer juntos. Por suerte, los dos habíamos hecho terapia individual tiempo atrás, así que sabíamos cuáles eran nuestras carencias y heridas, y podíamos ver lo que ocurría no como un problema del presente, sino como una removida interior para situarnos en los adultos que entonces éramos. Tocó arremangarse y currárselo, pero lo conseguimos.
Un día, mientras impartía el retiro «Reconectando con la pareja», después de dar un speech bastante largo a las once parejas que me escuchaban atentas, un padre me dijo: «Tienes que escribir un libro sobre todo esto, porque te estaba oyendo y sentía que tus palabras me ayudaban, que entendía por qué nos pasa lo que nos pasa. Hazlo, por favor, lo necesitamos». Por aquel entonces no entraba en mis planes, pero esa idea fue anidando en mí.
Días después me pasé por una gran librería para ver si había libros que abordaran la relación de pareja como quería hacerlo yo, pero no encontré ninguno. Había muchos sobre relaciones amorosas, sexuales, etc., pero ninguno hablaba de relaciones de pareja y crianza ni de las movidas que a veces nos arrasan cuando nos convertimos en padres. Ese mismo día escribí a mis editores y les dije que ya sabía de qué quería hablar en el próximo libro. Cuanto más tiempo pasaba, más me apetecía y más urgente me parecía tratar este tema, así que imagínate lo feliz que me siento mientras escribo estas palabras.
Este libro está pensado, en primer lugar, para las parejas que queréis tener hijos pero no sabéis lo que viene después. Deseo aportar mi granito de arena para que estéis preparados, dialoguéis mucho y hagáis juntos el trabajo de pareja que requiere la enorme tarea de criar a un hijo. También lo he pensado y escrito para que, si tienes hijos, te entiendas, su mensaje resuene en ti y, a la vez, comprendas por qué a tu pareja le pasa lo que le pasa. De esta forma ambos podréis detectar las debilidades de vuestra relación y poneros manos a la obra para construir juntos, crecer y avanzar, si es lo que necesitáis, o para que identifiquéis el momento de cambiar de rumbo, pero desde un punto de vista consciente, que os ayude luego también a tejer una separación consciente teniendo siempre en el centro a los hijos y su bienestar. Y también lo escribo pensando en las personas que no tenéis pareja pero queréis reflexionar sobre este tema, ver qué falló en vuestras relaciones anteriores o en vosotros para tomar conciencia y cambiar patrones, creencias y prácticas que os alejan de lo que queréis.
Siempre he rechazado esa visión de que con los hijos las relaciones de pareja se resienten, se estancan o ya no avanzan de la misma forma, las relaciones sexuales desaparecen y todo va de mal en peor. Un punto de vista catastrófico muy extendido. No estoy de acuerdo con esta generalización porque, de alguna forma, hace que la responsabilidad recaiga en los hijos y la crianza, como si fuera esta la que no dejara avanzar en las relaciones amorosas, y no es así. O como si cuando se entra en la etapa de querer criar a los hijos desapareciera la posibilidad de tener una relación de pareja gozosa, feliz, con la que podamos crecer y evolucionar. Con este libro quiero transmitirte otra mirada que te empoderará y te ayudará a llevar vuestra relación a otro nivel más consciente, más empático y lleno de amor incondicional.
Por supuesto, este camino quizá conlleve dolor. Disney ha hecho mucho daño, y despertar de esa ilusión puede darnos una buena hostia, no nos engañemos. Otro aviso: este camino no es apto para quienes esperan que todo les venga dado o que todo sea culpa de los demás. Si quieres tener una relación de pareja llena de vida y crecimiento, deberás currártelo. Las cosas realmente importantes no suelen regalarse. Pero te prometo que este trabajo juntos puede que sea de lo mejor que viváis nunca: crecer con alguien al lado que te acompaña y a quien tú acompañas desde un lugar consciente, adulto y amoroso es algo maravilloso que fortalecerá vuestro vínculo cada día.
Para que no sea muy teórico y te aburra a las tres páginas (en especial a los padres, que muchas veces les cuesta la vida leer ensayos), al principio de cada capítulo he recuperado a Juan y a Dolo. ¿Has leído mi novela RemoVidas? Si no lo has hecho todavía, puede que te guste. Juan y Dolo son dos personajes de ese libro que se conocieron durante los aplausos de las ocho de la tarde en el confinamiento por la COVID que vivimos en España. De ahí nació una relación de amor que me ayudará a iniciar cada capítulo de este libro. A través de la identificación con esos personajes, quizá te sea más fácil detectar patrones, roces o movidas que vives o que ocurren en tu relación de pareja.
Hacía mucho tiempo que quería recuperar esa historia de amor tan potente y pasional, y este libro la pedía a gritos. Así que me siento feliz por partida doble: podré hablarte de relaciones de pareja (con hijos) y podré hacerlo a través de Juan y Dolo, dos personajes a los que quiero un montón.
Como siempre en mis libros, voy a darte dos recomendaciones. La primera es que lo subrayes, lo marques, y tengas al lado papel y boli para apuntar frases, ideas o recuerdos que se te despierten con la lectura. La segunda es que no lo leas del tirón; de esa manera irás integrando poco a poco todo lo que cuento y, lo más importante, irás dejando espacio a las emociones que te despierte la lectura. Sé amable contigo y con el libro. Imagínate que es tu postre favorito: procura disfrutarlo despacio, saborea cada bocado y permite que tu estómago lo digiera.
Intentaré que sea muy práctico, para que, a la vez que lo leas, puedas aplicar los consejos que te doy y seas capaz de ver mejoras tanto en ti como en tu relación de pareja. Así que presta mucha atención a los apartados «Te propongo…» y dedica tiempo a resolver las actividades. Tómatelo como un juego y hazlas, porque te ayudará a integrar todo lo que has leído.
Los ejemplos que comparto ajenos a la historia de Juan y Dolo son fruto de un montón de parejas que he conocido en mi vida profesional y a las que he acompañado en la crianza de sus hijos o a la hora de mejorar su relación. Si aparecen nombres, son inventados. Unas veces hablaré en femenino y otras en masculino. Es solo para hacer la lectura más amena y no tener que repetir «niños y niñas», etc., todo el rato.
Ahora ya solo queda entrar en materia, pero antes quiero que sepas que me hace feliz que estés aquí leyéndome y que me dejes acompañarte en este viaje. ¿Nos damos la mano? Vamos.
1
La vida antes de tener hijos
Dolo tenía la mano derecha metida en el bolsillo de atrás de los vaqueros de Juan cuando entraron en aquel piso del barrio del Poblenou de Barcelona siguiendo a la chica de la inmobiliaria.
—Subo las persianas rápido para que podáis ver lo bonito que es.
El apartamento olía a cerrado y se oía el eco de sus pasos. Ellos, escépticos después de haber visto diez pisos que estaban muy lejos de lo que buscaban, no esperaban que este fuese a gustarles.
A medida que la chica subía las persianas y abría ventanas y puertas, el piso se iba transformando en un lugar luminoso que dejaba al descubierto espacios grandes y agradables que Dolo ya iba rellenando en su mente.
—¡Uau! —exclamó Juan—. Cuánta luz.
Dolo sacó la mano de su bolsillo y empezó a moverse por aquel apartamento como si fuera una niña descubriendo un lugar mágico; pasaba de una habitación a otra sin hacer mucho caso a lo que la comercial les iba contando sobre el propietario, la comunidad…, hasta que a la chica le sonó el teléfono.
—Ups, me llaman. Dadme un segundo.
Salió al rellano para contestar y dejó a Juan y a Dolo solos en ese piso por primera vez.
—Juan, es este. Lo siento, lo noto.
—¿En serio? La verdad es que es precioso. El mejor que hemos visto hasta el momento.
—Me encantan la luz, las vistas, los espacios… ¿Has visto qué alto es el techo? ¿No te encanta?
—Sí, me gusta. ¿De verdad sientes que es este?
—Sí. ¿Y tú?
—Ya sabes que no soy tan brujo como tú, pero me gusta y… sí, nos veo aquí.
—¡Al fin!
Dolo se le tiró encima y le dio un abrazo de celebración de algo que todavía no sabían si podían celebrar. La chica de la inmobiliaria volvió cuando aún seguían abrazados y se estaban dando un largo beso de esos que, de haber podido, habría terminado en sexo. La comercial tosió para delatar su presencia y les habló de las condiciones del contrato.
En menos de tres semanas, la comercial les dio las llaves del primer apartamento que alquilaban juntos.
—Lo de este piso es un poco como lo que me pasó contigo, Juan —le dijo Dolo al salir de la inmobiliaria—. Los primeros días que pasamos juntos sentí que era como estar en casa, que me veía contigo y que quería despertarme cada día a tu lado.
—Te entiendo, ¡soy muy guay!
—¡Tú lo que eres es muy tonto! —exclamó Dolo riendo.
—Lo sé… —Juan sonrió—. No, ahora en serio, yo pensé lo mismo el primer día que te vi en aquel supermercado, haciendo la compra en pleno confinamiento. No me preguntes qué fue, pero supe que eras tú. Tenías como un imán que me atraía hacia ti… Como este piso cuando la comercial subió las persianas. —Se detuvo en seco—. Te quiero.
—Y yo a ti. ¿Seremos felices en él? No puede ser tan bonito… ¡Alguna pega tendrá! —dijo ella.
—Claro que seremos felices… ¿Y qué insinúas, que yo también tengo alguna pega, que no puedo ser tan perfecto?
—Hombre, alguna tienes, que ya las conozco…
Se apartaron, y ella le dio un cachete en el culo.
—¿De qué vas? —se quejó él.
—Pero no son pegas, son peguitas que acepto con amor. Igual con los años se te pasan.
—Uy, no sé yo… Dicen que ocurre justo lo contrario, ¡así que no te hagas ilusiones!
—Bueno, yo también tengo algunas —dijo Dolo sonriendo—. Pocas y menos que tú, claro, pero algunas sí.
—¿Quieres decir aparte de los pedos que te tiras? —Juan se echó a reír y ella se le abalanzó y lo llamó «embustero».
Juan y Dolo se llevaban de maravilla. Lo suyo había sido de fuegos artificiales desde el primer día, y seguían alucinados de lo bien que estaban juntos. Aun así, había algún roce. Hacía un tiempo, a Juan le había molestado que Dolo tardara en presentárselo a sus padres. «Pero si ni siquiera tengo mucha relación con ellos… ¿Por qué te importa tanto?». También de vez en cuando le ponía celoso la relación que Dolo tenía con una ex y su pareja. Sí, ella había tenido una mujer de pareja hacía años y seguían siendo buenas amigas. «Si estoy contigo es porque quiero», le decía ella para que se tranquilizara, pero a Juan le costaba asimilar que una mujer tan potente y guapa como Dolo quisiera estar con él.
Ella también tenía sus movidas, por supuesto: cuando notaba que él se mostraba dependiente o muy efusivo y enamorado, a ratos se agobiaba. Sentía que, si ella lo era todo para él, tenía más posibilidades de decepcionarle, igual que pensaba que había decepcionado a sus padres, y no quería que eso ocurriera. Pero a pesar de algún momento de bajón que cada uno tenía con su parte más oscura, en general les parecía que su relación era de diez. Se lo pasaban bien, hacían escapadas de fin de semana de las que volvían aún más enamorados, disfrutaban de un sexo pleno y feliz, y se cuidaban y mimaban tanto como podían.
Después de recibir las llaves del piso, se pasaron las dos semanas siguientes arreglándolo. Lo primero que entraría sería un colchón viejo para tumbarse y hacer el amor entre manos de pintura, transporte de cajas y la reparación de alguna persiana.
Eran días felices, aquellos.
CÓMO SOMOS: ¿MADUROS O NO TANTO?
Este libro lo escribe una mujer de cuarenta y siete años, y aunque me siento más joven que nunca, no nos engañemos: los niños en la calle me llaman «señora». Lo llevo tan bien como puedo , pero, desde la etapa en la que estoy, siento que aunque la mayoría creemos que ya somos maduros cuando empezamos a tener relaciones de pareja, en realidad no lo somos tanto. A las edades en las que las relaciones empiezan a formalizarse, son muchos los que todavía no han mirado atrás ni han encajado las piezas de su pasado: cómo los criaron, qué los hirió, qué esperaban de ellos, qué patrones de su casa fueron integrando, qué tipo de relaciones había en la familia y cómo les impactaron…
Por lo tanto, llegamos a las relaciones llenos de creencias, patrones, heridas sin sanar y carencias sin resolver que, aunque parezca que no están al principio, están. ¡Y vaya si están! Llegamos con un dolor que hemos intentado tapar como hemos podido, y a veces lo hemos hecho tan bien que creímos que no estaba, que había desaparecido. ¡Nada más lejos!
Porque los inicios de casi todo son ilusionantes, y en las relaciones amorosas más, porque ahí está nuestro cuerpo, nuestras hormonas y nuestras necesidades inconscientes de afecto y amor para pintarlo todo de color de rosa. Entramos en una especie de nube, nos enamoramos hasta las trancas y ya no podemos pensar con claridad. Aunque nuestra pareja haga cosas cuestionables, si estamos enamorados, las maquillaremos para que nos acaben pareciendo estupendas. En esa etapa no nos damos cuenta de casi nada. La oxitocina, las endorfinas, la dopamina y otras hormonas que segregamos cuando hacemos el amor se ocupan de ir vinculándonos y de hacernos sentir profundamente conectados con la persona que tenemos delante.
Enamorarse es genial. Lo viví y fue maravilloso y estresante a la vez por la intensidad de las sensaciones y emociones que ese sentimiento desató en mí. Por suerte, un día el suflé empieza a bajar, y eso no significa que no estés enamorado, sino que al fin ya puedes pensar un poco y darte cuenta de cosas, como, por ejemplo, de que nada es perfecto, tampoco tu pareja ni la relación que estáis gestando. Y ahí llega un poco de madurez, al darnos cuenta de que la perfección no existe, de que somos humanos y de que, si queremos que esto funcione, tocará arremangarse y hablar de temas quizá un poco incómodos, encontrar formas de funcionar como pareja que nos satisfagan y llegar a acuerdos. Ya no solo somos uno, sino dos, y esto trae muuucha miga.
Porque si ya es difícil entenderse con uno mismo, aguantarse y sostenerse, imagínate con una persona que es distinta a ti, que tiene otro bagaje de vida, que carga con una mochila que no es la tuya, que ha sido criada por otros padres, que ha vivido otras experiencias y vivencias, etc. Lo que pasa es que muchas veces da pereza arremangarse y darse cuenta de según qué. Lo que pasa es que muchas veces es más fácil acomodarnos en dinámicas que nacen de nuestra mochila.
MOCHILAS INVISIBLES Y DINÁMICAS DE PAREJA
Tardé muchos años en saber cuál era la mochila invisible que yo llevaba en mis relaciones de pareja. Hasta entonces, de la única que hablaba alguna vez era de la que me llevaba de viaje. Luego, cuando fui consciente de ella, flipé por no haberla visto antes, sobre todo con lo que pesaba… Pero supongo que es normal: eres joven, te enamoras y crees que, si se interpone algo entre los dos, será otra persona, no dos fucking mochilas invisibles. Y te aseguro que, la mayoría de las veces, lo que no permite avanzar en una relación de pareja o lo que hace que esta se termine son justo las mochilas que cargamos, aunque aparezcan terceras personas. Pero volvamos al tema, que me desvío.
Cuando somos pequeños, la primera relación de pareja que vemos e integramos como buena es la que tenemos en casa, por lo general, la de nuestros padres. No importa si es tóxica a más no poder o si hay dinámicas absolutamente abusivas o manipuladoras. Para un niño, es una relación, y si es la que mantienen sus padres, debe ser buena, así que la integra. Aunque no estemos hablando de relaciones tóxicas, en cada pareja se dan unas dinámicas que los niños ven a diario y las toman como ejemplo para sus futuras relaciones. Esto no sucede de forma consciente, por supuesto. A menudo he estado con personas que me han dicho: «De joven me juré que nunca tendría una relación de pareja como la de mis padres y luego me he dado cuenta de que es justo la que he tenido yo».
Normalizamos lo que hemos visto en casa: es lo que ha de ser, también en las relaciones de pareja. Si no nos damos cuenta, tendemos a reproducir lo que hemos vivido; es lo que nos resulta familiar, y al cerebro le encanta lo que conoce. Solo podemos cambiar aquello de lo que somos conscientes, y si la mochila es invisible nos costará actuar como si no la lleváramos a la espalda.
Voy a ponerte un ejemplo inventado que quizá te resuene o que a lo mejor lo has visto más de una y dos veces. Pongamos que Ana es una mujer sensible y empática que ha vivido en una casa donde había una madre cuidadora y cariñosa que dirigía y se ocupaba del hogar, y un padre bastante ausente, cero corresponsable, pero al que nadie le ponía los puntos sobre las íes. Si Ana no es consciente de los desequilibrios en la relación que mantenían sus padres, quizá tienda a repetir el patrón, porque ha integrado que ese es su papel en la pareja. Es probable que se junte con alguien que también esté bastante ausente, delegue mucho en ella y espere sus cuidados.
Ana y Pedro, por ejemplo, podrán funcionar más o menos bien durante un tiempo, cada uno con su mochila a cuestas, simulando que es una relación de pareja madura en la que todo va sobre ruedas, pero las cargas están, y en el caso de que no se den cuenta y hagan algo al respecto, si alguna vez deciden tener hijos es muy probable que las mochilas revienten.
Ana gestará, parirá y criará a su bebé con intensidad, y volcará todo su instinto maternal y sus cuidados en su hijo. Por su parte, es probable que Pedro eche en falta que esté más pendiente de él, que viva esa realidad como una distancia entre los dos, que se sienta desplazado o que incluso esté celoso de ese bebé que recibe toda la atención de su pareja. Cuando Ana se dé cuenta de que tiene que ocuparse de todo, como su madre, y de que Pedro está ausente y es cero corresponsable, es probable que, en pleno siglo XXI diga «Hasta aquí». El hijo no hace que la pareja se desestabilice, sino las mochilas que, con la maternidad y la paternidad, empiezan a verse un poco más claras, más nítidas, y ya no puedes seguir haciendo como si no estuvieran.
De repente la mochila se vuelve enorme, como la de una expedición al Everest. Quien la descubre tiene muchas ganas de soltarla y saber qué se siente al vivir una vida más ligera y sin tantas ataduras con el pasado. Si los dos miembros de la pareja quieren andar este camino de redescubrimiento personal sin esos viejos patrones familiares, sociales y culturales, pueden crecer juntos y transformar esa relación en algo más genuino, más suyo y más consciente.
Si, por el contrario, uno de los dos no quiere, el devenir de esa relación dependerá en gran parte de lo que decida el que ha empezado a ver la mochila. Hay quien se queda en esa relación, aunque se dé cuenta de las desigualdades, los desequilibrios y la desazón… Pero «Qué le vamos a hacer», piensan, «Quizá está bien así», «Puede que no merezca nada mejor» o «Pues bastante tenemos, mejor ser agradecidos, que hay gente que no tiene ni eso…». Hay quien, en un gran ejercicio de autoestima, cree que merece vivir una relación de pareja más plena y consciente, y decide, al menos, no seguir en una que no lo es. O prefiere quedarse solo o sola antes que estar en pareja, pero no sentirse acompañado.
Quizá pienses que con este ejemplo inventado lo simplifico todo mucho, pero que no es tan sencillo. Tienes razón: no lo es, para nada. Por eso debemos empezar por el principio.
QUÉ HEMOS VISTO EN CASA
Dejemos a un lado el ejemplo de Ana y Pedro y vayamos a lo que nos interesa: tú. No quiero que sigas sin ver las mochilas, porque, cuando son invisibles, nos tienden trampas de las que luego nos cuesta mucho escapar. Por eso, llegados a este punto, creo que es importante que investigues un poco qué has vivido en tu casa. Para ayudarte, te plantearé algunas preguntas. Si las tienes claras, respóndelas ahora, o déjalas reposar y busca pistas que te permitan hacerlo en algún otro momento.
Pero antes tienes que saber que no eres mal hijo o mala hija por averiguar que la relación de tus padres no era muy respetuosa, equilibrada o amorosa. Que te des cuenta de eso no significa que los estés traicionando, que no los ames o que ellos no te amaran. En absoluto. Son cosas distintas y compatibles al mismo tiempo. Podían amarte tanto como eran capaces y sabían, y, a la vez, mantener una relación tóxica entre ellos. Podían ser muy buenos padres y, a la vez, muy desagradables entre ellos, hablarse mal o ignorarse por completo. Podían tener una buena relación familiar cuando estaban contigo y, a la vez, llevar una doble vida, tener un amante o no quererse como pareja.
Si estás leyendo esto, eres una persona adulta, porque este es un libro de no ficción para adultos, así que doy por sentado que puedes hacer este ejercicio maduro de comprender la realidad que te tocó vivir y, al mismo tiempo, saber que no tiene nada que ver con la relación que tus padres mantenían contigo. Así que intenta alejar la culpa, si asoma en algún momento. No estás haciendo nada malo, solo intentas entender lo que viviste para luego comprender cómo eso se manifiesta a veces en tu presente.
Ahora sí, vamos a las preguntas que te propongo:
• ¿Qué relación sientes que mantenían tus padres entre ellos? ¿Era amorosa?
• ¿Recuerdas si se amaban y se lo demostraban?
• ¿Crees que había alguna dinámica un poco tóxica entre ellos?
• ¿Qué recuerdas de su forma de comunicarse?
• En momentos de tensión y conflicto, ¿qué hacían?
• ¿Se daban muestras de afecto en público?
• ¿Eras testigo de su amor?
• ¿Presenciaste peleas entre ellos? ¿Te metían a veces en medio?
• ¿Quién se ocupaba de las tareas del hogar? ¿Había corresponsabilidad?
• ¿Quién llevaba la responsabilidad y las tareas propias de la crianza? ¿Se ocupaban de ti por igual?
• Cuando hacías algo que no les gustaba o que creían que no estaba bien, ¿quién te lo decía? ¿Te castigaba alguien? ¿Quién?
• ¿Crees que en la pareja uno tenía más poder que el otro?
• ¿Alguna vez los oíste hablar de sentimientos o emociones?
• Si en algún momento pasaron por una crisis, ¿te contaron de forma asertiva qué estaba ocurriendo?
Todas estas cuestiones también sirven si te criaron tus abuelos. Si tus padres están vivos, sigan juntos o no, quiero lanzarte estas dos preguntas:
• Cuando ves a tus padres, ¿aún reconoces entre ellos dinámicas de entonces que perduran?
• Si tienen otra pareja, ¿detectas formas de relacionarse con su nueva pareja distintas de como lo hacían cuando estaban con tu padre o con tu madre?
Ahora te animo a hacer el ejercicio de ver y darte cuenta de si algo de lo que sientes que no era del todo sano en la relación entre tus padres lo has incorporado en tus relaciones. Tanto si ahora estás con alguien como si no, analiza tus relaciones y fíjate en si hay o ha habido en ellas alguno de los desequilibrios que has detectado que hubo en tu casa.
¿Encuentras algún paralelismo entre tus referentes de cuando eras pequeña y tu relación de pareja actual u otras que hayas tenido?
Detectarlo es importantísimo porque, cuando reproducimos el patrón, estamos siendo como ellos, no nosotros al cien por cien. Es decir, actuamos según lo que vimos hacer en la infancia e integramos lo que debía hacerse, sin conectar con lo auténticamente nuestro. ¿Quiénes somos cuando dejamos de reproducir modelos de relaciones y formas de hacer que integramos en la infancia? ¿Cómo nos relacionamos con nuestra pareja cuando dejamos a un lado patrones y modelos que hemos visto en casa de pequeños?
Esos modelos pueden influirte para mal, pero también para bien, ¡por suerte! Recuerdo que en mi primera relación de pareja seria y más o menos estable notaba que faltaba algo. Lo sentí durante mucho tiempo, pero no sabía qué era. Me daba cuenta de ello cuando veía a mi madre y a mi padrastro juntos. Ellos tenían algo que yo no veía en nuestra relación: complicidad, amor incondicional y sin reservas, e ir a una como hilo conductor que me mostraba lo que yo quería. Sin duda, deseaba sentirlo. Si ellos lo tenían, existía, y si habían podido encontrarlo o crearlo, ¿por qué yo no?
Estuve un tiempo con ese malestar dentro de mí, viviéndolo en silencio y pasándolo muy mal, iniciando un duelo de lo que veía que nunca tendríamos. Intenté construirlo, crearlo, pero no había forma. Por lo que fuera, era imposible en esa relación. Se convirtió en un mantra que me repetía mentalmente: «No quiero conformarme con lo que tenemos, tiene que haber algo mejor, como lo que hay entre