No finjas que me amas

Marian Arpa

Fragmento

Prólogo

Prólogo

Kimberly pasaba de la furia a la llorera en pocos minutos. La desagradable sorpresa que se había llevado había sido monumental, enterarse de que su pareja, Owen, con quien había convivido siete años, estaba a punto de casarse con otra fue como si una losa le aplastara el cuerpo entero. ¡Y el muy cabrito no había sido capaz de decírselo a la cara! ¿Dónde quedaban aquellos «te amo» que le regalaba todos los días? ¡Mentiras, mentiras y más mentiras!

La rabia parecía que la envolvía en mil nudos. Sabía muy bien lo que tenía que hacer. Se fue a su casa, abrió la ventana del dormitorio que compartía con ese medio hombre y empezó a lanzar a la calle todas sus pertenencias. Cuando el armario quedó limpio de todas sus prendas, recorrió el piso y todo lo que le pertenecía a él terminó en el mismo montón bajo la ventana: su consola, unos pocos libros, su guitarra, y hasta su colección de CD de música country.

De repente, escuchó un grito que llegaba desde la calle:

—¡¿Qué diablos?!

Reconoció la voz de Owen, lo primero que hizo fue atrancar la puerta para que no pudiera entrar, ya se encargaría al día siguiente de que un técnico le cambiara la cerradura.

Kimberly se asomó a la ventana, soltando de paso el caro equipo de música nuevecito que había comprado él hacía poco más de un mes. Lo miró con todo el odio que sentía en esos momentos y proclamó:

—Vete, lárgate, no quiero volver a verte más en la vida. —Su voz dejaba entrever la rabia que sentía.

—Pero ¿es que te has vuelto loca?

—No, estaba loca y ciega, por suerte se me ha quitado la venda de los ojos.

—¿Qué ha ocurrido? ¿De qué hablas?

Escuchar el tono ofendido de él terminó de sacarla de sus casillas. Sabía que con aquellas voces estarían llamando la atención de todo el vecindario; sin embargo, no le importaba, que todos se enteraran de lo sinvergüenza que era Owen.

—Quizá esperabas que te diera la enhorabuena por tu próxima boda. —Se le removieron las entrañas al ver la cara de sorpresa que él ponía. Por su reacción y la mirada que dirigió a las ventanas vecinas, supo que habría más de uno que habría sacado la cabeza al escucharlos—. No lo voy a hacer, ¿adivinas por qué?

—Nena, ¿podríamos hablar en privado?

—Oh, no. Tú y yo ya no tenemos nada que decirnos. Recoge tu basura de ahí —dijo señalando todas sus pertenencias—. Y vete al infierno.

No volvería a confiar en ningún hombre, no había ninguno sobre la capa de la Tierra que se mereciera uno solo de sus pensamientos ni del dolor de corazón que la partía en dos.

Capítulo 1

Jason era el mayor de los tres hermanos Williams del racho de Detroit del mismo nombre, del que su familia era propietaria. Se dedicaban con éxito a la cría de caballos, y estaba satisfecho con su vida.

Era atractivo y lo sabía, las mujeres revoloteaban a su alrededor como las moscas a la miel; sin embargo, nunca hacía promesas. No quería herir a ninguna. Hacía unos meses que su hermana pequeña había sufrido por amor, y él no deseaba ser la causa de que nadie se afligiera como la había visto a ella.

A pesar de ser el más tranquilo y sensato de la familia, al enterarse de que Owen, uno de sus trabajadores, había jugado con los sentimientos de Andie, la benjamina de la familia, hasta el punto que ella había organizado su boda, y que poco antes de celebrarse se enteró de que él estaba viviendo con otra mujer, lo enfureció. Fue en busca de este y le dio una paliza que lo dejó hecho papilla, y lo despidió en el mismo acto. Nadie se ponía con un Williams sin pagar las consecuencias. Ya se había encargado de que tuviera que irse del estado, sus influencias eran muchas y nadie le daría trabajo.

En esos momentos, la familia volvía a sonreír, Andie estaba enamorada y la felicidad había vuelto a su vida.

Lo que no entendía era que su hermana se hubiese hecho amiguísima de la mujer con la que la engañaba Owen, él de buena gana le habría dado una patada en el culo.

Al principio, Andie no le había dicho a la familia quién era ella, solo que eran amigas; y como tal, y al no conocerla, le dieron el apoyo y el consuelo que parecía necesitar. Al ir conociendo a la susodicha, se habían encontrado con una mujer encantadora, y los Williams la habían aceptado como si fuera de la familia, como a todas las amigas de la hija menor. Cuando se enteraron de quién era en realidad, ella ya se había ganado el afecto de todos; y tuvieron que reconocer que las mujeres se apoyaban entre ellas, y que la joven no tenía ninguna culpa de que Owen fuera un malnacido. Había sido tan víctima como su hermana.

La mujer era muy guapa, tenía una fantástica melena morena que en los últimos tiempos había adornado con unas bonitas mechas más claras, que le daban un aspecto más luminoso y castaño; unos ojos ámbar que resaltaban en su piel inmaculada de un dorado espectacular, unos labios gruesos y suculentos, una naricita respingona y un cuerpo curvilíneo que sería el sueño de cualquier hombre con un apetito sexual saludable.

Jason la había estado observando cuando acudía al rancho con su hermana y sus amigas; al principio fue su espíritu protector y la desconfianza lo que hacía que estuviera alerta. Luego, el placer que era ver su carácter potente, bromista y desenfadado. Todo ello había hecho que le gustara su forma de ser, y en esos momentos se encontraba en un dilema. Si la hubiese conocido en otras circunstancias, ya le habría tirado los tejos y se lo habrían pasado de maravilla; no obstante, imaginaba que, habiendo sufrido por amor, podía hacerle daño si la seducía. Ella podía esperar de él lo que no estaba dispuesto a dar, que era su corazón.

Haber nacido en la familia Williams era una bendición al mismo tiempo que una maldición, nunca sabía si una mujer estaba con él por gusto o por su apellido y dinero. Por ese motivo iba con pies de plomo cuando conocía a alguna a la que le interesara demasiado; y aunque le pesara, había renunciado a encontrar a una que lo amara, él jamás tendría un matrimonio colmado de amor como el de sus padres. Por eso se dedicaba a pasarlo bien, y luego a otra cosa mariposa; solo repetía con las mujeres que, como él, disfrutaban del sexo sin compromiso.

Capítulo 2

Kimberly Clayton era vendedora de cosméticos por internet, tenía su canal en YouTube, y a través de las redes sociales, su negocio iba viento en popa. Estaba satisfecha con su vida, salvo en el amor. Había sufrido un desengaño tan grande, le había costado tanto recuperarse que nunca más volvería a confiar en ningún hombre.

Aunque debía reconocer que no todo en aquellos tiempos fue malo, gracias al malnacido de Owen había conocido a un grupo de mujeres que la habían apoyado en todo momento, a pesar de haber descubierto que una de ellas era la que él había elegido para casarse.

Al enterarse, en el mismo instante, de que Owen había estado jugando a dos bandas, ninguna de ellas pensó darle una oportunidad. El tipo se había divertido a su costa y había aplastado los sentimientos que ambas le profesaban. Había sido una casualidad encontrarse en aquella tienda de elegantes vestidos de novia, donde se destapó todo el embuste.

Andie era la que iba a casarse con él, y sus amigas —Vivian, Telma, Cassey y Jessy—, que en un principio querían arrancarle la cabeza, terminaron dándose cuenta de que ella no había actuado mal, entonces le dieron apoyo al ver que Kimberly no había sido la causante de aquel desastre y que estaba tan hecha polvo como la misma Andie.

En esos momentos, estaban en Austin en una competición de bailes de salón donde Andie y su actual pareja participaban. Al llegar allí se habían encontrado con la familia Williams, ya los conocía; las chicas solían reunirse en el rancho de vez en cuando a disfrutar de sus juergas y se quedaban a pasar la noche allí.

—Señoritas, ¿nos habéis guardado sitio? —preguntó Jason, con su padre y su hermano Peter detrás de él—. Estábamos sentados ahí atrás y hacéis tanto barullo que os hemos reconocido.

Todas se carcajearon, era cierto, estaban tan entusiasmadas por ver bailar a su amiga en los campeonatos estatales que armaban un buen alboroto.

—Desde luego —asintió Kimberly, mirando a ese hombre tan atractivo que le quitaba el aliento. Él le sonreía como un demonio; se sentó a su lado, como si supiera que se le disparaban los latidos de su corazón cuando él estaba cerca.

—¿Falta mucho para que empiecen? —Jason se inclinó hacia su oreja bañándole la piel con su aliento, haciendo que fuera recorrida por un estremecimiento.

—Están a punto —contestó casi sin voz por la forma que tenía él de alterarla.

—Perfecto.

Mientras esperaban, Kimberly lo miraba por el rabillo del ojo, era guapo a rabiar, y todo su cuerpo y sus sentidos estaban pendientes de él. Era la primera vez que lo veía con atuendo elegante; se había puesto un traje azul medianoche con una camisa celeste; se notaba que estaba hecho a medida, sus musculosos brazos y piernas no cabrían en uno confeccionado en una cadena de producción. Se había cortado el pelo, ya no lo llevaba alborotado, y se había dejado una barba de dos días que lo hacía más atractivo, si es que eso podía ser.

La competición empezó y su atención se desvió hacia los bailarines, era la primera vez que acudía a un concurso como ese y estaba fascinada por los increíbles vestidos y aquellas danzas tan vistosas y elegantes.

—¡Es alucinante! —exclamó tocando a Jason en el brazo.

—Sí. Pensábamos que era un capricho pasajero y mira en lo que se ha convertido —afirmó él notando el calor de aquella mano.

—Se merece estar ahí, trabaja mucho para eso.

—No tienes que defenderla, es mi hermana, sé que se ha ganado a pulso lo que hace.

Al escucharlo, la joven lo miró a aquellos ojos verdes tan parecidos a los de Andie.

—Estás orgulloso de ella, ¿eh? —Kimberly sabía que al principio la familia no la había apoyado demasiado, y cuando les dijo que iba a presentarse a los estatales los había dejado trastocados. Sin embargo, empezó a entrenar muchas horas para estar a la altura, y sin buscarlo ni pretenderlo halló el amor. Bradley se había convertido en su pareja ideal dentro y fuera de la pista de baile.

—Mucho, me ha demostrado una fortaleza que ignoraba que poseyera.

Kimberly alzó una ceja.

—¿Aún estamos hablando del baile?

Jason había dicho aquellas palabras sin pensar, y se dio cuenta de que se había referido a todo en general. Andie trabajaba en el rancho, luego se pasaba horas bailando para perfeccionarse, como decía ella, encontraba tiempo para cabalgar con Nieve, su yegua, y para Bradley; se los veía felices y él no podía estar más contento. La admiraba.

—Sí, por supuesto. —Trató de disimular, pero ella pescó la mentira al vuelo.

—Jason, no es nada malo estar satisfecho de tu familia.

Los ojos verdes se clavaron en los ámbar de ella.

—¿Tanto se nota? —Una sonrisa matadora le coronaba los labios—. No se lo digas a Peter, se pondría inaguantable, se cree que es el más maduro de los dos.

Ella soltó una carcajada, conocía a los hermanos y ambos le caían muy bien; por muy distintos que fueran, se notaba el amor que los unía.

—No te preocupes, mis labios están sellados.

Jason bajó su mirada hacia la boca de ella, y ambos sintieron como una corriente eléctrica que los recorría. Los aplausos a su alrededor los sacaron de aquella nube en la que parecieron flotar durante unos segundos.

Kimberly supo que aquel hombre podía representar un gran trastorno para ella; desde lo ocurrido con Owen que había mantenido su corazón encerrado bajo siete llaves, y temía que Jason, sin pretenderlo, atravesara todos esos candados. No podía permitirlo; si eso ocurría, tendría que alejarse de él y de sus nuevas amigas, no estaba dispuesta a que otro hombre desbaratara su vida.

Capítulo 3

Ya de vuelta en Detroit y a la rutina, Jason siguió con su vida: su trabajo y sus juergas. Sin embargo, pasaban los meses y notaba que no se divertía tanto como antes. ¿Qué le estaría ocurriendo? Empezó a no salir tanto como antes, y eso despertó la curiosidad de su familia. Su hermano Peter y su padre, Travis, le habían preguntado en más de una ocasión si estaba enfermo.

—¿Cómo os tengo que decir que estoy bien? —les contestó una noche mientras cenaban y Peter le había preguntado si iría con él a la ciudad, a lo que se había negado.

—De un tiempo a esta parte estás huraño y no sales lo mis

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