¡Arriba los corazones!

Fernando del Solar

Fragmento

Título

A manera de introducción

RAZONES PARA UNA BIOGRAFÍA

¡Me voy a morir!, fue la respuesta en silencio… en un angustiante, furioso y temerario silencio de Fernando del Solar, cuando el 12 de julio de 2012 supo que padecía cáncer. Recibió la noticia minutos antes de la medianoche y tres horas después de ser oficialmente presentado en cadena nacional como el conductor del reality artístico más popular de México, La Academia.

Su vida, como la conocía hasta ese momento, estable, con un trabajo ininterrumpido y ascendente que lo había llevado a ser una figura estelar —recientemente había firmado un contrato de exclusividad con una de las cadenas televisivas más importantes de México—, y pareja sentimental de una famosa y atractiva conductora con quien recién se había casado y le había dado los mejores regalos de su vida —sus dos pequeños hijos, Luciano y Paolo, entonces de tres años y medio y diez meses, respectivamente—, de golpe cambió y comenzó a transformarse cuando supo que padecía cáncer.

Lloró dos meses, se enojó con todo y con todos, culpó a diestra y siniestra, opuso resistencia, se alejó y se abandonó en una tristeza profunda.

“Te duele vivir, te duele pararte, te duele ver que todos continúan con su vida y saber que el mundo sigue girando estés o no en él.”

Acudió con tres diferentes doctores que le recomendaron tres tratamientos distintos para reducir y eliminar el linfoma de Hodgkin. Se sometió a más de 54 quimioterapias y decenas de tratamientos alternativos; probó todo tipo de recetas, dietas y sugerencias milagrosas, como el veneno de alacrán azul; acudió con santeros y brujos; se practicó limpias y temazcales; conversó con ángeles e incluso llevó a cabo una visita y contacto con la reencarnación de un hada celta. Hizo todo y de todo para curarse, pero los fallidos resultados lo hicieron tocar fondo…

“¿Y si muero?, ¿qué sigue?, ¿me dejo morir o peleo y muero en el intento?”

Fue entonces que la idea del suicidio cruzó por su cabeza, más de una vez, durante la soledad de sus noches.

“Claro que te lo planteas cuando el dolor es insoportable, no puedes caminar, no puedes respirar y sientes que te ahogas. Cuando no quieres comer porque la comida simplemente te cae mal o sabe a cartón, cuando estás estreñido, tienes llagas por todo el cuerpo, cuando llega la noche y tienes fiebre, te zumban los oídos, sudas, sientes escalofríos y no sabes qué tan larga será esa noche… Te preguntas si vale la pena vivir así.”

A finales de diciembre de 2015 Fernando experimentó su mayor temor: la muerte. Tras una cirugía para controlar su tercera y peor crisis médica fue inducido al coma. “No hay nada más que podamos hacer por Fernando, le sugerimos que lo desconecte”, expresó el médico responsable a su madre, quien cinco minutos antes había atendido la visita del guía de su grupo de cábala que le indicó: “A partir de este momento no crea en todo lo que ve, ni crea en todo lo que escuche. Crea en Dios, él tiene la última palabra”.

Entre cinco y siete días fue el plazo que pidió Rosa Lina al hospital para mantener con vida artificial a su hijo, con la confianza absoluta en el poder de Dios y que éste haría posible un milagro. El 31 de diciembre de 2015 Fernando despertó.

Éste es el relato que, a cinco años de su diagnóstico, escuché en voz de Fernando durante dos horas, la tarde lluviosa del 15 de junio de 2016 en la sala del departamento que renta en la Ciudad de México.

Un día antes lo contacté. Un programa de espectáculos en la radio dijo que no sólo continuaba enfermo, sino en fase terminal, condición que —aseguraba la locutora— confirmaba una carta escrita por el doctor que lo atiende y que había sido entregada al juzgado familiar encargado de resolver su proceso de divorcio y definir si procede o no la pensión económica solicitada a su excónyuge.

Preocupada, le pedí una cita a Fernando. Inmediatamente me respondió y acordamos la reunión.

Me sorprendió verlo. Su figura y condición eran muy distintas a lo que ese programa de espectáculos había informado. Físicamente sí estaba delgado y hablaba pausado, en un tono bajito, producto de la traqueostomía practicada seis meses atrás y cuya evidencia aún podía observarse, ligeramente, en su garganta. Pero su actitud era cálida y muy relajada, tanto en sus ropas como en sus palabras, las que comencé a escuchar cada vez más emocionada, al compás de canciones que controlaba desde su iPad. La música cesó cuando me contó cada etapa del proceso que había vivido. A pesar de ser trágico, lo narró tranquilo y con fe. Llamó mucho mi atención la paz que emanaba, pero sobre todo la conciencia que tenía del porqué y para qué el cáncer estaba en su vida.

Fernando pensaba que mi visita obedecía a la propuesta de programas que semanas atrás yo había hecho a TV Azteca, empresa en la que ambos laboramos durante 18 años

—No, mi visita se trata de un proyecto personal —aclaré.

Entonces conocí que compartíamos un mismo proyecto con distintos objetivos: él quería transmitir un mensaje alentador a través de su proceso de duelo y yo deseaba superar la peor pérdida de mi vida a partir de su experiencia.

—No tenemos tiempo, Fer —le expresé reiteradamente al despedirnos.

Se aproximaba el Día del Padre en México. Fernando me pidió que aguardase hasta que consultara con su tribu, como llama cariñosamente a sus amorosos padres y hermanas, los Cacciamani.

—Fernando no recibe a nadie —me advirtió una persona conocida por ambos—. Vas por buen camino si lograste verlo, pero se lo va a pensar —sentenció.

La espera valió la pena.

Cuatro días después un mensaje por WhatsApp me hizo saber que estaba dispuesto a narrar los aprendizajes de vida a partir de la enfermedad y por esta vía poner fin a las especulaciones mediáticas, que sólo una semana después de nuestro primer encuentro ahora aseguraban que vivía un tórrido romance; que ya había firmado con otra cadena televisiva, e incluso —y mayormente grave— que ya noestaba enfermo; lo que es peor, aparentaba la enfermedad para no trabajar y obtener la pensión de su excónyuge, cuyos detalles jurídicos eran de dominio público gracias a distintas revistas y programas que puntualmente, semana a semana, los ventilaban en sus portadas y emisiones, basados en fuentes anónimas la mayoría de las veces.

Es justamente por lo anterior que Fernando aceptó por primera ocasión compartir su historia. Se trata de un testimonio narrado en primera persona y producto de varias conversaciones con él, su familia, sus amigos, compañeros de trabajo, colaboradores, exparejas (las que aceptaron hacerlo) y doctores. Está dedicado a todos aquellos que lo han favorecido con su cariño, su apoyo, su amistad y amor, pero especialmente a los que hoy enfrentan una de las cinco pérdidas más importantes que sacuden nuestr

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