20 pelotazos de esperanza en tiempos de crisis

Fragmento

20 pelotazos de esperanza

Y el mundo paró

Qué seguros solíamos andar por la vida. Seguros y convencidos de nuestra autoridad sobre el tiempo, sobre esa creación humana que son los calendarios, sobre el destino. Seguros y renuentes a preguntarnos si acaso... Y para muestra, el deporte.

Como si nuestra voz bastara para que el futuro sea a nuestra voluntad, a cada elección de sede olímpica o mundialista nos aventurábamos a fechas precisas.

En 2010 nos explicaban que dentro de ocho años el balón estaría en Rusia y en 12 en Qatar. En 2017 que el fuego de Olimpia iría a París para el verano de 2024 y a Los Ángeles para el de 2028. Lo mismo si nos hubieran recitado los horarios exactos de un torneo en medio siglo, llenos de certidumbre habríamos convenido. ¿O alguna razón para dudar? Con las grandes guerras ya lejanas y las regionales sin capacidad para frenar un certamen (por ejemplo, la de los Balcanes sólo implicó que la selección yugoslava fuera sustituida por la danesa en la Eurocopa de Suecia 1992 y un equipo de atletas independientes en Barcelona 1992). Con los boicots superados junto con la Guerra Fría, desde Los Ángeles 1984 sin sumarse más de cinco delegaciones negadas a participar. Con las catástrofes naturales siempre acechantes, mas por algún misterio nuestras consciencias aferradas a que no paralizarían algún mega evento —en el pasado, la erupción del volcán Vesubio mudó los Olímpicos de 1908 de Roma a Londres; más recientemente, el terremoto de 1960 en Chile y el de 1985 en México pudieron impedir los Mundiales de 1962 y 1986.

En cuanto a enfermedades, el ebola fue utilizado por Marruecos como pretexto para no organizar una Copa África 2015 que no deseaba por temas políticos; o el zika se aprovechó de excusa para que varios golfistas cancelaran su asistencia a Río 2016, cuando en realidad temían al tipo de pruebas de dopaje inhabituales en la PGA.

Eso nos lleva a la última gran pandemia que padeció la humanidad, la de influenza española de 1918 —denominada así porque España, neutral en la Primera Guerra Mundial, sí reconoció su verdadero volumen de contagios, a diferencia de británicos, estadounidenses, alemanes, franceses, que omitieron casos para no dañar la moral de sus ejércitos.

La spanish flu imposibilitó que la final de hockey sobre hielo concluyera con un triunfador. En la base de la Copa Stanley, entre los campeones de cada año, puede leerse la inscripción: 1919. Montreal Canadiens. Seattle Metropolitans. Series Not Completed. A horas del duelo definitorio, cinco elementos de los Canadiens fueron internados con altas temperaturas. Días después, el defensor Joe Hall moriría. Por ello, el entrenador de los Metropolitans renunció a coronarse por default y el título quedó vacante.

Esa pandemia, que tocó a una cuarta parte de la población mundial y quitó la vida a más de 50 millones de personas, suprimió muy pocos eventos deportivos por un simple motivo: la guerra ya había bloqueado casi todas las justas de carácter internacional. Está esa serie de la NHL, está un Real Madrid-Barcelona (seis integrantes del Barça, incluido el legendario Paulino Alcántara, contagiados), están las imágenes de bateadores y umpires con cubrebocas porque las Grandes Ligas no quisieron posponer (venían de un 1918 de temporada reducida a causa de la misma guerra).

Así que una interrupción tan abrupta y rotunda como la del deporte en este 2020 no tiene precedentes. Por retroceder a la Segunda Guerra Mundial, cuando Europa era un cementerio, cuando los totalitarismos convertían la muerte en industria, cuando los ataques a civiles ya no escandalizaban a nadie, se continuaron disputando torneos en los países medulares en el conflicto.

En la Alemania de 1945, sitiada y bombardeada, todavía hubo un derbi bávaro (Bayern-1860 Múnich) el 23 de abril de 1945; es decir, apenas una semana antes de que entraran en esa ciudad tropas enemigas y de que Hitler se suicidara en Berlín. Así que la llamada Gauliga (en ella compitieron representativos estrictamente germánicos de todo territorio invadido: austríacos, checos, de Alsacia y Lorena en Francia, polacos, luxemburgueses) respiró más que el régimen nazi que la inventó.

En Italia siguió habiendo futbol cuando Mussolini cayó, así como cuando los aliados fueron penetrando su geografía (nada más en 1945 dejó de consagrarse un ganador).

Durante los seis años de esa bestial contienda, la selección inglesa acumuló 29 partidos. Además, se instauró una competición anual a nivel de clubes y en alguno de sus cotejos el defensa Harry Goslin tomó el altoparlante del estadio para clamar: “Estamos enfrentando una emergencia nacional. Pero este peligro puede ser derrotado si todos mantenemos la mente fría y sabemos qué hacer. Esto es algo que no podemos delegar a nuestro prójimo. Todos tenemos nuestra misión que cumplir”. Su Bolton se coronaría en 1945 al imponerse al Chelsea…, ya sin Goslin, perecido en batalla.

¿Por qué se jugaron tantas ligas en instantes tan inadecuados, casi absurdos, para el deporte? Por un lado, para proyectar una normalidad inexistente. Por otro, para dar ilusión a la gente en sus noches de miedo y dudas.

¿Ilusión en el mero patear de un balón, batear de una pelota, acelerar de un hombre? Sí, detrás de esos detalles también se esconde la fe. Sí, de esos actos tan triviales también se desprenden certezas.

Un deporte capaz de parir esperanza en los momentos de mayor crisis. Como veremos en las 20 historias de este libro, un deporte con poder terapéutico, curativo, analgésico, milagroso.

Ante las bombas, ante el odio, ante los obstáculos, ante el rencor, ante la paranoia, ante el dolor, ante las amenazas, ante la cerrazón, un deporte que resuelve lo que nada ni nadie más.

Alberto Lati

24 de abril de 2020, Ciudad de México

20 pelotazos de esperanza

Puñetazos contra el racismo

Chicago, 1910

Existen diferentes formas de recorrer Chicago a través del deporte. Una opción sería empezar por el icónico Wrigley Field de los Cachorros de Chicago. Pasaríamos por el museo que exhibe los restos de una bola dinamitada (esa que, al ser atrapada por un espectador, evitó un out y dio pie a que el equipo no calificara a la Serie Mundial en 2003) y complementaríamos comiendo una hamburguesa en la Billy Goat Tavern (propiedad de aquel aficionado que maldijo a los Cubs tras no permitírsele entrar a las gradas con su cabra en 1945).

Otra sería moverse por la que debió ser la primera sede no europea de unos Olímpicos. Chicago había ganado el derecho a recibir los Juegos de 1904, mas San Luis se los robó pretextando que ese año organizaba la Feria Mundial. Ahí queda el proyecto de Amos Alonzo Stagg de construir en la Universidad de Chicago un estadio inmenso, con techo deslizable y columnas que remitieran a la Grecia clásica. El caos de esa monumental obra ya jamás culminada y que incluía Villa Olímpica, se utilizó para esconder en sus entrañas un laboratorio confidencial. En ese recinto, oculto varios metros debajo de los Olímpicos despojados, el Nobel Enrico Fermi consumaría la primera reacción nuclear en cadena.

Alguna opción más de recorrido deportivo nos llevaría por diferentes marcas afroamericanas, cada cual con mayor dolor y exigencia de acabar con la discriminación.

En ese caso abriríamos en el Soldier Field, pero no por los Chicago Bears de la NFL o la inauguración del Mundial de 1994, sino por el discurso que ahí pronunció Martin Luther King Jr. en 1966 ante 75 mil personas (“En este día debemos declarar nuestra propia proclamación de emancipación. En este día debemos comprometernos a cualquier sacrificio para cambiar Chicago. En este día debemos decidir llenar las cárceles de Chicago, si es necesario, para no permitir que nos mantengan en barrios marginados”).

De ahí nos iríamos al centro acuático nombrado en memoria del Black Panther, Fred Hampton, quien tenía un especial interés en el deporte. Activista que fuera asesinado brutalmente por la policía en 1969, 14 meses después de que dos de sus discípulos, John Carlos y Tommie Smith, alzaran el puño en el podio de los Olímpicos de 1968. Hampton estaba convencido de que uno de los caminos para sacar a la comunidad negra de vicios y opresión era el deporte. El exmariscal de campo, Colin Kaepernick, ha mostrado en varias apariciones la imagen de esa estatua de Hampton en el acceso a la piscina.

También tendríamos que visitar la tumba de Jesse Owens, inscripción que detalla sus logros humanos y atléticos. U otra lápida en Chicago mismo, mucho más enigmática. “Johnson”, es todo lo que recita la piedra, para clamar en otro punto a ras de pasto, “primer negro campeón del mundo de los pesados”. Aquí yace Jack Johnson junto a su esposa Etta, mujer blanca para escándalo en la época.

Linda Haywood, descendiente del indomable

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos