El banco mundial en privado

Guillermo Perry
Isabel López Giraldo

Fragmento

CAPÍTULO 1
DESDE LA CAPITAL DEL IMPERIO

Usted estuvo vinculado por más de una década al Banco Mundial en una alta posición y desde allí tuvo también oportunidad de trabajar muy de cerca con el Fondo Monetario Internacional (FMI). ¿Qué opinión tiene sobre esas entidades, que para muchos son el coco?

En efecto, para muchos latinoamericanos, especialmente para la mayoría de la izquierda, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial son los culpables de todos los problemas que padecemos. La verdad es que estas entidades fueron creadas por 44 países en 1944, al terminar la Segunda Guerra Mundial, mediante el Acuerdo de Bretton Woods, para que, conjuntamente con la Organización Mundial del Comercio (OMC) que se estableció unos años después, evitaran que la economía mundial volviera a caer en una “gran depresión” como la que se inició en 1929 y por más de una década condujo a tasas altísimas de desempleo y pobreza en Europa, los EE. UU. y otras regiones y países. El principal inspirador y arquitecto de ese acuerdo fue nadie menos que John Maynard Keynes, el gran economista inglés que muchos consideraban izquierdoso.

Aunque en muchas ocasiones esas entidades se han equivocado y causado perjuicios, también han hecho contribuciones muy positivas. Cumplen un papel muy importante, aunque con frecuencia en forma imperfecta, tal y como sucede con instituciones nacionales como los bancos centrales, que cumplen una función necesaria pero a veces cometen errores y en algunas oportunidades carecen de instrumentos o poder suficiente para cumplirla bien.

Colombia, como cualquier otro país en desarrollo, ha tenido y tiene relaciones importantes con estas entidades. Por eso es importante entenderlas bien y contribuir con otros países a mejorarlas y reformarlas en lo que sea necesario.

¿Y qué ganó trabajando allí?

Trabajar en ellas un tiempo enriquece mucho, pues son, conjuntamente con las universidades y otras organizaciones como a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), las principales fuentes de conocimiento de los problemas de desarrollo y del impacto potencial de alternativas de política pública. Tienen excelentes departamentos de investigación dedicados al tema y trabajan o han trabajado estrechamente con los gobiernos de la gran mayoría de los países en desarrollo. Por ello, al trabajar allí, especialmente en un cargo como el que tuve, puede uno conocer y comprender mejor otras realidades y, tomando en cuenta similitudes y diferencias, la suya propia. Y puede aprovecharlo para contribuir mejor en Colombia.

Además, contrario a lo que habitualmente se piensa, son entidades muy abiertas que uno puede contribuir a moldear y cambiar.

Cuando usted le renunció a Samper, Antonio Caballero escribió que se había “escurrido como un gato” hacia el Banco Mundial. ¿Cómo fue la escurrida?

Fue casual, algo fortuito como muchas cosas en la vida. Yo siempre tuve relaciones con profesionales e investigadores del Banco Mundial, porque en esa entidad hay una riqueza de conocimiento que uno tiene que aprovechar. Por tanto, no me era desconocida. Pero nunca había pensado trabajar allá, porque le tengo alergia a las burocracias. Toda burocracia tiene virtudes pero también una cantidad de problemas: luchas de poder internas, procedimientos rígidos y trámites excesivos que hacen perder mucho tiempo y que desvían la atención y los esfuerzos de la función primordial de la entidad y las hacen menos efectivas. Eso sucede allá, aunque un poco menos que en los gobiernos. En otras palabras, me parecía bueno trabajar con profesionales del banco, pero no necesariamente en el Banco Mundial.

Pero cuando le renuncié a Samper del cargo de ministro de Hacienda, los primeros en llamarme fueron James Wolfensohn, el presidente del Banco Mundial, y Enrique Iglesias, el presidente del Banco Interamericano de Desarrollo (BID). Ambos expresaron su solidaridad con mi renuncia, me dijeron que entendían mis razones, que les parecía valiente mi decisión y que les encantaría que fuera a trabajar con ellos. Les agradecí y respondí que todavía no sabía lo que iba a hacer. Me pidieron que lo pensara.

Y sucedió que, como te conté cuando hablamos sobre ese episodio1, mi situación personal se volvió muy incómoda, pues quienes querían tumbar a Samper trataban de aprovechar mi renuncia para ese fin y, del otro lado, los áulicos de Samper en el Gobierno comenzaron a hacerme la vida imposible, diseminando toda suerte de rumores y atacándome por donde podían. Al principio traté de tender puentes entre los dos lados, pero pronto me convencí de que esos esfuerzos eran inútiles y que, tristemente, el proyecto político que había contribuido a formar era casi un enfermo terminal por culpa de su contaminación con dineros ilícitos.

Estando entre esos dos fuegos, y después de unos meses particularmente difíciles, cargados de mucha tensión, en los que había tratado de evitar que la crisis política condujera a una pérdida de confianza entre los inversionistas y eso afectara el comportamiento de la economía a mi cargo, convinimos con Claudia que la familia necesitaba pasar más tiempo junta en un ambiente tranquilo. Esos ministerios son muy duros para la vida en familia: uno está poco tiempo en el hogar y las pocas horas que pasa allí está con frecuencia sin energías y pensando en otra cosa.

¿Y por qué escogió el Banco Mundial en lugar del BID?

Lo que siempre me atrajo de esas instituciones es su capacidad técnica. Y el Banco Mundial brindaba más oportunidades en ese sentido, pues, además de ofrecer una mayor riqueza y variedad de conocimientos, por trabajar sobre el mundo entero, tenía un departamento de investigación y un equipo técnico mucho más grande y con mayor tradición. El BID ha ido mejorando mucho desde entonces y la distancia a nivel técnico se ha ido cerrando, pero todavía en esa época era significativa. Por eso llamé primero a Wolfensohn y le dije que aceptaría un cargo técnico y no ejecutivo, como me había planteado, pues si me iba para una de estas entidades era para aprender y contribuir intelectualmente y no para negociar los préstamos que solicitaban mis antiguos colegas, ni para gastar la mayor parte de mi tiempo en asuntos administrativos.

Wolfensohn se sorprendió de que prefiriera un cargo técnico, pues en toda burocracia los cargos ejecutivos tienen mayor salario y poder que los cargos puramente técnicos. Richard Frank, un buen amigo que era vicepresidente de la Corporación Financiera Internacional (IFC por su sigla en inglés), me contó luego que los había dejado perplejos mi preferencia.

Wolfensohn me pidió que le permitiera averiguar qué había disponible que me pudiera interesar en el nivel técnico dentro del banco. Me volvió a llamar a los pocos días para decirme que estaban por nombrar al economista jefe para América Latina y el Caribe, que era el cargo técnico más alto para la región y uno de los más altos del banco. De hecho, en ese mom

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