Poder sin límites

Anthony Robbins

Fragmento

1. La mercancía de los reyes

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LA MERCANCÍA DE LOS REYES

La gran finalidad de la vida no es el conocimiento, sino la acción.

THOMAS HENRY HUXLEY

Me hablaban de él desde hacía meses. Decían que era joven, sano, rico, feliz y próspero. Quise convencerme por mí mismo. Le observé atentamente mientras salía de los estudios de la televisión y le seguí luego durante varias semanas, para observarle mientras impartía consejos a todo el mundo, desde el presidente de un país hasta un paciente víctima de una fobia. Le vi discutir con especialistas en dietética y ejecutivos del ferrocarril, y trabajar con atletas y con niños afectados por el fracaso escolar. Parecía increíblemente feliz con su mujer y enamorado de ella mientras ambos viajaban por todo el país y luego emprendían la vuelta al mundo. Y cuando regresaron, tomaron el avión a San Diego para pasar unos días con la familia en su casa, una mansión sita en las playas del océano Pacífico.

¿Cómo era posible que aquel muchacho de poco más de veinticinco años, sin más estudios que un bachillerato, hubiera conseguido tantas cosas en tan poco tiempo? Al fin y al cabo, era el mismo individuo que sólo tres años atrás vivía en un piso de soltero de unos cuarenta metros cuadrados, y se lavaba él mismo los platos en la bañera. ¿Cómo un desgraciado con quince kilos de sobrepeso, escasas relaciones y perspectivas muy limitadas podía convertirse en una persona equilibrada, llena de salud y bien relacionada, miembro influyente de su comunidad y pletórico de oportunidades de éxito?

Parecía increíble, ¡y lo más asombroso de todo es que ese individuo soy yo mismo! «Su» historia es la mía.

Desde luego, no estoy diciendo que el éxito sea lo único que me importa. Es evidente que todos albergamos sueños e ideas diferentes acerca de lo que nos gustaría hacer de nuestras vidas. Además, tengo perfectamente claro que las personas a quienes uno conoce, los lugares que uno frecuenta y las propiedades que uno posee no dan la verdadera medida del éxito personal. Para mí, el éxito está en la continuidad del esfuerzo de quien aspira a más. Es la oportunidad de progresar incesantemente en los aspectos emocional, social, espiritual, psicológico, intelectual y económico, al tiempo que uno aporta algo a los demás en alguna faceta positiva. El camino hacia el éxito está siempre en construcción. Es un proceso permanente y no una meta que se deba alcanzar.

La moraleja de mi historia es sencilla. Mediante la aplicación de los principios que leerá usted en este libro pude cambiar no sólo el concepto que tenía de mí mismo sino también los resultados obtenidos en la vida, y ello de manera considerable y comprobable. El propósito de este libro es participarle a usted el quid de la diferencia que me permitió cambiar mi suerte a mejor. Y espero sinceramente que las técnicas, las estrategias, las aptitudes y las técnicas psicológicas que desarrollo en esta obra resulten tan eficaces para usted como lo han sido para mí. En nosotros mismos está el poder para transformar nuestras vidas en la realización de nuestros mayores sueños: ¡ha llegado el momento de desencadenarlo!

Cuando contemplo con qué ritmo he logrado convertir mis sueños en mi realidad actual, no puedo evitar una sensación de inaudita emoción y gratitud. Y desde luego, estoy muy lejos de constituir un caso único. La realidad es que vivimos una era en que muchas personas consiguen realizar cosas estupendas casi de la noche a la mañana, y alcanzar éxitos inimaginables en épocas anteriores. Consideremos a Steve Jobs: un chico en pantalones vaqueros y sin un céntimo, que tuvo la idea del ordenador doméstico y levantó una compañía, hoy situada entre las 500 principales de la revista Fortune, con una celeridad nunca vista. Consideremos a Ted Turner: de un medio de comunicación que apenas existía, la televisión por cable, hizo un imperio. Consideremos a personajes de la industria del espectáculo como Steven Spielberg o Bruce Springsteen, a hombres de negocios como Lee Iacocca o Ross Perot. ¿Qué tienen en común todos ellos, salvo un éxito asombroso y prodigioso? La respuesta, naturalmente, es ésta: poder.

La palabra «poder» es de las que suscitan emociones fuertes, y muy diversas por cierto. Para unos tiene una connotación negativa; otros no anhelan sino el poder. Algunos consideran que les mancharía, como cosa venal y sospechosa. Y usted, ¿cuánto poder desearía tener? ¿Qué medida de poder le parecería justo alcanzar o desarrollar? ¿Qué significa el poder para usted, en realidad?

Yo no veo el poder como una manera de adueñarse de las personas. No creo que la imposición sea buena, ni le propongo a usted que lo intente. El poder de esa especie rara vez es duradero. Le aconsejo que entienda, sin embargo, que el poder es una constante de este mundo. O da usted forma a sus propias percepciones, o se encargarán de ello otras personas. Para mí el poder definitivo consiste en ser capaz de crear los resultados que uno más desea, generando al mismo tiempo valores que interesen a otros. Es la capacidad para cambiar la propia vida, dar forma a las propias percepciones y conseguir que las cosas funcionen a favor y no en contra de uno mismo. El poder verdadero se comparte, no se impone. Es la aptitud para definir las necesidades humanas y para satisfacerlas (tanto las propias como las de las personas que a uno le importan). Es el don de gobernar el propio reino individual (los procesos del propio pensamiento y los actos de la propia conducta) hasta obtener exactamente los resultados que uno desea.

A través de la historia, la capacidad de controlar nuestras vidas ha asumido muchas formas diferentes y contradictorias. En las épocas más primitivas, el poder era una simple consecuencia de la fisiología: el más fuerte y el más rápido tenía el poder para controlar su propia existencia, así como la de otros. A medida que se desarrolló la civilización, el poder se hizo hereditario. El rey, rodeado de los símbolos de su realeza, mandaba con autoridad indiscutible; otros, poniéndose a su servicio, podían participar de ese poder. Luego, en los primeros tiempos de la Era Industrial, el poder iba asociado con el capital; los que tenían acceso al capital dominaban el proceso industrial. Todas esas cosas conservan todavía cierta importancia: es mejor tener capital que no tenerlo; vale más tener fuerza física que no tenerla. Sin embargo, hoy día una de las fuentes más importantes de poder es la que deriva del saber especializado.

Muchos de nosotros nos hemos enterado ya de que vivimos en la era de la información. Ya no estamos en una cultura primordialmente industrial, sino en la de las comunicaciones. En la época actual, las nuevas ideas, los movimientos y los conceptos nuevos cambian el mundo casi a diario, bien sean tan profundos como la física cuántica o tan vulgares como la mejor manera de comercializar una hamburguesa. Si hay una característica que sirva para definir el mundo moderno, ésa es e

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