Viagra, chat y otras pendejadas del siglo XXI

Daniel Samper Pizano

Fragmento

Viagra, chats y otras pendejadas del siglo XXI

Yo soñaba desde chiquito con el futuro, con llegar al siglo XXI y poder fechar mi cuaderno con números empezados por 2. El día de mi primera comunión rogué a Dios lleno de fervor que toda mi familia ganara la salvación eterna (cuña de mi abuela), que se casara mi tía Liliana (cuña de mi mamá) y que me permitiera estar vivo cuando amaneciera el nuevo siglo. Era el único deseo realmente mío de esos tres que, según dicen, Dios le otorga a uno el día de su primera comunión.

Eso solicité, porque imaginaba que en el 2000 todos volaríamos en pequeños helicópteros personales, pasaríamos vacaciones en la luna, se habrían superado las enfermedades, no habría colegios, aprenderíamos las materias mediante alambres conectados a la cabeza, y yo estaría casado con una vecina mía, morena y de trenzas, por la que moría de amor infantil y tendría con ella ocho o nueve niñitos.

Y aquí estoy. Dios me cumplió en parte: tía Liliana murió soltera, pero estoy seguro de que ella, mi abuela y muchos otros miembros de mi familia hoy son felices inquilinos celestiales. (No garantizo lo mismo de Alicia, hermana de mi tía Liliana, que se casó tres veces y una vez le dio una bofetada a un cura). En cuanto a mi ruego, logré aterrizar sin mayores contratiempos en el Tercer Milenio, en el siglo XXI, en el año 2000 y aún sigo aquí varios años después.

Pero el futuro no era como lo imaginaba. Esto es un descreste. En vez de helicópteros personales nos toca embutirnos en Transmilenios repletos. Ya ni siquiera es posible pasar vacaciones en Fusagasugá, porque se volvió insoportable. Dentro de poco tiempo, un cohete coreano mal disparado volará la luna en pedazos. Los colegios ocupan cada vez más horas en la agenda del estudiante. Y mi vecina morena se cortó las trenzas y casó con otro. Francés y conservador, para completar la tragedia.

Respecto al asunto de los ocho o nueve niñitos que pensaba tener, habría sido imposible conseguirlo. Porque para tener niños primero hay que encargarlos, y el siglo XXI le quitó toda poesía a lo que fue durante millones de años el delicioso deber de crecer y multiplicarse. Cuando hice la primera comunión, yo no sabía cómo se encargaban los niños, por supuesto. De haberlo sabido, me habría importado un comino la soltería de mi tía Liliana y, en vez de desperdiciar así un deseo que ni siquiera se me concedió, habría solicitado al Cielo experiencias mucho menos concesibles con la vecina morena.

Pero pocos años después llegué a saber cómo fabricar niños, cuando, al tocar la desmelenada adolescencia en nuestra puerta, el capellán del colegio nos recomendó que leyéramos mucha Biblia, «como en otros tiempos», porque estábamos en «la edad de las tentaciones». Yo obedecí. Y leyendo mucha Biblia, «como en otros tiempos», encontré el «Cantar de los cantares», que me ofreció un tiquete de ida sin regreso a la sensualidad:

EL ESPOSO: Tus pechos son dos mellizos de gacelas que triscan entre azucenas…

LA ESPOSA: Mi amado introdujo por el agujero su llave, y mis entrañas se estremecieron por él.

EL ESPOSO: Tu ombligo es ánfora donde no falta el vino… Madrugaremos para ir a las viñas, y allí te daré mis amores…

LA ESPOSA: Mi amado me ha introducido en la sala del festín, y la bandera que contra mí alza es bandera de amor… Confortadme con pasas y reanimadme con manzanas, que desfallezco de amor…

Ahora, al convertirme en habitante del siglo XXI, he descubierto que, al menos en este aspecto, eran mejores los tiempos bíblicos. Hoy no hay nada de ánforas, pechos como gacelas ni amores bajo la sombra de los viñedos. Si acaso, noviazgos por internet. Virtuales. Y «festines» por Skype. Y, en vez de pasas y manzanas, chats y videoconferencias.

En el siglo XXI, una escena sensual depende totalmente de la tecnología y la química, pues sucede más o menos así:

EL ESPOSO: Hagámoslo, pero prontico, porque mañana tengo un desayuno de trabajo.

LA ESPOSA: Ay, no Jairo, que estoy con jaqueca.

EL ESPOSO: Eso es por la manía de andar oyendo el i-pod a toda hora. Quítatelo por lo menos cuando te hablo…

LA ESPOSA: Pero para qué me quito los audífonos, sí tú siempre estás pegado al celular. Eso es lo que me da jaqueca.

EL ESPOSO: Tranquila, tranquila. Tómate esta gragea, que es un nuevo remedio contra el dolor de cabeza. No produce úlcera y evita el infarto del miocardio.

LA ESPOSA: Pero, Jairo, es que de ninguna manera podemos hacerlo, ¿no ves que no que estoy tomando la píldora?

EL ESPOSO: No problem. En el botiquín quedan unas de esas pastillas que se toman al día siguiente. Son las amarillas.

LA ESPOSA: Está bien, pues. Pero ahorita mismo te tomas tú un Viagra, para que no nos ocurra como el mes pasado. ¿Son estas pepas blancas, cierto?

EL ESPOSO: No, no, las azulitas, los rombos. La blanca es la simvastatina, para el colesterol.

LA ESPOSA: ¡No te puedo creer!… Pues yo pensaba que la simvastatina era la rosada.

EL ESPOSO: Te dije mil veces que la rosada es para la osteoporosis. No importa, conviene empezar a tomarla desde los 35 años.

LA ESPOSA: ¿Sabes qué? Mejor métete dos Viagras.

EL ESPOSO: Te juro que hoy no necesito Viagra, gorda. Al contrario: acabo de comprar unas píldoras de dapoxetina, que es un remedio maravilloso contra la eyaculación precoz. Estoy que me zampo medio frasco como freno de mano.

LA ESPOSA: ¿Tú con eyaculación precoz? ¿Y eso con quién estuviste esta tarde?

EL ESPOSO: Nada, mija, que encontré en el cuarto de tu mamá una Biblia y me puse a leer el «Cantar de los cantares».

LA ESPOSA: ¡Ay, no, con Biblia y todo, sí qué angustia! Mejor tomémonos cada uno un Prozac y dejémoslo para mañana.

De este horrible nivel son las pendejadas que nos ofrece como sorpresa el siglo XXI. Amores por internet, actos conyugales ayudados por el botiquín, sosiego prozaico. En otros tiempos, el varón que tenía problemas para alzar la bandera del amor recurría a lentas y sensuales ceremonias con pasas, manzanas y vino en el ombligo de la amada. Ahora, métale al Viagra. O la Viagra, porque ni siquiera sabemos si es macho o hembra. También en otros tiempos, si el varón se aceleraba, como le ocurría al buen Onán, acudía a la fórmula de repasar la lista de los Virreyes o recordar la tabla del tres:

«Tres por una, tres. Tres por dos, seis. Tres por tres, nueve; tres por cuatro doce, tresporcincoquince, tresporseistreintayseeeEEEEEeeeeeeeeeeeeeeeisss…»

Pero, al cabo de dos o tres advenimientos tempranos, ese mismo varón galopeador aprendía que el mejor remedio es ir despacito, poco a poco, con mucha pasa y mucha manzana, depositando más vinito en el ombligo y cuidando el zoocriadero de gacelas.

Ahora no. Un Viagra para acelerar, una dapoxetina para frenar y, si la cosa no funciona, par Prozacs para quedar tranquilos.

Yo me pregunto: ¿para ver semejantes pendejadas hicimos Dios y yo este esfuerzo tremendo de

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