Ni si ni no, sino todo lo contrario

Fragmento

Prólogo

¿Qué tan buen colombiano es usted? ¿Qué tanto derecho tiene de sentirse un buen colombiano? Maneras de probarlo hay muchas. Por ejemplo, aferrarse ciegamente a la idea de que el himno de Colombia es el segundo más bello del mundo, que los mejores pilotos de avión son los colombianos y que los mejores ciclistas son los escarabajos que se crían en las montañas de Boyacá, Antioquia, Cundinamarca, Santander y Nariño.

Otra manera de ser un buen colombiano es no tener ni idea de fútbol ni interesarse por ese deporte, salvo cuando juega la selección Colombia, motivo por el cual arma tremenda rumba para ver el partido y compra la camiseta original del equipo para la ocasión. Y hasta se hace el mismo corte de pelo de James Rodríguez.

Pero también es propio del colombiano patriota promedio acusar de doping a Christopher Froome porque le sacó un minuto de ventaja a Nairo Quintana en una etapa en los Pirineos; recoger firmas para protestar ante las autoridades que manejan la belleza universal porque le quitaron el título a Ariadna Gutiérrez, entablar una queja formal desde nuestra embajada en Washington porque algún presentador de un programa de televisión de Estados Unidos hizo algún chiste tonto sobre el consumo de cocaína en Colombia.

Enfurecerse por algún artículo que hable mal de Cartagena en el New York Times y celebrar porque otro artículo en la revista Travel&Leissure destaca a Cartagena como uno de los mejores destinos turísticos. Destino que, dicho sea de paso, por sus altos precios le está vedado al 95 por ciento de los colombianos.

Sentirse orgulloso de la malicia indígena que sirve para tumbar a otros colombianos y extranjeros, pedir rebaja en todas partes, buscar cualquier oportunidad para colarse donde pueda, acelerar en vez de frenar cuando un semáforo se pone en amarillo y sacar provecho de la legislación vigente cada vez que un tinterillo encuentra el papayazo.

Declararse a favor de un tratado de paz y echar tiros al aire para celebrar la llegada del año nuevo, el triunfo en unas elecciones del candidato de su complacencia, o dejar ochenta muertos de saldo y un jugador asesinado como balance final de la celebración o, mejor, conmemoración, de una gesta balompédica. Y lo peor, casi 25 años después, seguir viviendo del 5 a 0.

Pero lo anterior no alcanza. No basta. No es suficiente. Un buen colombiano no sólo puede limitarse a exaltar las cañas de sus valles y el anís de sus montañas y comprometerse a no tomar trago extranjero porque es caro y no sabe a bueno. No, señor. Ni tampoco viajar por el mundo como embajador vestido de sudadera de la selección, con un carriel al hombro y un sombrero vueltiao en su cabeza. Ni mucho menos aplaudir cuando el avión que lo trae de regreso a Colombia posa su tren de aterrizaje en suelo patrio.

El buen colombiano es aquel que se identifica con las frases célebres de los prohombres. Y es que Colombia ha sido, desde los tiempos de la llegada de los españoles, un territorio fértil para las frases pomposas y efectistas. Ya sea en el campo de batalla, antes de subir al cadalso o en el lecho de muerte, los colombianos ilustres se las arreglan para decir algo digno para pasar a la posteridad.

Pero no sólo de frases de próceres se alimenta el epistolario nacional. También son escolios dignos de la posteridad decenas de frases que profirieron deportistas en acaloradas entrevistas de radio, personajes de la farándula en frívolas declaraciones a revistas del corazón, frases de la publicidad que fueron elaboradas y minuciosamente sopesadas por poetas del mercadeo. Frases que hacen parte de las canciones que conforman la antología de la música colombiana y que son entonadas en fiestas y busetas en alto grado de alicoramiento, felicidad o despecho.

El buen colombiano es aquel que se adueña de su propio himno para encontrarle algún significado a sus crípticas palabras. Por ejemplo, inmarcesible. Este término, que aparece en el primer verso de la canción patria, significa que no es perecedero. Que vive por siempre. Pero, para el colombiano común, inmarcesible significa antipático, inmamable, que no se lo aguanta nadie. Como el himno mismo.

¿Y por qué esa necesidad de los colombianos de aferrarse a las frases célebres? N.P.I., “nian se sabe”, “averígüelo, Vargas”, “cualquier cosa que le diga es mentira”, “para qué le digo que no si sí”, “se le tiene pero se le demora”, “esa platica se perdió”, “se juntaron el hambre con las ganas de comer”…

Una posible explicación es que nuestra Colombia actual nació de un discurso veintejuliero en la Plaza Mayor de Bogotá, hoy de Bolívar: “En estos momentos de efervescencia y calor”, una frase que todos repetimos hasta el cansancio, pero no sabemos a ciencia cierta si la pronunció un prócer de la independencia o el creativo de una agencia de publicidad que la inventó para una marca de gaseosas o un medicamento antiácido de venta sin receta.

Y así nos pasa con todo. Repetimos frases y más frases célebres que se vuelven lugares comunes y obras maestras de nuestro patrimonio inmaterial cuyo origen y razón de ser desconocemos.

Es común que el colombiano tome prestadas palabras que pronunció algún personaje de la historia, así como lemas publicitarios, y las incorpore en su lenguaje diario.

Quién no ha citado al profesor Maturana en sus conversaciones cuando nos encontramos frente a una situación de fracaso y queremos subirnos la moral. O al presidente Juan Manuel Santos cuando se trata de negar la existencia de una realidad de facto. O al exalcalde Andrés Pastrana cuando queremos poner manos a la obra y dejar de lado la retórica. O a Cochise Rodríguez cuando queremos darle una explicación a los celos injustificados, o a Antonio Cervantes, Kid Pambelé, cuando algo es tan obvio que se cae de su peso.

Por ese motivo, para ser un buen colombiano es indispensable saber las circunstancias de frases como: “Si mi muerte contribuye a que cesen los partidos”; o “prefiero una tumba en Colombia a una cárcel en Estados Unidos”; o “muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento”; o “¡llegamos a Cartagena!”; o “en átomos volando”, “sin preservativo, ni pío”, “la forma más noble de hacer fortuna”, “la corrupción es inherente a la naturaleza humana”, “este desayuno me huele a Gloria”, “hay que reducir la corrupción a sus justas proporciones”, “al doctor López le cabe el país en la cabeza”, “la patria por encima de los partidos”, “¿el poder para qué?”, “¡los mismos 500 pesitos!”, las muy samperistas “aquí estoy y aquí me quedo”, “monita, no sea tan retrechera”, “no necesito visa para venir a Chaparral” y “fue a mis espaldas”; “en tus manos colocamos el día que ya pasó y la noche que llega”, “en Colombia, los ricos son muy pobres”, “ser pilo paga”, “Nora, los niños y yo”, “trabajar, trabajar y trabajar”, “primero mi primaria”, “las traje de Miami”, “Bogotá, 2,600 metros más cerca de las estrellas”, “creer en lo nuestro

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