Índice
Portadilla
Índice
Introducción
Autobiografía
Por qué De la estatua a la piedra. Pilar del Río
De la estatua a la piedra. El autor se explica. José Saramago
Epílogo. La estatua y la piedra: el autor ante el reflejo de su obra
Claraboya. Donde todo comenzó. Pilar del Río
Primeras páginas
Manual de pintura y caligrafía
Casi un objeto
Levantado del suelo
Memorial del convento
El año de la muerte de Ricardo Reis
La balsa de piedra
Historia del cerco de Lisboa
El Evangelio según Jesucristo
Ensayo sobre la ceguera
Todos los nombres
La caverna
El hombre duplicado
Ensayo sobre la lucidez
Las intermitencias de la muerte
Las pequeñas memorias
El viaje del elefante
Caín
Claraboya
El cuaderno
El último cuaderno
Viaje a Portugal
Poesía completa
Cuadernos de Lanzarote I y II
Créditos
Alfaguara cumple cincuenta años en 2014, y con motivo de este aniversario pone a disposición de los lectores una colección de guías de lectura de los autores más emblemáticos de su catálogo, como una oportunidad de descubrir las claves de sus obras, y la posibilidad de leer las primeras páginas de sus novelas.
Tanto en literatura escrita originalmente en español como traducida de otras lenguas, nuestro interés es abrir ventanas al mundo publicando obras de la más alta calidad que den noticia de los tiempos. Para resumir nuestra aspiración, podríamos tomar las palabras que el escritor israelí Amos Oz pronunció al recibir el Premio Príncipe de Asturias:
«Si adquieres un billete y viajas a otro país, es posible que veas las montañas, los palacios y las plazas, los museos, los paisajes y los enclaves históricos. Si te sonríe la fortuna, quizá tengas la oportunidad de conversar con algunos habitantes del lugar. Luego volverás a casa cargado con un montón de fotografías y de postales. Pero, si lees una novela, adquieres una entrada a los pasadizos más secretos de otro país y de otro pueblo. La lectura de una novela es una invitación a visitar las casas de otras personas y a conocer sus estancias más íntimas».
Durante cincuenta años nuestro trabajo ha sido el de dar a conocer muchas y memorables estancias. Estamos orgullosos de un catálogo que configura una rica aportación cultural y propone un viaje apasionante por la mejor literatura.
Deseamos que estas guías ofrezcan a los lectores la posibilidad de entrar en los pasadizos de algunas de las obras más reconocidas de la literatura universal.
Nací en una familia de campesinos sin tierras, en Azinhaga, una pequeña población situada en la provincia de Ribatejo, en el margen derecho del río Almonda, a unos cien kilómetros al nordeste de Lisboa. Mis padres se llamaban José de Sousa y Maria da Piedade. José de Sousa habría sido mi nombre si el funcionario del Registro Civil, por iniciativa propia, no hubiese añadido el apodo por el que mi padre era conocido en la aldea: Saramago. (Cabe esclarecer que saramago es una planta herbácea espontánea, cuyas hojas, en aquellos tiempos, en épocas de carencia servían como alimento en la cocina de los pobres.) Fue a los siete años, cuando tuve que presentar en la escuela primaria un documento de identificación, que se vino a saber que mi nombre completo era José de Sousa Saramago… Pero no fue éste el único problema de identidad que me fue concedido al nacer. Aunque había venido al mundo el día 16 de noviembre de 1922, mis documentos oficiales dicen que nacía dos días después, el 18: fue gracias a este pequeño fraude que la familia pudo escapar del pago de una multa por no declarar el nacimiento en el plazo legal.
Tal vez por haber participado en la Guerra Mundial, en Francia, como soldado de artillería, he conocido otros ambientes, distintos a vivir en una aldea. Mi padre decidió, en 1924, dejar el trabajo del campo y trasladarse con la familia a Lisboa, donde comenzó a ejercer la profesión de policía de seguridad pública, para el cual no se exigían más «habilidades literarias» (expresión común entonces…) que leer, escribir y contar. Pocos meses después de habernos instalado en la capital, moriría mi hermano Francisco, que era dos años mayor que yo. Aunque las condiciones en que vivíamos hubiesen mejorado un poco con la mudanza, nunca llegaríamos a conocer el verdadero desahogo económico. Ya tenía trece o catorce años cuando pasamos, al fin, a vivir en una casa (pequeñísima) sólo para nosotros: hasta ahora siempre habíamos vivido en partes de casas, con otras familias. Durante todo este tiempo, y hasta la mayoría de edad, fueron muchos, y frecuentemente prolongados, los periodos en que viví en un pueblo con mis abuelos maternos, Jerónimo Melrinho y Josefa Caixinha.
Fui buen alumno en la escuela primaria: en el segundo curso ya escribía sin errores de ortografía, y el tercero y cuarto los cursé en un solo año. Me trasladé después al instituto, donde permanecí dos años, con excelentes notas en primero, bastante menos buenas en segundo, mas estimado por colegas y profesores, al punto de ser elegido (tenía entonces doce a