Armarse de argumentos

Luisa Puig

Fragmento

Título

Introducción
La problemática en torno a la argumentación

Argumentar es una práctica con la que estamos en contacto de manera constante y habitual. Es posible participar activamente en una argumentación esgrimiendo razones a favor de alguna cosa, avalando o criticando un proceder ajeno, sopesando las ventajas e inconvenientes de asumir una posición o siendo el blanco de la discusión en un altercado. Pero también es posible ser destinatarios pasivos o meros espectadores de las argumentaciones públicas a las que cotidianamente estamos expuestos, a través de los medios de comunicación y la red, donde asiduamente se sostienen puntos de vista y se hacen análisis críticos, por no mencionar la influencia abrumadora de la publicidad sobre los consumidores.

En nuestra experiencia personal la argumentación nos es entonces familiar; no así, en cambio, las características que definen su naturaleza, los mecanismos que pone en funcionamiento, las condiciones que se requieren para hacerla eficaz o las estrategias que movilizan aquellos que buscan lograr la adhesión del interlocutor —sin necesariamente develar sus verdaderos objetivos—.1

El terreno propio de la argumentación es el de la práctica del lenguaje, es decir, el discurso. Entre sus significados comunes y corrientes, se entiende por un discurso “el conjunto de palabras con que alguien expresa lo que piensa, siente o desea”.2 De manera más específica, el discurso es una producción verbal, oral o escrita, conformada por una oración o una serie de oraciones, que muestran un principio y un fin y poseen una unidad de sentido.3 Desde la Antigüedad clásica, el discurso plasmado en las lenguas naturales —frente a otras manifestaciones como el discurso pictórico, el gestual o el musical— ha sido tema de una profusa reflexión y corresponde con nuestro objeto de estudio.

En cuanto concepto, el término discurso es polisémico,4 por el cúmulo de empleos, disciplinas y teorías a los que se asocia. En su acepción más amplia, el discurso se refiere a una manera de concebir el lenguaje. Es así como los precursores de su estudio lo entendían: para Saussure, en su célebre Nota sobre el discurso, esta noción es un objeto de reflexión teórica, al igual que la lengua. Para Benveniste, por su parte, el discurso, en su función de práctica langagière, da lugar a toda una teoría general de la lengua. Para Bajtín, de igual manera, la noción dio paso a su teoría sobre la dimensión dialógica del discurso y a su clasificación de los géneros discursivos.

En una acepción más delimitada, existen diversas corrientes que han teorizado sobre el discurso al analizar sus modalidades: considerando, por ejemplo, el discurso en cuanto interacción social, a partir de la etnografía de la comunicación o del análisis conversacional, centrándose en la relación que puede establecerse entre la organización textual y la determinación social del contexto o en la caracterización de los diferentes géneros discursivos.

En las ciencias del lenguaje y las ciencias sociales existen diversas definiciones del discurso, según se relacione con otras tantas nociones —y sus correspondientes teorías—:5 la lengua, la frase, el enunciado, las formaciones discursivas, los géneros, la categoría de locutor, el texto, etcétera.

Es indudable que al análisis de los más variados tipos y géneros discursivos, como serían la publicidad, el discurso político, el científico, el periodístico, los debates mediáticos, también atañe el estudio de sus modalidades argumentativas. Como el discurso, la argumentación comprende diversas concepciones. Con el fin de resaltar sus componentes principales, nos referiremos, en una primera instancia, a la definición que propone Pierre Oléron, como “el procedimiento por medio del cual se busca que un auditorio adopte una posición, recurriendo a argumentos que muestren su validez”.6 Tres son los aspectos que pone de manifiesto esta definición: primeramente, la intención persuasiva que persigue en algunas ocasiones esta práctica: se trata de una tentativa de influir en el otro para hacerlo cambiar de opinión, lo que nos sitúa en el punto de partida de toda argumentación: el reconocimiento de un desacuerdo entre las partes. La argumentación no se da cuando existe comunión de opiniones, surge a partir de la disensión. En segundo lugar, su carácter dialógico: toda argumentación se da en el seno de un intercambio en el que el locutor se dirige a interlocutores reales o virtuales. En tercer lugar, toda argumentación es justificativa: supone la presentación de una serie de pruebas que permiten fundamentar la tesis que se defiende.

A las consideraciones anteriores cabe agregar que el discurso se desarrolla en un ámbito en el que la ambigüedad, el equívoco y la incertidumbre están siempre presentes. La comunicación verbal nunca es enteramente literal, siempre hay significaciones secundarias, implícitas, cuya interpretación requiere tomar en cuenta no sólo las informaciones que suministra el enunciado, sino también informaciones adicionales, como las relacionadas con el contexto lingüístico y no lingüístico en el que se produce dicho enunciado. Determinar, por ejemplo, la significación de una noción amplia, los referentes de los sintagmas nominales definidos, de los pronombres personales, determinar si una aserción corresponde con una amenaza o una promesa implica considerar la situación de enunciación y el contexto en general para que el destinatario pueda asignar una posible interpretación al enunciado.

A esta situación se añade, como señala Oléron,7 que la práctica argumentativa está inmersa en una constante lucha entre la búsqueda de consenso y las divergencias irreductibles entre las personas y los grupos. Los conflictos dominan la vida social y, para ser eficaz, la argumentación no sólo lleva a cabo razonamientos (presenta justificaciones de los puntos de vista que sostiene), sino que también despliega diversas estrategias de movilización, de acuerdo con las relaciones de fuerza o de seducción que se instauran entre los participantes —con sus consiguientes efectos emotivos—, algunas de las cuales podrían ser éticamente cuestionables: argucias, equívocos, distorsión de los hechos y de las palabras, etcétera. En estos altercados, en la gran mayoría de los casos, el objetivo por lograr no es el descubrimiento de una supuesta verdad, sino la victoria proponiendo una cierta lectura de los hechos con su correspondiente justificación, opuesta a otra, que podría ser también plausible y justificable.

Para Marc Angenot,8 los seres humanos argumentan sin cesar, pero, en realidad, sin lograr persuadirse mutuamente más que de manera muy excepcional. Tal es la situación imperante, tanto en el debate político como en la

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