Cuentos para reparar alas rotas

Nekane González
Virginia Gonzalo

Fragmento

cap-2

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LECCIONES DE VUELO

Todas esperaban con entusiasmo la llegada de aquel día: la emocionante transformación que las llevaría a convertirse en mariposas adultas. Rosa, en particular, no cabía en sí misma. El momento más bonito de su vida se acercaba y su familia se había preparado para la ocasión: iba a emerger de la crisálida y volaría por primera vez.

Como de costumbre, todo estaba organizado para la fiesta. A través del musgo verde que rodeaba la zona, unas luces diminutas indicaban el camino desde la entrada hacia la base del majestuoso roble, donde tendría lugar el gran acontecimiento. De algunas de las flores colgaban farolillos adornando la escena y se podía apreciar en el ambiente el olor a primavera. Algunas de las mariposas adultas servían a los invitados el néctar de las flores más deliciosas para amenizar la celebración.

Ente risas, nervios y expectación, llegó el ansiado momento.

La metamorfosis de las mariposas comenzó desde sus respectivas crisálidas. Se hizo un gran silencio mientras todas miraban con curiosidad y admiración las suaves alas que empezaban a moverse con lentitud y fragilidad. Poco a poco, se desplegaban con más decisión mientras trataban de luchar por adaptarse a la nueva situación. Todas las allí presentes sabían que era cuestión de segundos ver las alas en movimiento y disfrutar del primer vuelo de aquellas bonitas mariposas.

Sin embargo, los minutos pasaban y los movimientos de Rosa se hacían de rogar: eran lentos, torpes y sin control. En su cara podía verse reflejada la angustia del momento y, asustada, empezó a buscar entre la gente la cómplice mirada de su abuela, que, con un leve gesto de cabeza, le indicó que tuviera paciencia. Pero el tiempo seguía pasando y Rosa continuaba sin poder alzar su vuelo. Se esforzaba en desplegar sus delicadas alas, pero estas continuaban paralizadas.

Mirando a su alrededor, presa del pánico, comenzó a imitar de manera desesperada los movimientos de sus amigas, cogiendo incluso mayor impulso que ellas. Sin embargo, sus esfuerzos eran en vano: Rosa no podía volar.

El cuchicheo entre todas las mariposas allí reunidas no se hizo esperar.

—Nunca lo va a conseguir —murmuraba una de ellas.

—¡Pobrecita! —lamentaban algunas.

—¿Una mariposa que no vuela? ¡Una deshonra para la especie! —comentaba otra, indignada.

Entre el cansancio y los comentarios que se escuchaban de fondo, Rosa empezó a encogerse de hombros y a envolverse con sus propias alas mientras lloraba desconsolada su profunda decepción.

Tanto sus familiares como algunos de los invitados, comenzaron a acercarse poco a poco a Rosa para intentar ayudarla.

De pronto, Manuela, la mariposa más vieja del lugar, se abrió paso entre la multitud y se acercó lentamente para escuchar sus sollozos.

—¡Ay! ¡Qué será de mí! Toda la vida esperando este momento y ahora… ¡No sé qué hacer! ¡No puedo volar!

—Tranquila, querida Rosa, ahora es momento de aprender —dijo con ternura la sabia mariposa.

—¡No! Todos dicen que las mariposas nacemos sabiendo volar. Todas lo han conseguido menos yo. Todos esperaban verme alzar el vuelo y no he podido… ¡Les he decepcionado!

Cuanto más hablaba sobre lo ocurrido, con más desconsuelo lloraba.

—Querida, eso que dices es una leyenda del bosque… ¡Pero no es cierta!

Tras una breve pausa, Manuela continuó:

—A veces, hay situaciones en las que solo necesitamos invertir un poco de tiempo para poder volar; otras, en cambio, es necesario partir de cero para aprender a hacerlo. ¡Nacer mariposa no te hace una experta en vuelo!

Rosa escuchaba con atención aquello que la mariposa le iba contando y le preguntó en voz baja:

—¿Qué puedo hacer ahora?

—¡No hay tiempo que perder, Rosa! —respondió la mariposa sabia—. Irás a la Escuela de las Mariposas.

Sin ofrecerle apenas tiempo para responder, la mariposa sabia ayudó a Rosa a levantarse de entre el musgo y pusieron rumbo a la escuela.

—¿Sabes? Nunca escuché hablar de la Escuela de las Mariposas.

—Solo nos fijamos en aquellas mariposas que, sin apenas esfuerzo, hacen lo que se supone que deben hacer.

—¿Quieres decir que no soy la única que no ha conseguido volar?

—¡Claro que no eres la única, Rosa! —respondió con una carcajada—. No todas las mariposas desarrollan de forma natural las habilidades para volar. Algunas necesitan ayuda y tú has conseguido lo más difícil de todo: aceptar que no sabes volar. ¡A partir de ahora, solo queda aprender a hacerlo!

Rosa estaba tan entretenida conversando con Manuela que, sin apenas darse cuenta, se adentraron en un precioso lugar: un jardín secreto rodeado de bambús, flores blancas y un pequeño y tranquilo lago. En la orilla de este, un gran nenúfar anunciaba que habían llegado a la Escuela de las Mariposas.

De un salto, ambas tomaron asiento sobre una de sus hojas y desde allí, comenzaron a leer el manual Lecciones de vuelo.

LECCIÓN 1. Coger impulso

Desea con todas tus fuerzas aquello que quieres conseguir.

Pon toda tu atención y energía en ello.

A Rosa le resultó extraño y divertido a la vez. ¡Era tan obvio! Sin embargo, no quería perderse ninguno de los pasos del manual. Cerró muy fuerte los ojos, respiró profundamente e imaginó que sus alas se desplegaban y podía volar.

LECCIÓN 2. No mires atrás

Habrá personas que te dirán que no puedes conseguirlo, que abandones ese sueño o que intentes otra cosa.

No los escuches.

Sigue deseando con fuerza aquello que quieres.

Tras leer la segunda lección, Rosa recordó todas las frases que escuchó cuando intentó salir de la crisálida: «Jamás lo conseguirá», «Qué torpe es», «No es una auténtica mariposa»…

LECCIÓN 3. Sé buena contigo misma

Regálate mensajes de ánimo, no te exijas en exceso y permítete fallar. Cree en ti.

—A partir de ahora, tendrás que practicar tu vuelo y es probable que no te salga a la primera. Hazlo tantas veces como necesites, con una condición: ¡Queda prohibido decirse palabras negativas! Estas alas no van a desplegarse si te repites a ti misma mensajes de desánimo, ¿entendido?

Rosa asintió y, convencida de los aprendizajes, se dispuso a practicar su vuelo. De repente, la voz de Manuela la interrumpió:

—¡Una cosa más, Rosa! —exclamó la mariposa sabia—. ¡Casi se me olvidaba! Este regalo es para ti. Puede que lo necesites.

Manuela le ofreció una cajita envuelta con un gran lazo rojo. En el interior, junto a unos pequeños algodones para sus oídos, había una nota que decía:

SOLO TÚ DECIDES A LA ALTURA QUE QUIERES VOLAR.

Y solo así, cuando aceptó que necesitaba ayuda y algo de práctica, Rosa desplegó sus alas y, poco a poco, consiguió echar a volar.

 

NACER MARIPOSA

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