Empecemos de cero

Lucía Fernández

Fragmento

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1. PRIMEROS PASOS

El camino ha sido difícil, pero por fin estamos aquí: una hoja, un boli y yo.

Yo soy Lucía Fernández. Puede que algunos ya me conozcáis, pero quizá otros no sabéis nada de mí. Tengo veinte años y no vengo a hablaros solo de mi vida, sino que también vengo a hablaros de la vida en general. Puede que algunos me veáis como una persona adulta que ha tenido muchas experiencias a lo largo de su vida y que puede permitirse dar consejos u opinar; sin embargo, otros quizá me veáis como una adolescente que no sabe nada de nada y a quien todavía le queda mucho por vivir. Bien, pues ninguno se equivoca. Llevo prácticamente desde los trece años escribiendo en servilletas, libros, hojas cutres, mesas y puertas de baños de instituto todos mis sentimientos, todo aquello que nunca he querido o me he atrevido a decir… En definitiva, todo lo que se me pasa por la cabeza.

Voy a contaros un poco más de mí. Mi nombre completo es Lucía Fernández Valdivieso (no me olvido del segundo apellido, que después mi madre se enfada). Nací en Santander (Cantabria) el 25 de julio de 1999, y fue un domingo, como en el caso de todas las mujeres de mi casa. Soy leo, un signo de fuego, apasionado y sincero, aunque también un poco egocéntrico, debo admitirlo. Mi color favorito y con el que me identifico es el azul, un color frío. Es el color de la confianza, de la fidelidad y, en muchas culturas, el color de lo divino.

Cuando yo tenía apenas cuatro años, un 2 de marzo nació mi hermana, Victoria, un terremoto y también una de las personas más importantes de mi vida. Con ella comparto muchos momentos y, aunque a veces nos queramos matar, es mi mejor amiga.

Por lo que mi familia suele contar, de niña yo era muy alegre y simpática; siempre estaba jugando con todo el mundo en el parque, riéndome… De mi infancia recuerdo que mi abuela me ponía unos lazos de colores gigantes en la cabeza y vestidos que ella misma confeccionaba, casi siempre de color rosa. En esos años estaba todavía más establecido en la sociedad que los chicos jugaban al fútbol y vestían de azul y que las niñas jugaban con muñecas e iban de rosa. Aunque mi abuela se empeñara en ponerme vestidos en contra de mi voluntad, yo la quiero mucho. He pasado gran parte de mi infancia con mis abuelos maternos, ya que mi madre trabajaba muchas horas para poder mantenernos a mi hermana y a mí. De mis abuelos tengo tantos recuerdos… Siempre iba con ellos a la playa, y cuando volvíamos bajaba al parque por la noche y podía estar horas y horas columpiándome. Ese parque me encantaba, me transmitía mucha tranquilidad… Unos años después lo cambiaron y dejé de ir.

Mi abuela siempre me cuenta recuerdos de cuando era pequeña:

Hemos disfrutado de veranos maravillosos en Liencres, en la playa y en los pinos entre los que pasábamos mediodías y tardes estupendas, todos en familia. Te encantaba jugar en la playa, a la orilla del mar, aunque siempre tenías miedo de perdernos entre tanta gente debido a tus problemas de visión.

La verdad es que tampoco recuerdo muchas cosas de cuando era pequeña, ya que hasta que no me hice algo más mayor no fui consciente de ellas. Mi tía siempre me cuenta muchos recuerdos que conserva de mi infancia:

Mi primer recuerdo tuyo es cuando saliste del paritorio con el gorro beis, llorando a gritos con la boca muy abierta. Me pareciste una bebé muy fea. Menos mal que el tiempo todo lo pone en su sitio y tu cara cambió a mejor.

Poco después de esto, me quedé una noche en el hospital para ayudar a tu madre y me agobió un montón que no tomaras el biberón. Y por si eso fuera poco, vino la enfermera y te lo metió a la fuerza. Fue demasiado para aguantarlo. Esa noche dormí una hora contigo encima de mí.

Recuerdo el día de tu bautizo, con el vestido que te había hecho la abuelita. Estuvimos contigo desde primera hora, haciéndote fotos sobre la cama de tus padres.

Fuiste una bebé estupenda, sonriente, alegre, de muy buen carácter. Y recibiste muchísimo cariño.

Las primeras Navidades que estuviste con todos fueron muy felices. ¡Era tan raro tener a un bebé en casa! La verdad es que todos los momentos en los que has estado a mi alrededor han sido geniales.

Cuando yo era pequeña, mi tía no vivía cerca, con lo que no la veía mucho; pero todos los veranos (y siempre que podíamos) íbamos a Zarautz, que es donde vivía con mis primos. Solo tengo buenos recuerdos de cuando la visitábamos, salvo de la primera vez, cuando me puse mala estando allí sin mis padres y descubrieron que era asmática. Esos momentos fueron duros. Hoy el asma me sigue dificultando muchas de las cosas de mi día a día.

Cada vez que iba de Zarautz a Santander, te llevaba conmigo y eras de lo más agradecida. Trataba de estar el máximo de tiempo contigo, pues sabía que al vivir a tantos kilómetros me estaba perdiendo mucho.

También debo decir que entonces yo era la única niña de mi familia materna, por lo que todos estaban como locos conmigo. Soy la mayor de la generación: después de mí vinieron mi primo, mi hermana y mi otra prima, ¡y menos mal!, porque la verdad es que comenzaba a necesitar otros niños y niñas con los que jugar dentro de la familia.

Has pasado tiempo en Zarautz sola con nosotros.

La primera vez fue cuando tus padres se fueron a Francia; pasamos unos días estupendos. De hecho, cuando tus padres volvieron, no había manera de que te echaras a sus brazos.

Te integrabas bien con los hijos de mis amigos y, sin saber euskera, jugabas con ellos sin problemas.

Recordad esta anécdota de mi tía sobre lo sociable que era, porque creo que me duró hasta los seis años.

La segunda vez fue peor, porque te pusiste mala, tu madre no podía cuidarte porque trabajaba y no había quien se hiciese cargo de ti en Santander. Fui a buscarte a Santoña desde Zarautz porque tu madre no podía acercarte hasta aquí; quedamos en Santoña y te llevé a mi casa. Tu madre me había dejado todos los medicamentos que te habían recetado, pero la primera noche no dejaste de toser, así que al día siguiente te llevé al ambulatorio. Todavía recuerdo la cara que puso la pediatra cuando le coloqué sobre la mesa los botes de las medici­nas que tomabas. Los observó pensativa y después de mirarte me dijo que los tirase todos.

Me mandó con una enfermera que me enseñó a darte el Ventolín con la cámara espaciadora. Yo me quedé en shock. Encima, cuando fui a la farmacia me dijeron que tenía que ser rigurosa con el tratamiento porque cabía la posibilidad de que fueras asmática. Yo tenía ganas de llorar, porque me sonaba tan mal como si padecieras una enfermedad degenerativa. Y, fíjate, después tu primo pasó por lo mismo.

Las siguientes noches dormiste conmigo en mi cama: te puse unos almohadones y no dejabas de toser ni siquiera estando medio sentada. A la mañana siguiente me fui al ambulatorio, otra vez contigo en brazos. Por suerte me encontré con una amiga, que me tranquilizó y me ayudó a ver la situación con un poco más de normalidad. En ese tiempo, creo que adelgacé dos kilos de tanto agobio.

Tus padres vinieron a verte el fin de semana. Lo peor fue el domingo, cuando se marcharon. Se te quedó una cara

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