La vida secreta del rock argentino

Marcelo Fernández Bitar

Fragmento

Corporativa

SÍGUENOS EN
Megustaleer

Facebook @Ebooks        

Twitter @megustaleerarg  

Instagram @megustaleerarg  

Penguin Random House

CONTRA VIENTO Y MAREA

Un aspecto poco conocido en la historia del rock en Argentina es el vertiginoso avance técnico que hubo en la producción de recitales durante la década del 80. Ocurrió a la par de la popularidad masiva a nivel nacional, la exportación hacia Latinoamérica de los artistas más grandes y la llegada al país de figuras internacionales de primera línea.

Basta con hacer memoria y comparar imágenes de los primeros conciertos de rock en el estadio Obras con los grandes shows en River menos de diez años después. La comparación es mucho más impresionante si se observan películas y fotos de los legendarios festivales de comienzos de los años 70, como B.A. Rock. Incluso el por entonces espectacular “Adiós Sui Generis” en el Luna Park hoy parece una suerte de acto de colegio secundario, con unas nubes de cartón colgando del techo.

Quizás esa línea de tiempo podría resumirse con Seru Giran en una punta y las visitas de Sting/Tina Turner en la otra. La diferencia en sonido, luces y escenario es tremenda, y se ha escrito y hablado poco al respecto.

No solo se trata de cuestiones técnicas, sino también del puñado de héroes anónimos que hay detrás de escena, los que acompañaron el crecimiento del rock local con pasión, entusiasmo desbordante, amor por su profesión y por la música, con ganas de lograr un nivel internacional en lo suyo. Todos fueron autodidactas, ya que no había escuelas ni cursos de ningún tipo para estudiar siquiera lo más básico. A lo sumo podían aprender mirando revistas que llegaban meses después de su publicación u observando el trabajo de sus pares extranjeros cuando llegaban al país. Dieron forma a un oficio que prácticamente no existía y sentaron las bases para el alto nivel de profesionalismo actual.

Así surgen nombres legendarios, como Robertone, Starc o Quaranta, pero hay muchos más. Igualmente clave fue la labor de managers y productores como Ohanian y Grinbank, entre otros, que a cada paso en su carrera contribuyeron a levantar la vara y sentirse a la par de sus colegas de Estados Unidos e Inglaterra, luego diseminando lo aprendido por toda Latinoamérica.

Todos ellos rodean los tremendos éxitos de la época de oro de figuras como Spinetta, Charly, Soda Stereo y Pappo. Contra viento y marea, sorteando las periódicas crisis económicas, lograron que todo el panorama local creciera y sentara las bases para el fenómeno actual del rock en Argentina. Y por supuesto que en cada una de sus historias aparecen anécdotas fascinantes, inesperadas y hasta graciosas. Es la vida secreta del rock, donde las glorias y los bloopers ocurrían sin pausa, a veces sin dormir, mientras el público agradecía que cada vez se pudiera ver y escuchar mejor.

El camino hasta este libro nació justamente de esa pequeña hipótesis de trabajo: investigar cómo se dieron tantos avances en diferentes frentes y todos de manera sostenida. Un nombre llevó a otro y así se dieron los sucesivos reportajes durante el último año. Todos aceptaron con ganas las charlas; el agradecimiento hacia ellos es tan importante como las disculpas para quienes involuntariamente no aparecen mencionados.

Como ocurre en estos casos, es bueno desear que se publiquen más libros sobre estos temas, de la misma manera que las primeras tímidas y aisladas biografías dieron lugar a una exhaustiva bibliografía de artistas y grupos. El rock en Argentina hoy posee una inabarcable discografía y un sinfín de recitales de dimensiones históricas. Cada disco y cada show encierran la labor silenciosa de esta gente que mantuvo siempre la frescura e inocencia del amateurismo, a la vez que aportaba lo mejor de su profesionalismo y experiencia. A todos ellos, y con el perdón de los abstemios, ¡salud!

JOSÉ LUIS “CONEJO” GARCÍA Y HÉCTOR STARC

Spinetta y el monitoreo

José Luis “Conejo” García es una leyenda viva del rock local. Ingresó en el mundo de la música a los 16 años, en la época de Los Gatos. De hecho, su apodo se lo puso Litto Nebbia. Comenzó a trabajar como plomo, asistiendo al sonidista del grupo, Horacio Coronel, cuando la banda tocaba a un ritmo de tres shows por noche. Luego trabajó en la mítica empresa Robertone, de los hermanos Juan Carlos y Juan José Robles. Acompañó todo el crecimiento del rock argentino en los años 70 y 80, al punto de ser figura clave en la logística de hitos, como los dos Luna Park de “Adiós Sui Generis” y el Festival de la Solidaridad Latinoamericana durante la Guerra de Malvinas.<

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos