Romper una canción

Benjamín Prado

Fragmento

Contents
Índice
Portadilla
Índice
Primera parte: Praga
1. Los mariachis barajan las canciones de amor
2. Agua pasada
3. Cristales de Bohemia
4. Menos dos alas
5. Virgen de la Amargura
6. Ay, Praga, Praga, Praga
Segunda parte: Rota
7. Vinagre y rosas
8. Crisis
9. Viudita de Cliquot
Tercera parte: Madrid
10. Parte meteorológico
11. Embustera
12. Tiramisú de limón
13. Blues del Alambique
Sobre el autor
Créditos
primera parte Praga

PRIMERA PARTE

Praga

1 Los mariachis barajan las canciones de amor

1

Los mariachis barajan las canciones de amor

Fuimos a Praga a romper nuestra amistad. Estábamos tan seguros de que aquel viaje era un error que el día antes de salir, los dos tuvimos el teléfono en la mano para llamar al otro y decirle: «Mira, mejor lo dejamos, ¿vale? No es el momento adecuado, no va a funcionar y voy a decepcionarte». Pero en esa ocasión hicimos más caso de mi epitafio que del suyo, y nos subimos a aquel avión que iba a la capital de la República Checa y quién sabe a qué más. Lo de los epitafios viene de lejos, como casi todo entre dos personas que se conocen hace casi treinta años y han hecho juntas cosas tan divertidas que la mitad de ellas no se puede contar. El caso es que una noche, cuando todo el mundo se había ido y nosotros nos habíamos quedado tomando la última copa solos, como tantas otras veces, discutíamos, vayan ustedes a saber por qué, cuál sería, en nuestra opinión, el epitafio de un hombre honrado. El mío no estaba nada mal: «Aquí yace Benjamín Prado: no tener nada que decir nunca le obligó a callarse». Pero el suyo nos pareció a los dos el mejor: «Aquí yace Joaquín Sabina: jamás dio la cara». ¿Por qué a la hora de embarcarnos en la aventura de la que salió Vinagre y rosas confiamos más en el mío, lo cual ya era, en sí mismo, una temeridad, porque si de lo que se trata es de escribir, esas tres palabras, nada que decir, no parecen un atajo a ninguna parte? Eso no lo sabemos, pero sí que las cosas que tienen explicación suelen ser las más aburridas de todas. Y me apuesto algo a que cuando acaben este libro la palabra aburrimiento va a ser la última que se les venga a la cabeza.

En cualquier caso, si lo pensábamos dos veces, ¿de verdad no teníamos nada que decir? ¿No sería, más bien, que no queríamos decirlo? ¿O que no confiábamos, cada uno por sus propias razones, en tener la fuerza que hacía falta para hacer ese trabajo que, conociéndonos como nos conocemos, sabíamos que nos iba a convertir en una mezcla de picapedreros y buscadores de oro? Me doy cuenta de que habrá que explicar lo que acabo de escribir y dar algún que otro dato que preferiría callarme, para que los lectores no tengan la sensación de haber llegado a este libro cuando la historia ya estaba empezada. Qué le vamos a hacer.

En el otoño de 2008 yo no me encontraba muy bien. Acababa de salir de una relación infernal con una chica a la que, desde entonces, Joaquín, yo y todos los que nos rodean, llamamos, simplemente, Virgen de la Amargura; y aunque, en realidad, a esas alturas no estaba deprimido por perderla a ella, sino por la cantidad de cosas que había tenido que perder hasta entonces para conservarla, el resultado de la ruptura era que me sentía tan estúpido como todo aquel que apuesta por el mismo número equivocado... durante tres años. Una de esas cosas que había perdido era la más importante de todas: mi capacidad para escribir. Puede que suene algo melodramático, pero lo cierto es que llevaba dos años dándole vueltas a tres poemas que nunca avanzaban, al principio porque estaba pasándomelo demasiado bien como para ocuparme de otras cosas y al final porque ya no tenía ninguna duda de que no decían la verdad y, por lo tanto, nunca iban a ver la luz: yo no publico mentiras. Aparte, también tenía por ahí una ex mujer que había conseguido que de cada diez palabras que yo pronunciaba dos fuesen abogado y embargo; una novela parada que sentía como un cuchillo clavado en la espalda, y cuya hoja se oxidaba día a día, y un par de chicas que me volvían loco pero que, sinceramente y por razones que no son de este libro, lo único que conseguían era hacer más grande mi sensación de estar perdiendo el tiempo. El caso es que entre una cosa y otra me encontraba regular tirando a muerto, y empecé a darme cuenta de ello al ver la cara con la que me miraban los amigos, que llegaron a hacerme hasta una fiesta sorpresa, ideada por el poeta Luis García Montero, de la que lo único que puedo decir es que si no los maté entonces, ya no los mato nunca. Joaquín me regaló dos primeras ediciones de Pablo Neruda, pero amenazándome con que tendría que devolvérselas en cuanto dejara de estar deprimido. Como suele decirse, un verdadero amigo siempre te apuñala de frente.

Fiesta sorpresa organizada a Benjamín Prado por amigos.

Una noche en la que, como tantas veces, habíamos acabado en Los Diablos Azules, el bar que tienen Jimena Coronado y su amiga Lena de Marini en la calle Apodaca, en Madrid, Joaquín se tomó un par de copas para envalentonarse, me llevó a un rincón y me dijo:

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