Las metamorfosis del oro

Pablo Gamboa

Fragmento

PREÁMBULO

El arte, como testimonio de la realidad dominante en un sistema social muestra de qué manera las ofrendas funerarias son evidencia de la acumulación del poder. En el remoto pasado, estas se depositaban con el propósito de acompañar y preservar a los muertos en su tránsito hacia la vida de ultratumba. Fue el caso de un tesoro descubierto en 1890, en las montañas del Quindío, y que con los años sería llamado el Tesoro de los Quimbayas, una ofrenda funeraria que, por su variedad y calidad artística, es una obra maestra de la orfebrería precolombina, emblema de la identidad y el patrimonio cultural colombiano. Pero pese a esto, el Tesoro fue enajenado en España, en 1892, por un regalo inconstitucional del entonces gobernante de Colombia, Carlos Holguín, a la reina regente, tras la exposición conmemorativa del cuarto centenario de la llegada a América.

Y nunca más volvió a Colombia.

Desde entonces, el Tesoro es la “pieza de museo” de orfebrería precolombina más representativa del Museo de América de Madrid, y la colección más importante del estilo Quimbaya clásico. Pero tal vez por estar lejos de su origen y no pertenecer a un museo colombiano, el Tesoro tiene un vacío de conocimiento de más de un siglo. De ahí la necesidad de interpretarlo y valorarlo, tanto por su elaborado procedimiento de orfebrería como por sus características formales y estilísticas. Y por su compleja realidad histórica, desde tres puntos de vista: sus antecedentes y contexto como tesoro precolombino; sus sorprendentes vicisitudes biográficas en Colombia, España y los Estados Unidos, y la interpretación artística de sus piezas: cascos, recipientes ceremoniales, instrumentos musicales, estatuillas y algunos objetos de cerámica.

Mis primeras investigaciones se publicaron en el año 2002 con el título El Tesoro de los Quimbayas. Historia, identidad y patrimonio, libro que suscitó cierto interés nacional e internacional sobre el tema. Quizás logró despertarlo de su centenario letargo como bien artístico y “patrimonio ausente” de los colombianos. Ahora, al buscar un título sugerente para este nuevo proyecto, encontré en el diario de Colón la frase “…del oro se hace tesoro…”1, referida a la acumulación funeraria de los “señores” de Veraguas, quienes “cuando mueren entierran el oro que tienen con el cuerpo”, clara mención a los tesoros de los señores indígenas de la región de Panamá.

Como profesor del Departamento de Historia y del Instituto de Investigaciones Estéticas de la Facultad de Artes de la Universidad Nacional de Bogotá, incorporé el estudio del Tesoro de los Quimbayas a la investigación de la historia del arte colombiano con el objetivo de proyectar su valor estético y verlo como “arte presente”, pues el trabajo histórico-artístico rastrea una obra, su función y valor tanto en el tiempo y lugar de su creación como en el presente, ante otro público, pese a la distancia cultural y temporal que media entre sus autores y los receptores actuales. En mis cursos y seminarios enseñé a mis alumnos a ver y valorar las manifestaciones plásticas precolombinas como arte, el “arte del oro”, tal como lo denominó uno de mis maestros, el historiador y crítico italiano Giulio Carlo Argan. Porque hasta entonces, en Colombia, las obras precolombinas eran consideradas artesanías y se apreciaban más por su técnica que por su configuración visual o valor de forma. Se tendía a verlas como arte menor en el que prevalece el momento técnico sobre el momento creativo, reduciéndolas a simples objetos de joyería.

Como aproximación al Tesoro trataré los temas referentes a su contexto cultural, su biografía artística y los asuntos artísticos de su orfebrería. El contexto cultural tiene como precedentes los grandes descubrimientos arqueológicos y artísticos de los siglos XVIII y XIX, para situar al Tesoro en su entorno histórico y geográfico, en el momento de la colonización del Quindío. También las circunstancias anteriores a su hallazgo, las cuales lo condicionaron tanto en un contexto internacional, a finales del siglo XIX, como en el período republicano en Colombia, cuando reapareció como tesoro indígena. Unos 1750 años después de que fuera depositado como ofrenda funeraria para el más allá, mediré su impacto ante nuevos propietarios, receptores, normas y gustos artísticos.

La segunda parte es la historia artística del Tesoro, desde su extracción de la “guaca” en el Quindío y sus vicisitudes, viajes y exposiciones a nivel nacional e internacional, hasta el presente2. La biografía de un artista la hacen sus logros, el alcance de su obra y su reconocimiento a lo largo del tiempo. De igual modo sucede con las biografías de las grandes obras maestras. Desde que se descubrió en 1890, en la guaca de La Soledad, el Tesoro de los Quimbayas cuenta con una documentación que acredita y describe paso a paso sus avatares, inventarios, reparticiones y subdivisiones en lotes de diverso mérito. Tales documentos dan fe de sus traspasos, los sucesivos cambios de mano y categorías de propietarios, de particulares a estatales y de nacionales a extranjeros, así como de exposiciones privadas en Bogotá, Madrid o Chicago. Su biografía incluye también la vida del Tesoro en España durante la Guerra Civil, cuando, pese a darse por perdido, se depositó en Suiza, en el Palacio de las Naciones, como parte del “patrimonio artístico español”.

En este orden de ideas, la biografía del Tesoro de los Quimbayas busca analizar desde una amplia perspectiva diversos aspectos: su vida artística y la compleja red de circunstancias y acontecimientos locales, regionales, nacionales e internacionales que, desde su hallazgo, ha protagonizado. Y esto, ante todo, para tender un puente entre el pasado y el tiempo presente, y para renovar con él nuestro sentido de identidad y pertenencia, ya que, en orfebrería antigua de América, se trata de uno de los tres grandes y más preciados testimonios del pasado.

De ahí la importancia de reconstituir la ofrenda original, de aproximarse a su magnitud y a su comprensión como texto artístico, desde el lenguaje ritual y funerario implícito en sus formas, para presentar un balance confiable entre lo que era cuando se descubrió y sus vicisitudes hasta el presente. Estableceré cómo y por qué se dividió y dispersó, y qué partes se conservan, pues la ofrenda extraída de la guaca pesaba “más de ocho arrobas” (200 libras) y la colección de Madrid, con sus 122 piezas, pesa alrededor de 42 libras, una quinta parte de la orfebrería original. Una segunda parte del Tesoro que está actualmente en Chicago comprende una parte menor de orfebrería y otra de cerámica.

De este modo veré, mediante documentos, cómo se percibió, a quién o a quiénes se le atribuyó y por qué, y lo que es más importante: cómo se ha valorado artísticamente, de qué modo influyó en otros y qué modos de actuar ha suscitado. También indagaré su valor a escala regional, dentro de la cultura de la guaquería y la colonización del Quindío, y el que tuvo a escala nacional e

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