Índice
La fábrica de canciones
«Hook»: el punto de placer
1. Buenas intenciones
2. Una sucesión de hits
PRIMERA ESTROFA. Cheiron: Mr. Pop y el metalero
3. Dentro de la caja
4. «The Sign»
5. Big Poppa
6. El terrible secreto de Martin Sandberg
7. Britney Spears: «Hit Me Baby»
8. «I Want It That Way»
ESTRIBILLO. La nota del dinero: la balada de Kelly and Clive
9. Los hits de mis antepasados
10. Los dientes de dragón
11. La calma tropical
12. «American Idol»
13. «Since U Been Gone»
SEGUNDA ESTROFA. Las chicas de la fábrica: tecnología cultural y la creación del K-pop
14. «Gee»
ESTRIBILLO. Rihanna: pista-y-hook
15. «Umbrella»
16. «Ester Dean: On the Hook»
17. Stargate: esos noruegos desgarbados
18. «Rude Boy»
PUENTE. Dr. Luke: «Teenage Dream»
19. Ajedrez rápido
20. Katy Perry: llamada al altar
21. Matemática melódica
22. Kesha: pesadilla adolescente
ESTRIBILLO. Spotify
23. El ámbito de los momentos
CADENCIA. La canción pegadiza
24. «Roar»
Epílogo
Nota sobre las fuentes
Agradecimientos
Sobre este libro
Sobre John Seabrook
Créditos
Notas
Para Harry y Rose, la Melodía y el Ritmo
No se puede vivir fuera de la máquina más de una media hora.
VIRGINIA WOOLF, Las olas
Bring the hooks in, where the bass at?
(Mete los hooks, ¿dónde anda el bajo?)
IGGY AZALEA, «Fancy»
«Hook»: el punto de placer
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Buenas intenciones
Todo comenzó cuando el Chico se hizo lo bastante mayor para ir en el asiento del copiloto. En cuanto se sentó delante, reprogramó las sintonías, cambiando mis emisoras de música clásica y rock alternativo por las de éxitos de radio del momento o CHR (lo que antes se llamaba los Top 40 o los 40 principales).
Al principio me molestó, pero en cuanto atravesamos el puente de Brooklyn y llegamos a la escuela, donde él cursaba quinto, estaba contento. ¿Acaso a su edad no había reconfigurado yo la radio de mis padres para poner mi música? Considerando además que únicamente puedes escuchar el solo de guitarra de «Comfortably Numb» de Pink Floyd cierto número de veces sin adormecerte un poco, nombré al Chico mi DJ, al menos durante aquel día.
Dumpa duuca wompa womp Pish pish pish Dumpa wompa
wompa pa pa Maaacaca domp pip bap buuni Gunga gunga gung
¿Eso era música? El bajo sonaba como un maremoto. Los altavoces emitían sonidos como los que se habrían oído en la isla del doctor Moreau de haber sido este un DJ y no un viviseccionador. ¿Qué extrañas máquinas creadoras de canciones habían generado esos ruidos que sonaban medio a metales, medio a cuerdas?
Era el invierno de 2009, y «Right Round», de Flo Rida, ocupaba el primer puesto en la lista de éxitos del Billboard Hot 100. La canción empieza con un sonido que te da vueltas en la cabeza como un remolino:
EEeeoooorrrroooannnnnwwweeeyyeeeooowwwwouuuzzzzeeEE
Un chorro de palabras sigue los ritmos taladrantes, medio cantados, medio rapeados por Flo, a quien se une en el hook el alarido bárbaro de la artista Kesha.
You spin my head right round right round
When you go down when you go down down[1]
Al principio no presté atención a la letra, pero gracias a la fórmula repetitiva de la CHR —la lista de reproducción estaba más cerca de ser un Top 10 que un Top 40—, no tuve que esperar mucho para que la canción sonase de nuevo. Trata de un hombre que mira cómo giran las bailarinas en un club de striptease. ¡Y el hook es un juego de palabras con el sexo oral! En mi época, los compositores utilizaban los juegos de palabras para ocultar el significado auténtico de la canción, pero en «Right Round» el sentido más evidente —«From the top of the pole I watch her go down» («La veo bajar desde lo alto de la barra»)— es tan obsceno como el oculto.
El país estaba a punto de tocar fondo, sumido en la peor crisis económica desde la Gran Depresión, pero nadie lo habría dicho al escuchar «Right Round». Este tema no trata de realismo social. Al igual que muchas canciones de la CHR, sucede en un club, donde Pitbull se desliza por la pista diciéndoles «¡Cariño!» a las mujeres y fijándose en sus redondos traseros. El club es, al mismo tiempo, un paraíso terrenal donde se materializan todos los placeres sensuales y el escenario en el que se decide el éxito, el lugar donde pruebas tu masculinidad. ¿Qué hace exactamente el Chico en ese sitio? Por suerte, ahora estoy aquí con él para echarle un vistazo.
«I Want to Hold Your Hand», el primer número uno de mi vida, salió cuando yo contaba cinco años; mi hermana tenía el vinilo. Yo escuchaba música pop por la radio, en los trayectos en coche compartido de ida y vuelta a la parada del bus. («Bus Stop» de los Hollies era uno de los éxitos del momento.) Las madres tenían la radio sintonizada en WFIL, una de las primeras emisoras de los Top 40 en Filadelfia a mediados de los años sesenta. La era del Brill Building, encarnada por equipos profesionales de compositores como Gerry Goffin y Carole King, había dado paso a los Beatles. Eso condujo a la era del rock, y tuve la suerte de vivir mi época de mayor entusiasmo musical durante los gloriosos años setenta y ochenta hasta los noventa, con Nirvana y el grunge. Para mí, el rock tuvo un final espectacularmente violento el 5 de abril de 1994, aunque el cuerpo de Kurt Cobain se encontró tres días después. A esas alturas yo me había pasado sobre todo al drum and bass (The Chemical Brothers, Fatboy Slim) y, más tarde, al tecno y al dance. Por lo demás, escuchaba hip hop, pero solo con auriculares, porque no puedes poner ese tipo de música cuando hay niños cerca y mi mujer odiaba el machismo de las letras.
Más o menos a