Delirio americano

Carlos Granés

Fragmento

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INSTRUCCIONES

 

 

 

 

1. Este libro es un solo ensayo, tres tratados distintos, un manual de consulta o un texto corto dependiendo de los intereses que orienten su lectura. Como al final lo que encontrará, o eso espero, es un tesoro en forma de conocimiento, información, ideas, interpretaciones y hasta juicios, a la izquierda encontrará un mapa que facilitará cualquier tipo de búsqueda o aventura que emprenda.

2. Para un lector que no tema enfrentarse a varios centenares de páginas, mi recomendación obvia es que asuma que en sus manos tiene un solo libro, y, cómo no, que vale la pena agotarlo de tapa a tapa. En ese caso estará leyendo una historia cultural y política del largo siglo XX latinoamericano, tan completa y exhaustiva como la racionalidad editorial recomienda y mis capacidades lo han permitido.

3. Pero si sus intereses se circunscriben a los inicios de la modernidad cultural en América Latina, a la historia del modernismo y de las vanguardias, puede satisfacer su curiosidad con la primera parte. En ese caso leerá un tratado en el que se analizan las consecuencias del imperialismo en la cultura y la política latinoamericana.

4. Si le concierne la manera en que se consolidaron los estados modernos y el papel que tuvo la cultura en este proceso, lo que usted deberá leer es la segunda parte. Este tratado le mostrará el efecto del nacionalismo en el arte y la forma en que la política puede instrumentalizar a los creadores para forjar ficciones nacional populares, populistas o modernizadoras.

5. Aunque si aquello le parece remoto y más bien quiere saber qué ocurrió en América Latina después de la Revolución cubana, y cuáles fueron sus efectos en el arte y en la política, qué duda cabe, empiece por la tercera parte. En esas páginas verá el impacto que tuvieron Fidel Castro y el Che Guevara en los campos culturales del continente.

6. No siendo poco, hay más. Si a usted América Latina le importa un pimiento, y está en todo su derecho, no faltaba más, quizá le puedan interesar las últimas sesenta páginas. En ellas se ilustra la manera en que fenómenos típicamente latinoamericanos, como el populismo y el indigenismo, están afectando en la actualidad a las prácticas políticas y culturales de todo Occidente. El libro que entonces tendrá entre manos será un corto ensayo sobre la invención e instrumentalización de la víctima.

7. Quinientas páginas dan para mucho, y buscando en ellas, si nada de lo anterior le interesa, podrá encontrar las figuras clave de la cultura latinoamericana. Bastará con seguir el mapa o buscar en el índice onomástico el nombre que le interese —César Vallejo, Nahui Olin, Juan Domingo Perón, Dolores Cacuango, García Márquez, Doris Salcedo, Caetano Veloso y cientos más—, del que seguramente encontrará un análisis que le ayudará a entender su obra o la importancia que tuvo en su tiempo. En ese caso, usted habrá comprado un manual de consulta de las personalidades más importantes de América Latina en los últimos 125 años.

8. Una última cosa: disfrute con la fantasía amable y fabulosa de los creadores latinoamericanos, tome nota de las nefastas consecuencias del ensueño de los políticos, y observe que nada es nunca puro y que a veces esos dos delirios fueron de la mano, nutriéndose y retroalimentándose como parte de una misma cadena de ADN.

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ANTES DEL COMIENZO. LA MUERTE DE JOSÉ MARTÍ Y EL PREÁMBULO AL LARGO SIGLO XX LATINOAMERICANO

 

 

 

 

La luna roja se escurría bajo las nubes e iluminaba la playa de piedras. Los hombres, empapados tras una larga noche de lluvia, ansiaban tocar tierra para adentrarse en la manigua y buscar un lugar donde dormir un rato. Llevaban en la boca el sabor de las últimas gotas del málaga dulzón que habían subido a la goleta un día antes, en Cabo Haitiano. Ahora, por fin, después de una escala en Inagua, se aproximaban a las Playitas de Cajobabo. La guerra —otra— había empezado hacía un mes y dieciocho días, el 24 de febrero de 1895, y la cúpula del Partido Revolucionario quería estar en el terreno liderándola. Para José Martí, que no tenía ninguna experiencia bélica, que no había participado en la guerra de los Diez Años ni en la guerra Chiquita, esta aventura estaba lejos de ser un levantamiento independentista más. Era otra cosa. El destino que había invocado para sí mismo en sus versos.

«¡Oh, qué dulce es morir cuando se muere / luchando audaz por defender la patria!».[1] Con esas líneas terminaba Abdala, su primera obra, un poema dramático de 1869. Desde entonces parecía saber cómo sería su encuentro con la muerte, a juzgar por su poesía, llena de vetas mórbidas y luctuosas. El mal de siglo, ese coletazo romántico que amargó el alma y afinó la pluma de los poetas modernistas, borboteó en cada uno de sus versos. Pero a diferencia de José Asunción Silva, Manuel Gutiérrez Nájera, Amado Nervo o Julián del Casal, Martí no iba a consumirse en sus penas ni a rechazar el compromiso con el mundo. Su muerte tendría sentido; su muerte impulsaría la más urgente de las causas, la última de las independencias, la de Cuba. Martí iba a dar la vida por la libertad de su patria.

Bisagra entre dos periodos históricos y entre dos sensibilidades, el cubano fue el último romántico y el primer modernista: el último poeta que luchó contra España en una guerra de independencia, y el primero que expresó las vacilaciones existenciales que moldearían la sensibilidad de la siguiente generación; el último en enfrentarse al colonialismo español, y el primero en advertir que la nueva amenaza para América Latina sería el imperialismo estadounidense.

Lo vio claramente, porque después de una juventud azarosa marcada por la cárcel, los trabajos forzados y dos destierros, Martí acabó viviendo durante largos años en Nueva York. Entre 1880 y 1895, trabajando como periodista y escribiendo los poemas que lo harían inmortal, pudo ver de cerca, casi palparlo, el avance del imperialismo yanqui y sus no tan secretas ambiciones sobre el Caribe. En Nueva York también descubrió lo que de admirable tenía Estados Unidos. Aquel inmenso país, dijo, era «lo más grande de cuanto erigió jamás la libertad»,[2] pero también se dio cuenta de que

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