El cine que nos abrió los ojos

Jaume Figueras
Gemma Nierga

Fragmento

EL PRIMER AMOR

GEMMA: Grease es sin duda la película de mi adolescencia. La vi en 1978. Mis padres me dejaron ir sola al cine por primera vez con mi prima Carmeta. No sabía qué iba a ver y no podía imaginar que muchas de las canciones de Grease pasarían a formar parte de la banda sonora de mi vida y de la de mis amigos… No sabíamos inglés, pero las cantábamos como si nos fuera la vida. El tema del clímax del filme, «You’re The One That I Want» (Tú eres lo que yo quiero), empieza con John Travolta cantándole a una Olivia Newton-John sensacional, enfundada en un vestido de cuero negro: «I got chills / They’re multiplying» (Siento escalofríos / Se están multiplicando), que en nuestra voz sonaba más o menos como «Igachú, tumachdecuaia», pero no nos importaba y era divertidísimo…

JAUME: Y ahora están haciendo sesiones de karaoke para que la gente cante las canciones en directo.

GEMMA: Cuando acabó la proyección me dolía el pecho, porque, a pesar de que yo me lo pasaba muy bien en la escuela, mi vida no era exactamente como la vida en la escuela Rydell de Grease. En las Escolàpies no había Rizzo ni Sandy ni Danny Zuko… porque éramos todo chicas. Y recuerdo el personaje de Rizzo, que interpretaba Stockard Channing, que era la chica fuerte, valiente, decidida, aquella amiga que te gusta tener cerca. Al acabar la proyección, yo sentía un dolor, una presión que me impedía respirar y, como soy un poco dramática, cuando llegué a casa le dije a mi madre que quizá era algo grave aquel dolor en el pecho. En aquel momento no averiguamos qué me pasaba. Años más tarde he descubierto que lo que tenía es que me había enamorado por primera vez, porque este dolor en el pecho es exactamente lo que yo he sentido cuando me he enamorado de verdad. Me enamoré del amor, del enamoramiento. Tenía trece años y me gustó mucho aquella sensación, aquel entusiasmo que me ahogaba: el amor, la emoción, la ternura.

El personaje de Rizzo en Grease, interpretado por Stockard Channing, fue responsable de que la película no fuera para todos los públicos: una estudiante embarazada, ¡aunque fuera la mayor de todo el reparto! ¡Treinta y cuatro años y todavía en el instituto! Su obsesión por parecerse a Elizabeth Taylor la hizo pasar compulsivamente por innumerables operaciones de estética.

(Foto de Paramount Pictures/Fotos International/Getty Images.)

JAUME: Te enamoraste de un concepto y no de Travolta y de Sandy. Los personajes, de todos modos, aunque fueran en un instituto eran un poco mayores que tú. Olivia Newton-John, por ejemplo, tenía ya treinta años. A mí me habría sido difícil identificarme con ellos.

GEMMA: Yo, en aquel momento, no me di cuenta de esto. Sí que me di cuenta de que Grease no era para mi edad, que estaba viendo cosas de mayores.

JAUME: La cosa prohibida.

GEMMA: Sí, había un embarazo porque se rompía un preservativo. Entonces creo que no lo entendí, pero pensaba que había sido muy atrevido haber ido al cine con mi prima, las dos solas.

YO QUERÍA SER PSIQUIATRA

JAUME: Mis recuerdos más precoces son de películas muy adultas. La primera que vi es Recuerda, en el cine Florida, un cine con una platea enorme, y al lado izquierdo había un pasillo ancho que llevaba a los lavabos. Como daban un programa doble, la gente iba al baño y fumaba en aquel pasillo, y yo en mi ingenuidad —tenía siete u ocho años— pensaba que eran los actores de la película, que salían de la pantalla, iban a dar una vuelta y volvían a actuar. En la película de Hitchcock, Gregory Peck era un paciente de un centro psiquiátrico que tenía unos traumas indescifrables, e Ingrid Bergman era la doctora que tenía que descubrir el problema. Hitchcock le puso gafas a Bergman para que pareciera más respetable, y ella iba averiguando qué pasaba por la mente de Gregory Peck, pero, ¡oh, sorpresa!, se enamoraban con una sola mirada. Y con aquella película descubrí de muy pequeño que yo quería ser psiquiatra para entender un poco los líos de mi familia. Ahora ya se puede contar. Mi madre y su hermana, mi tía, que era soltera, eran un poco como las protagonistas de ¿Qué fue de Baby Jane? Mi tía soltera tenía cierta envidia de mi madre, que estaba casada, tenía un hijo, que era yo, y, aparentemente, poseía un estatus. Por suerte, mi tía solterona se acabó casando a los cincuenta y ocho años con un viudo y su actitud cambió completamente. Mi tía fue feliz ocho años, porque el viudo no le duró mucho.

Los misterios del subconsciente: Ingrid Bergman, psiquiatra; Gregory Peck, paciente, en Recuerda (1945), de Alfred Hitchcock.

(Foto de Madison Lacy/John Kobal Foundation/Getty Images.)

GEMMA: Dicen que la vida la tenemos que contar por los años que hemos sido felices.

JAUME: Exactamente. Fue tan feliz y tuvo tal disgusto con la muerte de su marido que le salió un herpes zóster, que, como sabes, a veces se produce por los nervios.

GEMMA: ¿Así que tú querías ser psiquiatra para entender a tu familia?

JAUME: Sí, en mi adolescencia. Cuando lo intenté me dijeron que tenía que hacer siete cursos de medicina general y dije que quizá no me interesaba mucho saber cómo funcionaba el páncreas para llegar a la mente humana. Y lo dejé. Ahora bien, a raíz de películas como Recuerda, de jovencito iba a la biblioteca a buscar La interpretación de los sueños de Sigmund Freud. Yo era un freudiano total… pero no me he psicoanalizado nunca.

EL AMOR EN LA DISTANCIA

JAUME: Mis padres trabajaban los fines de semana porque la lechería que tenían les obligaba a trabajar, sobre todo los domingos. Los laborables podían ir al cine e íbamos con el coche, el Fiat 1100 de segunda mano, y aparcábamos en la puerta del Montecarlo o del Windsor. Además, en la lechería teníamos publicidad del cine Goya y, a cambio, nos daban dos entradas. Iba todas las semanas. Cuando tenía diez o doce años vi Carta de una desconocida, basada en la famosa novela de Stefan Zweig, con Joan Fontaine y Louis Jourdan. Es un largo flashback de una mujer muy enferma en un hospital que escribe a un hombre y le explica que a los catorce años era su vecina en Viena. «Tú eras pianista y yo te admiraba a distancia», le dice. Y cómo, de una relación de una noche entre los dos, había nacido un hijo. No se habían vuelto a ver nunca más hasta un día en la ópera de Viena, él convertido en un pianista famoso y ella casada con un aristócrata. Y yo no podía entender cómo una mujer podía tener un hijo si no estaba casada ni tenía pareja. El drama se remataba con una epidemia de peste que provocaba la muerte del niño y ella acababa ingresad

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