Del amanecer a la decadencia

Jacques Barzun

Fragmento

Nota del autor

NOTA DEL AUTOR

No hay más que dirigir la vista a los números para saber que el S. XX ha llegado a su fin. Pero hace falta una mirada más ancha y más profunda para ver que la cultura occidental de los últimos 500 años está finalizando al mismo tiempo. Convencido de que es así, he considerado que éste es el momento oportuno para hacer repaso de la secuencia de grandes logros y lamentables fracasos de nuestro medio milenio.

Este quehacer me ha dado también oportunidad para describir como testigo ocular, pensando en cualquier posteridad interesada, algunos aspectos de la presente decadencia que pudieran haber pasado inadvertidos, y mostrar su relación con otros generalmente reconocidos. Pero predomina lo grato y lo positivo: este libro es para personas que gusten de leer sobre arte y pensamiento, costumbres, moral y religión, y sobre el entorno social en que se han desarrollado y se desarrollan estas actividades. He supuesto que esta clase de lector prefiere un discurso selectivo y crítico antes que neutral y enciclopédico. Y conjeturando otra vez sobre sus preferencias, he intentado escribir como si hablara, con un mínimo toque de pedantería aquí y allá para demostrar que entiendo los gustos modernos.

Debido a que el plan de este trabajo es nuevo, y por ello distinto a otras historias excelentes que podría mencionar, se ha atendido con especial esmero al orden de las partes. En la historia cultural los vínculos son de importancia esencial, porque la cultura es una urdimbre de muchas hebras; ninguna se ha hilado sola, ni se ha interrumpido en una fecha determinada, de una guerra o un régimen determinado. Los acontecimientos de los que suele decirse que marcan alguna novedad en el pensamiento o un cambio de dirección en la cultura son señales enfáticas, no muros fronterizos. He punteado el curso de mi narración con hechos de esta índole, pero las divisiones no dependen de ellas. Más bien los capítulos se sugieren a sí mismos después de haber reconsiderado un pasado determinado para hallar pautas claras en él. Las divisiones de este libro están enmarcadas por cuatro grandes revoluciones —la religiosa, la monárquica, la liberal y la social, separadas entre sí por cien años aproximadamente— cuyos fines y pasiones gobiernan aún nuestro espíritu y nuestra conducta.

***

En el transcurso de la elaboración de este libro mis amigos y colegas me preguntaban con frecuencia cuánto tiempo había dedicado a su preparación. Mi única respuesta posible era: toda una vida. Mis estudios de diferentes periodos y figuras, que comenzaron a fines de la década de 1920, me fueron desvelando perspectivas inesperadas y me sugirieron conclusiones que divergían de una serie de juicios aceptados. Tras nuevos estudios y la revisión de lo que había publicado, me pareció posible configurar mis deducciones en un relato continuo. En él, como se verá, emergen de la oscuridad figuras que merecen ser conocidas y aparecen nuevos rasgos en otras. Hay ideas conocidas que son reconsideradas, particularmente las ideas hoy en boga sobre el punto del pasado de donde provienen nuestros actuales méritos y dificultades.

Supongo que el lector no siempre se sentirá agradecido. A nadie le gusta que se disputen opiniones arraigadas, y menos aún que le presenten buenas razones a favor de un principio o una política un día vigentes y hoy universalmente condenados; el derecho divino de los reyes o las persecuciones religiosas, por ejemplo. Nuestra época es tan tolerante, de mentalidad tan abierta y tan reacia a la violencia y sus ideologías que encontrar una defensa del talante del s. XVI o el XVII no puede por menos que afrentar a los justos. Pero sin exponerme a este disgusto, no estaría completo el entendimiento de nuestros modernos pensamiento y virtudes.

No es que yo esté a favor de los soberanos o de las persecuciones, o de cualquier otro mal supuestamente superado. Cito estos ejemplos para dar a entender que no he considerado prejuicios actuales. Me basta con atender a los míos, dado que aspiro al distanciamiento y la empatía del historiador. Porque si, como dijo Ranke, todo periodo está justificado a ojos de Dios, merece al menos alguna simpatía a ojos del Hombre[*].

La pretensión de distanciamiento no tiene por qué plantear la cuestión de la objetividad. Es inútil pérdida de tiempo señalar que todo observador es en cierto modo parcial. No se sigue de ello que no sea posible guardarse de esta parcialidad, ni que toda parcialidad deforme por igual, o que una parcialidad contenida sea tan perniciosa como la propaganda. Al tratar sobre las artes, por ejemplo, estás siendo «objetivo» cuando detectas tus propios puntos ciegos, primer paso hacia el distanciamiento. El segundo es abstenerse de menospreciar aquello que no nos conmueve. Uno tiene, por ello, el deber de hablar sobre los juicios bien informados de los demás.

Puesto que ciertos acontecimientos y figuras de nuestro prolongado pasado se me antojan diferentes de como han parecido anteriormente, en ocasiones he de hablar en nombre propio y ofrecer razones que justifiquen la herejía. Sólo me cabe esperar que este sentido de mi responsabilidad no tiente a algún crítico a calificar este trabajo de «libro muy personal». Yo les preguntaría ¿qué libro cuya lectura merezca la pena no lo es? Si Henry Adams fuera un remedo de Gibbon, no apreciaríamos mucho el pastiche.

Sobre esta cuestión de la personalidad, William James concluía después de meditarlo que los filósofos no nos dan transcripciones sino visiones del mundo. De modo similar, los historiadores dan visiones del pasado. Las buenas no son simplemente plausibles; descansan sobre una base sólida de hechos que nadie disputa. En los hechos no hay nada personal, pero sí lo hay en la elección y asociación de los mismos. Es mediante esta formación de pautas y el significado que se les adscribe como se transmite dicha visión. Y esto es, en todo caso, lo que cada historiador añade al conocimiento general. Si leemos a más de un historiador hay bastantes probabilidades de que nos aproximemos cada vez más a la verdadera complejidad de los hechos. El que desee una versión absoluta de lo sucedido tiene que acceder a la mente de Dios.

Hablando de significados, debo añadir unas palabras sobre los recursos y símbolos utilizados en este texto; y para empezar, sobre la función de las citas que aparecen en los márgenes. Tienen la finalidad de ofrecer «el ser y voz verdaderos» de los personajes del drama histórico. En cuanto a su forma, estos fragmentos recuerdan a los conocidos «recuadros» de las revistas: frases extraídas del artículo para atraer al lector. En este libro no son «recuadros» sino «inserciones». Su introducción sin preámbulo contribuye a abreviar el texto al prescin

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