La contadora de películas

Hernán Rivera Letelier

Fragmento

Contents
Índice
Portadilla
Índice
Dedicatoria
Cita
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Créditos
01_Contadora_peliculas

A Claudio Labarca, el Oso,

que tenía un primo contador de películas.

02_Contadora_peliculas

«Estamos hechos del mismo material de los sueños.»

SHAKESPEARE

«Estamos hechos del mismo material de las películas.»

HADA DELCINE

03_Contadora_peliculas

1.

Como en casa el dinero andaba a caballo y nosotros a pie, cuando a la Oficina llegaba una película que a mi padre —sólo por el nombre del actor o de la actriz principal— le parecía buena, se juntaban las monedas una a una, lo justo para un boleto, y me mandaban a mí a verla.

Después, al llegar del cine, tenía que contársela a la familia reunida en pleno en la pieza del living.

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2.

Era lindo, después de ver la película, encontrar a mi padre y a mis hermanos esperándome ansiosos en casa, sentados en hilera como en el cine, recién peinaditos y cambiados de ropa.

Mi padre, con una manta boliviana sobre sus piernas, ocupaba el único sillón que teníamos, y ésa era la platea. En el piso, a un costado del sillón, relumbraba su botella de vino rojo y el único vaso que quedaba en casa. La galería era esa banca larga, de madera bruta, en donde mis hermanos se acomodaban ordenadamente, de menor a mayor. Después, cuando algunos de sus amigos comenzaron a asomarse por la ventana, eso se convirtió en el balcón.

Yo llegaba del cine, me tomaba una taza de té rapidito (que ya me tenían preparada) y comenzaba mi función. De pie ante ellos, de espalda a la pared pintada a la cal, blanca como la pantalla del cine, me ponía a contarles la película «de pe a pa», como decía mi padre, tratando de no olvidar ningún detalle, ni del argumento, ni de los diálogos, ni de los personajes.

Por cierto, aquí debo aclarar que no me mandaban a mí al cine por ser la única mujer de la familia y ellos —mi padre y mis hermanos— unos caballeros con las damas. No, señor. Me mandaban porque yo era mejor que todos ellos contando películas. Como se oye: la mejor contadora de películas de la familia. Luego, pasé a ser la mejor de la corrida y al poco tiempo la mejor del campamento. Que yo supiera, no había nadie en la Oficina que me ganara contando películas. De cualquier tipo: de cowboys, de terror, de guerra, de marcianos, de amor. Y, por supuesto, mexicanas, que a mi papá, como buen sureño, eran las que más le gustaban.

Y fue justamente con una mexicana, de esas bien cantadas y lloradas, que me gané el título. Porque el título hubo que ganárselo.

¿O creen que fui elegida por mi talle?

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