Otra Luz

Alfred García

Fragmento

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Prólogo

De todas las definiciones que se han hecho sobre el genio, me quedo con la del escritor y director de cine alemán Alexander Kluge: «Genio es la capacidad de obligarse a un esfuerzo constante». Esta ha sido la gran baza de Alfred, un chico joven e inspirado que ha dedicado toda su vida a la música. Le conozco desde que nació y recuerdo cuando era pequeño y prefería tocar el piano de mi hija que jugar con los muñequitos que le ofrecía. Diré más, desde el primer día que se sentó al piano todas las notas fueron melódicas.

Universitario brillante, alumno veterano del Taller de Músics de Barcelona, miembro de la Filarmónica del Prat, y generador de infinidad de grupos de jazz y de pop, Alfred nació para la música, por no decir que él es la música. No ha tenido apenas novias porque es un hombre casado con la música: todo depende de ella y el resto son atracciones fútiles. En este mismo teclado donde redacto unas líneas recuerdo las horas en que transcribíamos poemas o él consultaba escritores, desde los poetas del Barroco sevillano a infinidad de ensayistas, entre ellos su última adquisición: Cioran, el pensador que cada tarde coincidía con el inigualable Serge Gainsbourg en el mismo bar de París.

En mi casa, rodeado de unos cincuenta mil discos y libros, Alfred es feliz. Aquí se fraguó este primer libro que tenéis entre las manos. Algunas tardes, ya cansados, caminábamos por las viejas calles de Vallcarca, por los caminos del Parque Güell o de la Creueta del Coll. A veces, nos interrumpían algunos de sus seguidores, muchas chicas y muchos niños también. Invariablemente la foto de rigor y a continuación a seguir el divague. Alfred siempre con ideas sobre la creación en la cabeza me recordaba el personaje de un Kluge que dirigió sus grandes películas a finales de la década de 1960, la misma que él adora: la que vio surgir los Beatles, los Stones, Bowie, Dylan, los Jackson, Leonard Cohen y tantos otros.

Con paciencia y determinación, Alfred ha sabido conjurar el éxito recordando cuando solo cuatro incondicionales íbamos a sus conciertos o cuando la gente le aplaudía a rabiar al interpretar con su trombón y cantar algunas estrofas del «New York, New York», que popularizaron Liza Minnelli y Frank Sinatra. O la valentía de asumir el «Georgia on my Mind» de Ray Charles, «la vieja y dulce canción» que también cantó Richard Manuel mientras literalmente quedaba hecho añicos. Alfred siempre al lado de los gigantes, emborrachándose tan solo de arte, mirando un lienzo o por las esquinas de las bibliotecas desterrando viejos vinilos donde recoger ideas: lo mismo que hacía Dylan cuando llegó a la bohemia del Greenwich Village neoyorquino en 1961.

Los que le conocéis y cantáis sus temas en los conciertos, que no para de ofrecer en esta gira interminable, sabéis de lo que hablo. Muchos días actúa por convicción, pero, como buen músico de jazz, sabe que la improvisación lo es todo en la vida, más para un individuo tan intuitivo como él. Los poemas, canciones, aforismos y epigramas que encontraréis a continuación son los mismos que inspiran sus temas musicales: a veces, a partir de unas notas que le bailan por la cabeza y le indisponen sin saber por qué; en otras ocasiones, cuando tiene la certeza de que está a punto de parir. No os quiero dar coordenadas sobre el personaje —cada uno es libre de tener su propia impresión—, solo apuntar de nuevo su autenticidad, su talento de raza, la necesidad de amar a ese aliado del genio que os apuntaba al inicio. No sé por dónde andará mi querido Alfred. Le veo cuando vuelve de sus conciertos y las guitarras ya me insisten en que lo necesitan, desde las eléctricas o la vieja guitarra española de su tía Jana, que desenterramos de un armario y que ha sido su compañera fiel en el sofá de Vallcarca, donde tantas tardes hemos reído y escuchado sus almas gemelas con la seguridad que siempre quedan nuevas cosas por decir…

David Castillo, periodista, escritor y biógrafo de Dylan

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Objetivos

Veo objetivos detrás del cristal,

objetivos en mi cabeza,

de larga distancia,

objetivos que no alcanzan miradas,

miradas con largos objetivos.

Objetivos,

objetivos,

objetivos

y yo sin objetivo,

solo yo

capturo en silencio

el objetivo

de las horas muertas.

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Homenaje

Te sello las manos,

el gato encerrado

y yo sin saberlo.

Me miras de lado,

canto lo que sabemos,

te canto lo que no sabes,

te lo canto todo,

hasta lo prohibido

te canto,

corto y cambio,

dejo la guitarra,

respira madera ahogada,

ahogada como yo,

como el desorden de tus letras,

como tu zona virginal,

como tus cuerdas

en desorden total.

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