En Dile a Marie que la quiero hay muchos personajes y tramas secundarias que me han parecido muy bien entrelazadas. Al principio, temí que el libro pudiera quedarse en un compendio de relatos sobre personajes que viven en la Francia de la Segunda Guerra Mundial, cada uno con muy diferentes circunstancias personales y opiniones variadas al respecto. Sin embargo, todas las historias quedan entramadas perfectamente con la vida de Marie y sus padres, convirtiéndose en una novela muy coral en la que cada uno de ellos aporta su granito de arena.Pensaba también en un libro de relatos porque Jacinto Rey nos presenta la historia con un estilo muy cercano al del cuento, tocando la fibra en más de una ocasión, pero sin buscar el dramatismo. La historia de Marie es un drama: por su contexto histórico y familiar, por las personas con las que le toca convivir, por los malvados contra los que debe ser protegida
Pero en más de una ocasión se le quita hierro al asunto enfocando las palabras en detalles más optimistas y permitiendo ver una luz al final de ese oscuro túnel que fue el holocausto.Esa luz viene en forma normalmente de unos personajes encantadores que van ayudando a los protagonistas de la historia. Tenemos por ejemplo a Paul Chevalier, la mismísima imagen del héroe, la perseverancia y la justicia que lleva también en sus espaldas el peso de una venganza personal; el cartero Robert y su vecina Maiwen, que me robaron el alma con su sencilla historia y que han conseguido que piense en ellos al acabar la novela como quien se acuerda de unos amigos que hace tiempo que no ve y espera que las cosas les estén yendo bien; la maestra de la niña,madame Rosier, forzada como Mathilde a luchar contra el antisemitismo sin ser judía para salvar a Marie de su injusta situación, o el ex prometido de Mathilde, Dieter, que al principio puede parecer un pelele cualquiera pero que a mí al menos me ha enamorado con sus actos.Así como hay buenos muy buenos, en una novela de estas características no pueden faltar los malos muy malos. Hace poco, en una presentación de un libro, escuché a Ken Follet reivindicar la importancia de unos personajes malísimos a los que la gente odie porque ayudan a hacer avanzar la trama, ponen en situaciones complicadas a los protagonistas y hace que los personajes buenos brillen con más luz. En esta historia ese rol lo cumple a la perfección Henri Vancelle, un vecino de Paul que aprovechará la guerra para sacar de dentro todo lo oscuro que tiene y cuya vida también se acabará cruzando con la de Mathilde. Pero no es el único. En la novela se describen otros malos mucho más diluidos y realistas pero no por ello menos egoístas y crueles. Me refiero a los chivatos, a los ambiciosos y a los pusilánimes que se quedan sin hacer nada cuando tienen en su mano el poder de cambiar las cosas.Jacinto Rey nació en Vigo en 1972 y estudió Ciencias Económicas entre España e Inglaterra. En las dos últimas décadas ha vivido y trabajado en Alemania y Francia, algo que le habrá servido y mucho para la documentación de su sexta novela, Dile a Marie que la quiero. Antes de introducirse en el tema de la Segunda Guerra Mundial, Rey ha escrito sobre la colonización española en América del Sur en El cirujano de las Indias y también ha hecho su incursión en el género policíaco con la trilogía de la inspectora holandesa Cristina Molen.Por cómo está narrado, entiendo la comparación de Dile a Marie que la quiero con La ladrona de libros, que también se basa en la vida de una niña en el contexto de la Segunda Guerra Mundial pero sin entrar en el campo de batalla. En esta ocasión la pequeña Marie apenas cuenta con 4 años y es ella la que debe ser protegida en vez de ser la salvadora de alguien como Liesel, pero comparte con ella la visión inocente con la que observa el momento histórico que le toca protagonizar, sin comprender muy bien lo que le está tocando vivir en ese momento. Por otro lado, la forma de narrar es bastante similar en ambas novelas: aunque en esta ocasión el narrador no sea la Muerte, sí que tenemos una voz omnisciente que en algunos momentos da la impresión de tener con ellos una relación más cercana de lo que sería un narrador tradicional. Dile a Marie que la quiero se estructura en capítulos cortos, y cada uno cuenta con un claro protagonista, saltando continuamente de una historia a otra, de un tiempo a otro, hasta que llega a haber algunos capítulos en los que no sabes de quién está hablando hasta el final.Como ya he dicho, cada personaje tiene su propio bagaje. Nunca te quedas sin saber por qué alguien actúa de una determinada manera o sin sentido. De una forma sorprendentemente sintética, el autor nos transporta a esa época, nos describe cómo vivían y pensaban los personajes, hasta conseguir que te los creas. Sin duda, hay un gran trabajo de documentación sobre el contexto histórico y geográfico, porque aparecen detalles cotidianos (olores, recuerdos, sentimientos, rincones, canciones) que nos ayudan a vivir con ellos sus historias, aunque estemos separados por kilómetros y años.Lo que más me ha gustado sin duda alguna, aparte de la gran galería de personajes y subtramas, es que haya personas dispuestas a arriesgar su vida por salvar la de una niña a la que apenas conocen pero en quien piensan como un símbolo de la inocencia, la bondad y la civilización, en contraposición al pensamiento nazi. No se rinden, no dan por perdida la guerra y luchan cada batalla. El final, que puede intuirse desde el primer capítulo, no es el más feliz de todos (ninguna guerra tiene final feliz, ni para vencedores ni para vencidos), pero a mí me resulta esperanzador, aunque haya alguna baja que considero innecesaria.En cualquier caso, me he encontrado una novela muy redonda y me ha parecido un gustazo leer sobre la Segunda Guerra Mundial desde un punto de vista alejado del campo de batalla.
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