Cartas de las mujeres que aman demasiado

Robin Norwood

Fragmento

cap-2

PRÓLOGO

“¿Y bien, piensas escribir otro libro?” Comenzaron a hacerme esta pregunta desde el momento en que terminé Las mujeres que aman demasiado, y mi reacción era siempre la misma. Me sentía como una flamante madre, agotada, tendida en la cama, tratando de recuperarme de un largo y difícil trabajo de parto, mientras las visitas me preguntaban alegremente: “¿Y bien, piensas tener otro bebé?” En cierto modo, la pregunta misma parecía subestimar en gran medida la magnitud del esfuerzo último y, por lo general, yo les respondía con cierto enfado, tal vez como lo haría esa madre imaginaria: “¡Por ahora, ni siquiera quiero pensar en eso!”. En el fondo, estaba segura de que nada me haría volver a pasar por ese doloroso proceso de alumbramiento.

Sin embargo, las semillas de las cuales nacería este libro se sembraron con la primera carta que recibí en respuesta a Las mujeres que aman demasiado. Aún antes de su fecha oficial de publicación, alguien encontró el libro, lo leyó y se conmovió lo suficiente para escribirme. Transcribo a continuación su carta completa:

Estimada señora Norwood:

Nunca en mi vida me conmovió tanto un libro como para decidirme a escribir a su autor.

Encontré y descubrí su libró inesperadamente, mientras buscaba textos comerciales que me ayudaran en mi nueva vida. Debo decirle que su obra me afectó tan profundamente que estoy segura de que fue la clave que me alentó a tomar una dirección totalmente positiva luego de tantos años de incesante dolor y confusión. Hubo veces en las que tuve la impresión de que el libro había sido escrito exclusivamente para mí. Recuerdo que una noche estaba sentada en el suelo de la cocina, deteniéndome en cada página; de a ratos, tenía que cerrar el libro y dejarlo a un lado hasta que se me pasaran los accesos de llanto. ¡Dios la bendiga por su claridad, sensibilidad, elocuencia y, más que nada, por su decisión de escribirlo! Estuve casada con un hombre muy poderoso, y tuve que dejarlo para conservar la vida... aunque él me amaba a su manera. Ahora comprendo, gracias a su talento, muchas cosas que antes no entendía.

Beth B.

Mientras leía esta carta, lloré. El alumbramiento de Las mujeres que aman demasiado me había llevado tres años y mucho sacrificio, pero supe que habían valido la pena. Durante la gestación del libro, había tenido muchas discusiones con personas que conocían el negocio editorial mucho mejor que yo. Ellas insistían en que, para que se vendiera, el libro tendría que ser más positivo, menos depresivo, y contener menos énfasis en la adicción. Pero yo estaba decidida a describir cómo habían sido las cosas realmente para mis pacientes, mis amigas, y para mí misma en nuestra lucha con los hombres de nuestra vida. Mi objetivo era demostrar la frecuencia con la cual la adicción y la coadicción aparecían en tantas de nuestras historias y, por otra parte, clarificar lo peligroso que era para nosotras continuar esa forma insalubre de vivir y de relacionarnos con los hombres. Además, quería destacar el enorme trabajo que nos esperaba cuando decidíamos cambiar esos modelos de vida. Dado que traté de describir fielmente la vida, a menudo muy dolorosa, de las mujeres que aman demasiado, mi libro no resultó ser el libro de autoayuda ligero y fácil de leer que algunos esperaban; pero fue el libro que yo quería escribir.

Después de leer esa primera carta de Beth B., supe que Las mujeres que aman demasiado había sido de valor al menos para una persona. Pero en la carta de Beth había, además, algo específico que me conmovió, fuera del hecho de que Las mujeres... estaba cumpliendo su propósito. Al igual que Beth B., yo había conocido muy bien esa experiencia de sentarse en el suelo llorando de dolor, de alivio y gratitud porque otra mujer había descrito sinceramente su lucha: una lucha muy semejante a la mía.

En mi caso, esa experiencia se produjo a comienzos de la década del ‘70, después de leer un artículo en una revista, cuya autora describía cómo era ser mujer en esta cultura: despertar y, finalmente, permitirse ver y oír las muchas maneras en que se insulta a las mujeres como clase. Al leer las palabras de esa autora supe, casi con asombro, que ya no estaba sola. Hablaba profunda y verdaderamente de mi propia necesidad de no tomar conciencia y no despertar a fin de evitar el dolor, la ira y la humillación que forman parte del simple hecho de ser mujer en una sociedad dominada por los hombres.

Sin embargo, esa decisión de pasar por alto tantas de mis experiencias y reacciones había tenido un precio muy alto, y la autora de ese artículo apelaba a mi latente deseo de despertar por completo, de ver, oír y sentir todo lo que me ocurría, y de dejar de participar en silencio en mi propia degradación. Lo que era verdad para ella lo era también para mí, y a través de su ejemplo pude liberar los sentimientos que antes mantuviera ocultos, incluso para mí misma. La verdad de esa mujer me ayudó a volverme más grande, más valiente y más adulta.

Ahora, al leer la carta de Beth, más de una década después, recordé vívidamente aquella metamorfosis en especial. Las mujeres... había conmovido a otra mujer con la misma profundidad con que me había conmovido a mí una vez, y ahora ella compartía esa experiencia conmigo. Un círculo cada vez más amplio, profundo y brillante se había creado entre nosotras.

Esa carta fue la primera de lo que, poco después, llegaría a ser una avalancha de impresiones sobre el libro. Por teléfono, (hasta que, debido a la inmensa cantidad de llamadas, la necesidad de conseguir un número que no figurara en la guía se hizo inevitable) y por carta, las mujeres, y algunos hombres también, querían ponerse en contacto, hablar de lo que el libro había significado para ellos. Querían relatar sus experiencias personales y, con mucha frecuencia, expresar su agradecimiento. Pero muchos también querían respuestas a preguntas específicas o tenían problemas que, creían, no habían sido tratados en el libro.

Estas preguntas eran importantes. A algunas, las había oído una y otra vez durante mi carrera en el área de la adicción. Otras surgían específicamente en respuesta a cuestiones analizadas en Las mujeres... y se planteaban repetidas veces no sólo en las cartas sino también durante las conferencias y los talleres que yo dictaba. A medida que las cartas comenzaron a apilarse, ya no sólo sobre mi escritorio, sino sobre casi todas las superficies planas de la casa, y que la demanda de respuestas era cada vez mayor, comencé a buscar una manera más eficaz, aunque sin dejar de ser personal, de responder a todos. Si bien el factor tiempo y la inmensa cantidad de cartas lo hacía imposible, ansiaba responder cada una en detalle, desde mi propia perspectiva de mujer que ha amado demasiado, que, por cierto, ha sido adicta a las relaciones la mayor parte de su vida y, además, desde mi perspectiva de terapeuta con muchos años de experiencia en relación con la adicción y su recuperación.

Sin embargo, también sabía que las personas que enviaban esas cartas necesitaban mucho más que una carta mía. Se necesitaban las unas a las otras. Esas mujeres y esos hombres que compartían tantas cosas conmigo necesitaban oír las historias de los demás, descubrir juntos cómo la enfermedad de la adicción a las relaciones había funcionado en su vida.

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