El hombre que estaba rodeado de psicópatas

Thomas Erikson

Fragmento

cap-1

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Nuestra sociedad está dirigida por personas

locas por insanos objetivos. Creo que estamos

siendo manejados por maníacos para fines

maníacos y creo que es posible que me consideren

loco por decir esto. Es la última locura.

JOHN LENNON

Imagínate que una persona muy atractiva del sexo de tu preferencia se sienta delante de ti y te dice sonriendo: «¡Eres la persona más maravillosa que he conocido nunca!» Tú notas directamente que no es una broma, que esa persona lo dice en serio. Él (o ella) te pregunta cosas sobre ti, quiere saberlo todo. No habla en absoluto de sí mismo y se comporta como si vosotros dos estuvieseis solos en la sala. Se centra en ti como persona y hace que te sientas bien, mucho mejor de lo que te has sentido nunca. La persona en cuestión expresa su admiración hacia ti, solo dice cosas agradables y expresa sentimientos de la índole que tú has deseado oír toda tu vida. Parece que entiende exactamente quién eres, cómo eres, qué te gusta y qué no te gusta. Parece que finalmente has encontrado a tu alma gemela. Extrañamente, te llega al corazón de una forma que no te había ocurrido antes.

¿Puedes visualizarlo delante de ti? ¿Puedes sentirlo en tu interior? ¿No sería maravilloso?

Ahora, la pregunta: ¿puedes mirarte en el espejo y decir honradamente que a ti eso no te afectaría? ¿Crees que estás por encima de semejantes argucias románticas y que enseguida empezarías a sospechar y a entender que lo que esa persona está buscando realmente es algo bien distinto? Si no tu cuerpo, entonces probablemente tu dinero.

Piénsalo detenidamente antes de contestar. Porque si no has estado nunca en una situación semejante, no verás el peligro. Esta persona te contará sus secretos, y él (o ella) conseguirá que reveles los tuyos. Tú responderás a todas sus preguntas interesadas cuyo único propósito es averiguar todo lo posible sobre ti.

Hace unos años escribí un libro titulado El hombre que estaba rodeado de idiotas. Cómo entender a aquellos que no podemos entender (Aguilar, 2017). Trataba de los aspectos básicos del lenguaje DISA (siglas del inglés dominance, influence, stability y analysis), una de las formas más habituales de describir la comunicación humana y las diferencias entre nuestros distintos comportamientos. El libro se convirtió en un éxito, algo que no esperaba. Creo que eso tiene que ver con el hecho de que hay muchas personas que, como yo, están fascinadas por el comportamiento, de otros claro está, pero sobre todo del suyo. Y habrá que admitirlo: ¡yo soy una persona interesante! Al menos para mí mismo.

La división que utilizo, tanto en este libro como en el anterior, está basada en las investigaciones de William Moulton Marston, y consta de cuatro categorías principales representadas con colores como soporte pedagógico para la memoria. Son los comportamientos rojo, amarillo, verde y azul. El rojo para la actitud dominante, el amarillo representa la inspiración, el verde la estabilidad y el azul la capacidad analítica. En los siguientes capítulos haré un recorrido de lo que significan en la práctica los diferentes colores. Esta herramienta se puede utilizar para saber cómo funcionan las personas pero, lógicamente, no da respuesta a todas las preguntas.

Las personas somos realmente demasiado complejas para que se nos pueda describir por completo, pero cuanto más se sabe, más fácil resulta ver las diferencias que, a pesar de todo, existen. Este método proporciona quizás el 80 por ciento de la totalidad del puzle. Es mucho, pero faltan piezas. Hay otros aspectos a los que hay que prestar atención: la perspectiva de género, la edad, las diferencias culturales, la motivación, la inteligencia, el interés, las experiencias de todo tipo; si uno es nuevo en el trabajo o un veterano con experiencia; el lugar que ocupas por edad entre los hermanos y muchos otros aspectos. Para simplificar, basta con constatar que el puzle está formado por muchas piezas.

Ahora vayamos al problema

Con el tiempo se ha comprobado que algunas personas deciden utilizar este conocimiento de forma incorrecta. Y esa no fue nunca mi intención. Por eso, ahora lo que quiero es ponerte en guardia ante esos individuos. Una pregunta frecuente que me han hecho en relación con el libro El hombre que estaba rodeado de idiotas es si uno puede tener todos los colores. «Yo tengo un poco de cada color», dicen algunos lectores en la larga lista de correos electrónicos que he recibido. Y, por supuesto, uno puede tener esa percepción. A veces reacciono como un rojo, a menudo como un amarillo y verde, pero en ciertas ocasiones soy sin duda azul. En realidad, la respuesta a esta pregunta es bastante sencilla: todos tenemos la capacidad de emplear el comportamiento que queremos, gracias a que somos seres inteligentes que podemos pensar por nosotros mismos. A medida que aumenta su propia percepción, una persona amarilla sabe cuándo es el momento de cerrar la boca y abrir los oídos. Y una persona verde puede aprender a decir lo que piensa aunque eso pueda acarrearle conflictos. Pero, básicamente, suelen ser dos los colores que predominan en un comportamiento.

Una experiencia desagradable

Aproximadamente un año después de la publicación de El hombre que estaba rodeado de idiotas ocurrió un acontecimiento extraño y desagradable. Un hombre joven se acercó a mí después de una conferencia que pronuncié en una universidad. El joven se plantó frente a mí, cara a cara, apartando como pudo a otras personas que querían acercarse a mí para hacerme alguna pregunta. Me miró fijamente y dijo que él no se reconocía en ninguno de los colores. Le pregunté qué quería decir, y dijo que nada de lo que yo había descrito encajaba con él. Insinuó que él era el quinto color. Además quería saber más sobre qué tenía que hacer para adaptarse a los otros colores. Quería saber cómo se conseguía, y su propia formulación fue interesante: quería saber cómo podía utilizar este conocimiento de la mejor manera posible.

De acuerdo.

Le di una respuesta estándar porque no tenía ninguna posibilidad de ponerme a analizarlo donde estábamos, y cuando se dio cuenta de que no iba a conseguir nada con sus afirmaciones, se hizo a un lado. Pero no abandonó la sala, sino que se alejó unos metros y se quedó observándome todo el tiempo hasta que yo recogí mis cosas.

Por cierto, ¿qué digo observándome? La verdad es que me miró fijamente de una forma casi descarada durante, quizá, diez minutos. Vi que se acercaban a él personas, lo saludaban y sonreían. Y él respondía cada vez con una sonrisa. Aunque en realidad lo que hacía no era sonreír. Fingía que sonreía. Torcía la cara haciendo una mueca extraña, una especie de simulación de una sonrisa. Algunas de las personas a las que sonrió reaccionaron, parecían extrañadas, mientras que otras no notaron nada raro. Y después de cada «sonrisa», el joven volvía a mirarme fijamente, serio y concentrado. Fue francamente desagradable.

¿A qué se refería realmente con «utilizar este conocimiento de la mejor manera posible?»

Me di cuenta de que aquel joven tenía razón en una cosa: el lenguaje DISA no encaja realmente con todos

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