El origen de tu angustia

Daniel Fernández

Fragmento

1
HABLAR DE LO QUE ANGUSTIA

Del mismo modo en que un cazador, para tener éxito en su cometido, debe saber acerca de su presa, así también nosotros debemos conocer sobre la angustia si pretendemos superarla. De ahí la importancia de comenzar este libro procurando arribar a algunos conceptos fundamentales.

Si nos remitimos al Diccionario de la Real Academia Española, hallaremos que la palabra “angustia” posee diversos significados: ‘aflicción, congoja, ansiedad’; ‘temor opresivo sin causa precisa’; ‘aprieto, situación apurada’; ‘sofoco, sensación de opresión en la región torácica o abdominal’; ‘dolor o sufrimiento’.

En efecto, a diferencia de lo que ocurre con la tristeza, la angustia se siente en el cuerpo. A veces, se manifiesta como una presión en las sienes; otras, pesa como una mochila sobre nuestros hombros o como un nudo que nos cierra la garganta; en la mayoría de los casos, se percibe como un hueco o vacío en el pecho, vacío que a su vez presiona como un yunque que, incluso, dificulta la respiración.

La angustia nos confunde, nos sofoca, nos obliga a perdernos en laberintos mentales por los cuales deambulamos intentando encontrar una solución. Y así, pensamos y pensamos, creemos que podremos hallar la punta del ovillo y desenredar la maraña de malestar que nos aprisiona. Pero tras pensar tanto, solo nos enredamos un poco más cuando solo queremos escapar, y nos sentimos exhaustos.

Más allá de la manifestación corporal —alguna de las descriptas u otra—, lo cierto es que la angustia denuncia con su presencia que algo en nuestra vida no está bien y que es preciso hallar una solución. Desde luego, lo que tengamos que hacer para conseguir alivio dependerá de la problemática de ese caso en particular. Sin embargo, como regla general, el primer paso a dar es la palabra.

En los orígenes del psicoanálisis, Sigmund Freud designaba a su tratamiento como “talking cure” (cura hablada). De hecho, su primera paciente, quien padecía de una histeria grave, acuñó dicho término. Ella decía que se aliviaba a partir de hablar. En efecto, hoy en día, la base de cualquier tratamiento psicoterapéutico es la palabra. Seguramente, tú habrás conocido a alguien que, tras haber sufrido un acontecimiento muy penoso, no hacía más que hablar de ello cada vez que te encontraba. Apenas si te dejaba introducir alguna palabra. O, tal vez, tú mismo padeciste una gran pena de la que no creías ser capaz de reponerte y tuviste la necesidad imperiosa de hablar con algún amigo o familiar. Sin duda, habrás sentido, al menos en parte, cierto grado de alivio. ¿A qué se debe esto?

Para responder la pregunta anterior, explicaré de modo muy sencillo cómo funciona nuestra mente, para lo cual simplificaré las cuestiones técnicas y los términos específicos. Nadie opera bien una máquina sin saber cómo funciona, así que te será útil conocer acerca del funcionamiento psíquico. Procura seguir paso a paso el razonamiento que plantearé a continuación.

Desde la concepción psicoanalítica, se considera que cuando un suceso resulta intolerable para nuestra capacidad consciente de soportarlo, actúa un mecanismo llamado represión, que relega dicho suceso al inconsciente. Es decir, esas escenas son reprimidas y, por lo tanto, olvidadas. El suceso traumático pudo haber sido una violación, un episodio sufrido durante una guerra, la noticia del fallecimiento repentino de un ser querido. No importa el qué. Si no somos capaces de soportarlo, es borrado de nuestra conciencia total o parcialmente. Sin embargo, eso que fue reprimido, eso que fue olvidado, eso que habita en nuestro inconsciente está desprovisto de la carga emocional que antes tenía. Solo fueron reprimidas las escenas del suceso, no el monto de preocupación, excitación, sufrimiento, ira, temor que lo acompaña. Tras reprimir las imágenes del hecho, la carga emocional queda liberada y deambula por el aparato psíquico transformada en angustia.

En algunos casos, la angustia —carga emocional antes liberada— se liga luego a un objeto del mundo externo, y se produce una neurosis fóbica. Ya sea que ese objeto sea un animal, una cosa, una circunstancia o un evento determinado, eso del exterior que se convierte en objeto fobígeno no es más que un sustituto de aquel suceso reprimido. En otros, la angustia se liga simbólicamente a un área del cuerpo, provocando síntomas físicos que no tienen una verdadera causa orgánica. Puede ser un dolor en determinada zona del cuerpo, ceguera, calambres, parálisis. Y se denomina histeria de conversión. También hay casos en que la angustia se liga al área mental. Es lo que ocurre con los neuróticos obsesivos, quienes rumian casi en forma constante, se sienten invadidos por ideas que les resultan extrañas y, además, realizan rituales que, a ellos mismos, les parecen absurdos.

Como recién se ha explicado, la angustia necesita enlazarse con algo. Incluso en los casos mencionados —neurosis fóbica, histérica y obsesiva—, nunca se enlaza del todo: un resto perdura. Pues bien, en consecuencia, el primer paso es ligar esa angustia a la palabra. Es decir, hablar de lo que angustia, de eso que nos afecta o creemos que nos afecta.

Por suerte, en la mayoría de los casos, la persona conserva memoria de los hechos que la afectaron, ya que el mecanismo de represión no borró de la conciencia las escenas de aquel momento pasado —a diferencia de lo que ocurre en casos graves, que requieren un complejo tratamiento psicoterapéutico—. Por lo tanto, aunque más no sea a modo de catarsis, es saludable que, ante un episodio de angustia, recurras a un pariente, amigo o psicólogo, y hables de aquello que tanto sufrimiento te causa. Desde luego, no será suficiente pero sí necesario para hallar cierto grado de alivio. Después evaluarás qué otras acciones llevar a cabo. Está claro que cruzarse de brazos no te conducirá a ningún lugar.

El efecto apaciguador de ligar la angustia con la palabra se evidencia en la necesidad de aquellos poetas y narradores que, en sus obras, han vertido vivencias personales dolorosas como una forma de hacer catarsis e intentar superar lo padecido. También, en las personas que vuelcan sus experiencias cotidianas y estados de ánimo en diarios personales. La prestigiosa Marguerite Yourcenar es un claro ejemplo de quien busca la cura a partir de la palabra. En el prólogo de su libro Fuegos, advierte que dicho texto es producto de una crisis pasional, y parecería un intento exitoso de superación.

De lo que hasta aquí hemos visto, cabe aclarar que, si bien es imprescindible hablar de aquello que habita en nosotros y nos causa malestar, debes tener presente que, al recurrir en exceso a determinado amigo e invadirlo con tus malestares, puedes contaminar la relación. Por tal motivo, resulta aconsejable acudir a un profesional de la salud, quien, además de ser objetivo, está entrenado en el tema y sabe cómo actuar, que en psicología se denomina “operar”, al respecto.

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