Somos fuerza

Patricia Ramírez

Fragmento

1. Y de repente todo tiembla...

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Y de repente todo tiembla...

¿Quién no ha tenido un bache en su vida, sufrido una injusticia, una situación que no esperaba, un accidente de tráfico, un engaño, una enfermedad cercana incurable, la pérdida de un ser querido de forma brusca, y que en un principio lo dejó bloqueado? ¿Quién de nosotros no ha estado confinado durante la pandemia de la COVID? ¿Cuántos sanitarios, trabajadores de supermercados, miembros de los cuerpos de seguridad, conductores, periodistas y un largo etcétera de personas no han estado expuestos a un sobreesfuerzo de trabajo y de emociones, viviendo situaciones complicadas y poniendo incluso en riesgo su vida durante esta crisis sanitaria?

La vida de todos nosotros está llena de momentos de crisis y de sus respectivas superaciones: las parejas que se separan, la pérdida de un empleo, una enfermedad, la caída de un proyecto, una puerta que se cierra, un malentendido que lo complica todo, una amiga que no reacciona conforme a lo que esperabas de ella. Los reveses no son circunstanciales, son parte de la vida. A pesar de que hay problemas de los que podemos ser más o menos responsables, no es la culpa, ni la responsabilidad, ni el problema en sí mismo lo que nos bloquea. El agente bloqueador es nuestra capacidad y nuestro poder de reacción. Importa la decisión, la convicción y la determinación para querer superar la experiencia y salir victorioso. Y salir victorioso, en la vida cotidiana, no siempre es sinónimo de ganar, sino de ser capaz de encontrar soluciones, de aceptar, de sobrellevar la situación, incluso de esforzarse, de tener la actitud y el optimismo necesarios para vivir la vida según tu escala de valores y superar lo que a otras personas les apoltrona en un sillón.

Cuando atravesamos una crisis solemos pensar que aprenderemos de ella. Pero no siempre es así. Por lo general, los errores, las crisis o los fracasos no nos proporcionan un aprendizaje. Nos dejan cicatrices. Aprender y salir reforzado después de atravesar un momento complicado no es un proceso natural que nos ocurra a todos. Es un proceso que requiere entendimiento, compasión y, sobre todo, entrenamiento.

¿Acaso no volviste a darle una patada a esa piedra con la que dijiste que no tropezarías una segunda vez? ¿No volviste a utilizar el móvil conduciendo a pesar de haber sufrido ya un accidente por ese motivo? ¿No encontraste otra vez a un Peter Pan sin ganas de comprometerse y continuaste la relación pensando que a tu lado cambiaría porque tú eres especial? ¿No dijiste que pondrías límites a tu horario y dedicación al trabajo en tu próxima oportunidad laboral y volviste a lo mismo para demostrar tu compromiso y tu eficacia? Seguramente sí. Hay muchos ejemplos de errores que cometemos una y otra vez.

Durante el confinamiento, mucha gente me preguntó en las redes: «¿Seremos luego mejores personas? ¿Esta experiencia nos cambiará?». Sí y no. Esta crisis ni nos va a convertir de forma natural en mejores personas ni cambiará nuestra escala de valores. O eso solo les ocurrirá a muy poquitos. Ahora, a toro pasado, haz memoria: ¿también tú te planteabas estas cosas? Al experimentar el sentimiento de pertenencia o al aplaudir desde los balcones a los que se entregaban por nosotros, por ejemplo, nos preguntábamos si, una vez hubiera pasado todo, seguiríamos siendo solidarios.

Los seres humanos somos hábitos, y para que una experiencia, ya sea por su dureza o por el placer que proporciona, deje un cambio en nuestro estilo de vida, además de una huella en la memoria, tenemos que elaborar un plan para que ese cambio se mantenga.

Sería genial de cara al futuro aprender de las experiencias vividas y tener en casa un botiquín repleto de recursos emocionales que pudiéramos utilizar ante cualquier crisis, tanto si nos enfrentásemos a una separación, como si nos fallase un amigo o perdiésemos el trabajo. Son auxilios emocionales que nos ayudan a aprender y crecer, a no desfallecer, a no querer tirar la toalla cuando la vida nos echa la mano al cuello.

Y eso es lo que vas a encontrar en este libro, en el que compartiremos historias de muchas personas que han sabido vencer la adversidad y superar las crisis a las que se han enfrentado y que te ayudarán a tener una mejor resiliencia.

Ante la adversidad, ¿qué nos ayuda a sentirnos mejor, a sobrellevar la situación, a confiar, a no derrumbarnos? Todos hemos afrontado crisis durante el confinamiento. ¿Qué nos ha servido en otras crisis personales, familiares, laborales? ¿Crees que tu victoria personal es fruto de la solución natural del problema, de la suerte, o que tal vez seas tú quien has intervenido en tu éxito?

No todos reaccionamos igual ante los baches. Algunas personas se bloquean y en un principio no saben reaccionar. Otras se sienten inseguras, incapaces, a pesar de que luego sí lo sean. Otras se crecen ante la adversidad, buscan soluciones, apoyo social.

Yo soy de las que, ante la adversidad, primero entro en shock. En una especie de bloqueo emocional en el que ni siento ni padezco. Ni lloro, ni me alegro, ni me alarmo, ni me relajo. Estoy como en un estado de observación. Estar desinformada en ese momento me lleva a enmudecer y a no sentir. Y, por supuesto, a no tomar decisiones. Cuando se decretó el estado de alarma, durante la primera semana del confinamiento, por mi mente solo pasaban las palabras: «¡Coño, coño, coño!». Sí, así, a modo de triplete. Porque un solo «¡Coño!» no era suficiente para expresar lo que sentía. Ese triplete significaba: ¿Y ahora qué hago? ¿Y todas las funciones de Diez maneras de cargarte tu relación de pareja? ¿Y mis talleres presenciales? ¿Y las conferencias cerradas? ¿Y los hoteles y viajes reservados?

No daba crédito al giro que había dado mi vida. No estaba triste, ni ansiosa, ni siquiera preocupada. «Me he bajado del mundo, que gira a toda velocidad a mi alrededor, y no sé ni en qué parada estoy», me decía a mí misma. «Observa, Patri, y cuando te sientas preparada, súbete otra vez a la vida», me ordené.

Lo de bajarme del mundo me duró más o menos una semana. Y en cuanto mi cerebro hizo clic, me convertí en una máquina solucionadora.

Yo soy así. Invento, creo y actúo.

Ese estado de observación, de shock, lo he vivido en otras crisis personales. Como en mi primera separación. Debo decir que no fue una ruptura al uso. Fue una situación que ni la vi venir. Me rompieron, me separaron, me destruyeron. Y poco tuve que ver. Pasé varios meses en estado de observación, pensando que me estaban gastando una broma y que alguien aparecería de repente, como en un programa de televisión, para anunciarme que había superado la prueba. Pero, por más que observaba, de la pared no salía nadie para decirme: «Es broma, esto era un meme. Vuelve a tu vida».

Cuando se me pasa la etapa de shock, mi capacidad resolutiva empieza a saco. Así es, a saco. ¿Cuánto tiempo me dura el shock? No lo sé, lo dejo fluir. En la pandemia me duró una semana. En mi pérdida (porque no fue un divorcio, f

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