El principito se pone la corbata

Borja Vilaseca

Fragmento

cap-2

Nota aclaratoria

Este libro no es una novela. Se trata, más bien, de la narración de una historia basada en hechos y personas reales. Eso sí, cabe decir que la redacción se halla barnizada por una capa de imaginación, respetando así el anonimato deseado por sus protagonistas. Esta ha sido la única petición de las personas que hay detrás de los personajes que figuran en estas páginas, para quienes solamente tengo palabras de admiración y agradecimiento.

El nacimiento de esta obra se produjo hace casi tres años, cuando mi jefe me encargó escribir un reportaje sobre una consultora —con setenta y tres empleados en nómina— que en los cinco años anteriores había experimentado un crecimiento económico espectacular. Después de casi dos décadas de existencia, la dirección introdujo en 2002 una serie de cambios que le llevaron a multiplicar por ciento diez su facturación, alcanzando en 2007 los dieciocho millones de euros.

Como periodista me había especializado en psicología y filosofía organizacional. Mis textos no solían hablar de dinero, sino de seres humanos. Escribía con la finalidad de inspirar la creatividad y el potencial de otros, haciendo de puente entre los expertos y los lectores más ávidos de conocimiento. Por eso al principio no entendí muy bien por qué, de todos mis compañeros, me habían elegido a mí para cubrir esta historia. Pero solo unos minutos después de comenzar la entrevista con el director general de aquella compañía —que poco antes había sido nombrado «mejor directivo del año»— comprendí la decisión tomada por el periódico.

Aquel alto ejecutivo —a quien llamaremos Ignacio Iranzo— llevaba traje y corbata, pero no era como los demás. Hablaba de su trabajo con una pasión contagiosa. De hecho, a día de hoy no recuerdo haber vibrado tanto conversando con alguien sobre temas relacionados con el mundo empresarial. Entre otras cuestiones, reflexionamos sobre la importancia del autoconocimiento, el desarrollo personal y la inteligencia emocional, así como de la necesidad de construir una cultura empresarial de forma consciente, alineando el legítimo afán de lucro de las compañías con el bienestar de sus trabajadores, de sus proveedores, de sus clientes y del medio ambiente del que todos formamos parte.

Incluso estuvimos de acuerdo en que la mentalidad materialista y los valores individualistas y mercantilistas que abandera el capitalismo están en decadencia. Para Iranzo, «las empresas son entes vivos y tienen muchos paralelismos con los seres humanos que las crean, las dirigen y las componen». Y, como tal, «es importante que aprendan a ser eficientes, a desarrollarse de forma sostenible y a aportar su granito de arena para mejorar el entorno en el que están presentes». Para lograrlo, «el gran reto es conseguir que cada trabajador crea en lo que hace y disfrute de su función, pues solo así es posible que la existencia de las compañías goce de un sentido más trascendente». Recuerdo que justo antes de despedirnos, este singular directivo me estrechó la mano con fuerza y me susurró: «Me ha llevado muchos años, pero al final he comprendido que las cosas verdaderamente importantes de la vida no podemos verlas con los ojos. Solo podemos sentirlas con el corazón».

A través de aquella entrevista recibí un regalo inesperado: ser testigo de que la autenticidad y la inspiración pueden encontrarse en todas partes, incluso en la cima de las empresas. Al salir de su despacho, después de dos horas y media de conversación, mi corazón rebosaba alegría y entusiasmo. Y en mi mente se había despertado la curiosidad por conocer más en profundidad los pormenores de una historia que me había dejado impresionado.

Desde entonces, seguí la investigación por mi cuenta, interesándome por todos y cada uno de los protagonistas del éxito cosechado por aquella consultora. En el proceso llegué a conocer a su entrañable fundador y presidente de honor —actualmente jubilado y a quien llamaremos Jordi Amorós—, con quien a día de hoy mantengo una relación de amistad. Después de varias visitas a su casa, finalmente obtuve la revelación que andaba buscando.

Por lo visto, el verdadero punto de inflexión de aquella consultora se había producido justo un año antes de que Ignacio Iranzo ocupara el cargo de director general. En palabras del veterano Jordi Amorós, «lo que somos y hemos hecho ha sido gracias a la influencia de otro hombre, sin duda el más extraordinario que he conocido en toda mi vida. Aunque su foto nunca llegue a verse en un periódico, él es el auténtico protagonista. Todos los demás, incluidos Ignacio y por supuesto yo mismo, somos meros actores secundarios».

Así, la finalidad de este libro es explicar los acontecimientos que llevaron a este héroe anónimo a actuar de la manera en que lo hizo. Y enseñar el profundo cambio que pueden experimentar los seres humanos y, por ende, las organizaciones de las que forman parte, cuando toman consciencia de su verdadero potencial, poniéndolo al servicio de una función necesaria, creativa, sostenible y con sentido.

De ahí que, aunque en la forma parezca una novela, insisto: el contenido de esta obra es fruto de un apasionante y exhaustivo trabajo periodístico. A petición expresa del fundador y presidente de honor de esta consultora, el prólogo y el epílogo están escritos de su puño y letra. Los dos compartimos el amor por la escritura.

El Periodista

6 de abril de 2010

cap-3

Prólogo

Los cínicos no sirven para este oficio

Aunque pueda parecer lo mismo, hay una enorme diferencia entre existir y estar vivo. Tuve que morir para comprenderlo. Cuatro minutos y treinta y siete segundos. Ese es el tiempo exacto que estuve «clínicamente muerto», tal como me explicó días después el responsable del equipo médico que me resucitó. Entonces tenía cincuenta y siete años y apenas había aprendido nada valioso acerca de mí mismo ni de la vida.

Puedo afirmar con alegría que ese año empecé a vivir de nuevo, gracias al triple bypass que me hizo despertar de un profundo sueño. De hecho, hoy se cumplen siete años desde que resucité de entre los muertos. Así que, oficialmente, hoy es mi séptimo aniversario de vida. Es cierto que tengo una generosa barriga, problemas de próstata, dolores de columna y la cara llena de arrugas. Pero la verdad es que me siento más joven que muchos treintañeros que he conocido. Y no es broma. ¡Últimamente la santa de mi mujer me dice que estoy hecho un chaval!

Que yo sepa, no me he vuelto loco. De hecho, nunca me había sentido tan cuerdo. Sin embargo, lo que me dispongo a explicar trasciende la lógica y la razón. Y es muy difícil, por no decir imposible, de demostrar científicamente. Lo más interesante que he leído sobre el tema lo escribieron la doctora suizo-estadounidense Elizabeth Kübler-Ross y el profesor norteamericano Kenneth Ring. Estos dos expertos investigaron sobre qué les suele ocurrir a las personas cuando se encuentran cara a cara con la muerte. Sus conclusiones vienen a decir más o menos lo mismo: que la

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