Tienes un Ferrari en el garaje

Mónica Vicente

Fragmento

Prólogo, de Tino Fernández

Prólogo

Desde niño he sentido una fascinación especial por los coches de la marca Ferrari debido a una serie de televisión llamada Magnum PI donde un joven detective, interpretado por el actor Tom Selleck, conducía un Ferrari 308 GTS rojo por la isla de Hawái persiguiendo a los malos para meterlos en la cárcel.

Los Ferrari son creaciones realmente admirables. Se trata de coches de altas prestaciones concebidos para alcanzar velocidades impresionantes gracias a su potencia, y además son sumamente bellos. Su excepcional y lujoso diseño los hace únicos en el mercado y son el orgullo de sus propietarios, que no dudan en exhibirlos siempre que pueden, despertando la admiración ajena.

Cuando conocí a Mónica (Món, como la llamamos sus amigos) hace casi veinte años ya, me pareció un Ferrari por la vida circulando a 250 kilómetros por hora, con la capota abierta y sin despeinarse. Ambos teníamos entonces veintitantos años. Era preciosa, elegante, culta, tenía buen gusto pero, sobre todo, era muy inteligente y exitosa. Tenía incluso una de las paredes de su casa pintada de rojo, el color por excelencia de la marca Ferrari. Y eso no es muy habitual...

De orígenes humildes, Món siempre se esforzó mucho por lograr resultados sobresalientes; llegó a graduarse con honores en una de las mejores escuelas de negocios del mundo y a convertirse en la niña mimada de grandes empresarios del panorama nacional. Era, en el sentido más amplio de la palabra, una mujer extraordinaria que sobresalía en todo aquello que se proponía, ya fuera reflotar empresas, hacer tartas espectaculares o crear canales de YouTube de éxito internacional y con millones de seguidores.

Sin embargo, pasados unos años, noté que poco a poco se iba encerrando cada vez más en su vida familiar y de pareja, dejando de lado todo aquello que la había hecho brillar. Me dio la sensación de que aquel Ferrari que una vez conocí había sido abandonado y, peor aún, olvidado. Nadie le prestaba atención, nadie lo conducía, nadie lo exhibía... «Tanta potencia para nada», pensé... Así que un día, sin venir mucho a cuento y en medio de otra conversación, seguramente por algún comentario suyo, se lo dije: «Món, eres un Ferrari en un garaje».

En aquel momento no me entendió. Quizá ni siquiera me escuchó. Estaba tan sumida en sus pensamientos y en su tristeza, que mis palabras no tuvieron ningún efecto en ella. Jamás imaginé que años después esa frase resonaría tanto en su cabeza que la empujaría a escribir este libro que tienes ahora en tus manos y que, además, le daría título. Puedes imaginar mi alegría y mi orgullo, más aún al verla florecer de nuevo gracias a las lecciones que descubrirás en estas páginas.

Soy coach, mentor y formador. Llevo más de diez años obsesionado con el crecimiento personal, la felicidad y la búsqueda del origen del sufrimiento humano, y sí, podría decirse que soy un friki de todo lo relacionado con las emociones. De hecho, soy autor de catorce programas de formación online y he liderado treinta eventos presenciales multitudinarios. Todo eso, sumado a mis más de tres mil horas de sesiones individuales con pacientes, me permite decirte algo con total seguridad: el dolor es inevitable, pero el sufrimiento es opcional. Lo comprobarás en este libro.

El dolor aparece cuando lo que tienes no coincide con lo que quieres. Si no consigues romper esa desigualdad, llega la frustración y, para colmo, el dolor se mantiene convirtiéndose en sufrimiento, que no es más que la perpetuación del dolor debido a la asimetría de la ecuación.

Sufrimos porque no tenemos el cuerpo que queremos...

Sufrimos porque no tenemos el dinero que queremos...

Sufrimos porque no tenemos la relación que queremos...

La buena noticia es que podemos dejar de sufrir en el momento que lo decidamos. Y eso es precisamente lo que hace Brianne, la protagonista de esta historia, una mujer atormentada y sin esperanza que, un día, harta de estar harta, deja de mirar a otro lado, deja de culparse, de culpar a otro y de culpar a la vida misma; una mujer que decide dejar de lamerse las heridas y lamentarse por lo que no tiene o lo que no es y toma las riendas de su destino adueñándose de su esencia, su poder personal y su hermosa valía.

Este libro es un viaje por el camino de la vida. Tu vida. Un camino en el que aprenderás a reconocerte primero para conocerte mejor después; un camino en el que te darás cuenta de lo valioso, vibrante y poderoso que eres; un camino que te demostrará que mereces todo lo mejor que la vida te pueda dar si te quieres sin condiciones, conectando íntimamente con el agradecimiento y concediendo el perdón a ti mismo, a los demás y a la vida.

Sufrir voluntariamente no tiene sentido. Los problemas y las dificultades son parte del camino, peldaños necesarios para hacerte más fuerte y conseguir llegar a la meta. Es normal que ciertos desafíos de la vida, ya sean pérdidas, decepciones o fracasos, te parezcan a veces demasiado grandes, demasiado complicados o intimidantes, demasiado dolorosos... Pero es justo en esos momentos cuando debes ser valiente y honesto contigo mismo y tener el coraje de tomar decisiones, por mucho miedo que te den.

Nada ni nadie puede meterte en un garaje de manera indefinida a no ser que tú se lo permitas. Solo tú tienes el poder de salir de ahí, de reclamar tu valía como derecho legítimo y mostrarte en todo tu esplendor con plena libertad. Así que coge tu cazadora de cuero, tus gafas de sol y abróchate bien el cinturón: estás a punto de iniciar un intenso y fascinante viaje en el que verás la vida desde un precioso Ferrari, como si abrieras los ojos por primera vez.

TINO FERNÁNDEZ,

coach fundador de Indeser360.com

Nota de la autora

Nota de la autora

Hubo una época en mi vida, hace unos años ya, en la que llegué a un punto muerto. Y digo «muerto» en el sentido más literal de la palabra, porque no sentía la vida en el cuerpo ni en la mente, y mucho menos en el corazón. Y lo más triste es que ni siquiera me daba cuenta… Los días se repetían sin sentido, sin ningún propósito más allá que seguir haciendo lo mismo ad infinitum, esclava de una inercia que me mantenía en un modo de supervivencia agonizante.

Me dejaba llevar de un lado a otro como una bolsa de plástico

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